lunes, 15 de febrero de 2016

¿APRENDEMOS ALGO DE LOS TEMPORALES?


FEBRERO DE 2016: OTRO TEMPORAL AZOTA EL SARDINERO (SANTANDER). FOTO @latierruca


Nuevamente La Coruña, Gijón, Santander, Bermeo, Zarauz, San Sebastián… se van despertando de un temporal que deja daños millonarios, tragedias materiales y humanas, como la del bebé desaparecido en Navia. Acontecimientos violentos que sucedían hace años con frecuencias de décadas ahora se nos presentan todos los años y a veces más de una vez. Puede en parte ser el ‪‎cambio climático que nos está trayendo los ‪eventos extremos con mayor asiduidad, advertencias no nos faltan desde hace décadas. El arreglo de los enormes desperfectos cuenta la ciencia popular, y también la académica, en cierto modo parecen buscados por el ser humano, pero tendremos una 'alegría': se sumarán al PIB. Sin embargo, está claro que no se trata de un 'crecimiento', sino de un parcheado que tiende a procurar las mismas condiciones anteriores a la catástrofe. El ‪cambio climático es la pura expresión de cómo la economía se hace trampas al solitario; el crecimiento puede ser ineconómico.

Sería deseable que las formas de aprender de las comunidades se desarrollasen a partir de la investigación y por lo tanto de la previsión y disposición del territorio, arquitectura y diseño urbano, en vez de que las lecciones dadas por la Naturaleza vengan de la mano de desastres y tragedias. La vulnerabilidad es la expresión de los efectos que un evento determinado tendrá sobre una comunidad o sociedad afectada, pero no debemos caer en la tentación de identificarla plenamente con las pérdidas económicas. Hacerlo refuerza la idea de que valorarla económicamente es una labor posterior a la catástrofe, y además tiende a reducir su alcance exclusivamente al de las pérdidas económicas, ofreciendo una visión totalmente economicista, deshumanizada y antinatural de la dinámica del planeta y de la sociedad.

La vulnerabilidad debe incorporar la idea de que determinados elementos del medio humano pueden ofrecer cierta resistencia a los efectos adversos de una catástrofe. Dicho de otra manera: no puede quedarse en un simple cómputo de cuántos daños económicos puede producir una catástrofe, que es lo que se suele llamar exposición, sino que debe incluir la estimación de la resistencia a sufrir daños que incorpora cada pieza del sistema, cada individuo, cada comunidad, echando mano de su cultura individualmente y en su conjunto la colecticvidad.

Cada vez que se produce una catástrofe de origen natural o provocada por nosotros, como pueda ser un temporal como el que atravesamos, un terremoto, unas inundaciones, un tornado, roturas de presas que no dieron importancia a la intensidad climática…, los estudios posteriores que identifican configuraciones urbanas y dinámicas geológicas no tenidas en cuenta, como en el caso de grandes obras de infraestructura, apuntan a que una y otra vez tras los informes de análisis posteriores, se señalan siempre las mismas deficiencias relacionadas con un insuficiente conocimiento del medio y la adecuación de nuestras actividades a un territorio evolutivo, cambiante y a veces vehemente. 

DESTROZOS EN SOMO (CANTABRIA) EN MARZO DE 2014. CADA AÑO LOS MISMOS ESTROPICIOS.

Una y otra vez ven la luz los mismos fallos denunciados en las experiencias anteriores. Las medidas que se toman casi siempre son correctoras después de las desgracias, y suelen anunciarlas nuestros dirigentes con mucha fanfarria, bombo y platillo. Casi son nulas las medidas preventivas, las cuales se ven aún como algo carente de valor próspero o de reconocido éxito para paliar el próximo embate. La implantación de políticas preventivas y optimizadoras, acordes con los rasgos ambientales, geológicos, climáticos, y de distribución del territorio, todavía se advierten por parte de nuestros dirigentes, como algo difuso o limitativo de desarrollo económico, la experiencia al respecto de quien suscribe ha sido vivida en varias ocasiones como consecuencia de reafirmar el valor de la prevención ante el desaforado y voraz impulso de los gobiernos locales y grandes empresas a gastar ingentes cantidades de recursos en enormes parches que a veces son amplificadores de los desastres.

La cultura del 'hormigonazo' se resiste a ser zanjada de manera definitiva de las instituciones y grandes empresas españolas en favor de la cultura de lo sostenible. Las actuaciones post-catástrofe se orientan mucho más hacia una exigencia de recuperación de la situación igual a la anterior que hacia la posibilidad de impulsar nuevas políticas para garantizar la resistencia futura y la resiliencia.

La extraordinaria complejidad del entramado jurídico español sobre, por ejemplo, la gestión del agua, y la confusión derivada de su frecuente uso en el ámbito de los enfrentamientos políticos, son responsables en buena medida también de nuestras catástrofes, a veces mucho más que su desequilibrado reparto e incomprendida dinámica, tanto marítima como fluvial. Ríos saturados de grandes embalses y costas urbanizadas hasta límites esquizofrénicos están en estrecho contacto con una atmósfera cambiante que determina en buena medida la dinámica del medio conquistado, comprenderlo es la mejor manera de no volver a repetir las escalofriantes escenas de los temporales invernales, inundaciones, deslizamientos, avalanchas... Los pulsos a la Naturaleza siempre los pierde el Homo Tecnologicus.





EN LA MECÁNICA DEL CARACOL DE RADIO EUSKADI
(A PARTIR DEL MINUTO 27) CON EVA CABALLERO

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