jueves, 22 de junio de 2017

EL CAMBIO CLIMÁTICO ES NUESTRO PROBLEMA, NO EL DE GENERACIONES FUTURAS.



Figura 1. La falta de agua y la ausencia de caudal ecológico en el río Bullaque, en la provincia de Ciudad Real, está matando los ecosistemas. El embalse de El Vicario intenta desembalsar 75 litros por segundo que sumados a los 200 del de Torre de Abraham, son insuficientes para recuperar las láminas de agua.

Ya somos un tercio de la población del planeta la que está expuesta a condiciones climáticas con olas de calor letales.

Las represas y los embalses que ha construido el hombre, son mayores emisores de gases de efecto invernadero de lo que creíamos, en especial de metano por descomposición de la materia orgánica que aportan los ríos.

La segunda ley de la termodinámica es inapelable: la energía ni se crea ni se destruye, se transforma, y lo hace en una sola dirección: de disponible a no disponible, se disipa en la atmósfera y los océanos.

No es la atmósfera nuestro único basurero favorito, los océanos mantendrán más toneladas de plástico que toda masa de vida marina en un par de décadas. También nuestros cuerpos lo son.

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1. Cambio climático, industria, transporte y no hay más que hablar

Ya somos un tercio de la población del planeta la que está expuesta a condiciones climáticas con olas de calor letales. Aún no acaba de calar hondo en nuestros dirigentes, pero digan lo que digan sus primos, las ingentes cantidades de hidrocarburos quemados desde hace algo más de 200 años están tras el cambio climático que ha provocado el calentamiento global, el efecto más conocido es que es debido a la acumulación de gases de efecto invernadero en nuestro basurero favorito: la atmósfera. Sin embargo, el calentamiento se ha acelerado de manera alarmante en los últimos años a pesar del auge de las denominadas energías renovables, que ni lo son tanto, ni aportan la energía neta de los hidrocarburos. Los últimos estudios presentados en la revista Bioscience por la Universidad de Washington apuntan a que la industria o los 1.300 millones de automóviles que circulan diariamente por el planeta son responsables del calentamiento global, pero no son los únicos.

Las represas y los embalses que ha construido el hombre, ya sea para producir energía eléctrica, almacenar agua potable u otros propósitos, son los responsables que originan la emisión de 1.000 millones de toneladas de gases contaminantes cada año, en especial metano (en un 80%) por descomposición de la materia orgánica que aportan los ríos a los embalses; un gas, el metano, unas 34 veces más potente que el CO2 como gas de efecto invernadero.

No es la atmósfera nuestro único basurero favorito, los océanos mantendrán más toneladas de plástico que toda masa de vida marina en un par de décadas; es inevitable su entrada en la cadena trófica. También nuestros cuerpos lo son, casi la mitad de los elementos de nuestra estructura física provienen de esos hidrocarburos ("Comemos combustibles fósiles", Dale Allen Pfeiffer 2006) que durante millones de años produjo la Tierra (gracias a la tectónica de placas, la cual coció en su interior la energía solar), el plástico como disruptor hormonal y precursor de un buen número de cánceres hormonales ya tiene un papel protagonista en la macabra obra del suicidio colectivo del siglo XXI. Las enfermedades debidas a la destrucción de los ecosistemas nos golpearán cada vez con mayor frecuencia y extensión. Desde la ONU y el IPCC, se asume con resignación el hecho de que ya es "casi inevitable" que ocurran muertes por contaminación y por altas temperaturas en vastas áreas del planeta. Cada año, el equivalente al trabajo de dos millones de años de energía solar fosilizada en el interior terrestre son liberadas a esos basureros favoritos.

Casi la mitad de la población de esta casa común estará en 2100 expuesta a olas de calor letales, aunque se reduzcan las emisiones de esos gases que poco a poco nos van ahogando. Así, con la crudeza y frialdad de los datos concluye el nuevo estudio realizado por la Universidad de Hawái. Se analizaron más de 1.900 casos de muertes relacionadas con olas de calor en 36 países en las últimas cuatro décadas. Superar los 40ºC durante semanas de junio, en Jaén, Córdoba o Sevilla ya no se debería llamar ola de calor.


2. Echar leña al fuego

Si Cantabria, Euskadi, Navarra, Asturias o Galicia sufren algo parecido puede ser consecuencia de una ola, pero una ola o tren de olas que cada vez nos visita con más frecuencia. La realidad es que Iberia se está saharizando a pasos agigantados. Las Bardenas Reales en Navarra (figura 2) avanzan unos pocos kilómetros al año en dirección norte. En un par de décadas llamarán a las puertas de Pamplona. Tras las pueriles declaraciones del consejero de sanidad de la Comunidad de Madrid sobre niños que aguantan en los colegios a más de 35ºC para que aprendan a hacer abanicos, redes sociales y portavoces de grupos políticos incidieron en la apremiante necesidad de instalar más aire acondicionado. Instalar aire acondicionado para evitar el calor del cambio climático es echar más leña al fuego, o como apuntan Marga Mediavilla y Jorge Riechmann "apagar el fuego con gasolina".

Figura 2. Las Bardenas Reales, Navarra.
Nuestros dirigentes parecen carecer de formación científica o mirada holística y temporal más allá de los cuatro años de legislatura, así es como se está labrando la peor tragedia histórica de Iberia. Unos por otros los científicos somos acallados, nuestras frías y descarnadas apreciaciones son incómodas, pero todo se realimenta y las consecuencias de esta actitud son también la de echar más leña al fuego, por lo que pronto pasarán factura. Hace décadas que deberíamos haber empezado a acondicionar nuestros edificios con criterios bioclimáticos y en especial el uso de la geotermia para conseguir protegerlos tanto del calor del verano como del frío del invierno.

De lo que se trata es de disminuir el consumo de energía, no de aumentarla, es una imposición geológica, la energía necesaria para extraer energía (desde Tasas de Retorno Energético o TREs menguantes) es cada vez mayor porque el petróleo barato y de calidad alcanzó su cenit en 2005 (AIE-OCDE) y los sucedáneos y nuevas tecnologías de extracción desarrolladas en los últimos doce años nos han llevado a una crisis sin precedente que no tiene solución técnica en el marco conocido como "economía de mercado", cada paso que damos en esa dirección supone un aumento en cualquier emisión de gas de efecto invernadero, puesto que la movilización de recursos y trabajo es cada vez más grande para obtener menos energía neta (figura 3).


3. Decrecer o abrasarse

Nuestra evolución ha sido un curioso fenómeno, algunos hitos importantes que cambiaron el mundo hoy amenazan nuestra fugaz existencia sobre este planeta. Son muchos y variados los momentos destacables, pero los últimos acontecimientos, muy apretados en el tiempo, no deberían perderse de vista. El año 2005 supuso el año del pico del crudo, 2008 el colapso de los mercados desvinculados de una economía física real. Desde 2010 más de la mitad de la población mundial ya vivimos en ciudades, una nueva experiencia para la vida en el planeta. El consumo de recursos y el almacenamiento de desechos para intentar sostener esta nueva y voraz unidad de la arquitectura planetaria (la ciudad) se disparó. Comienza una decadencia que no parece ver fin. En 2015 las contaminantes extracciones no convencionales que fueron la última esperanza del crecimiento económico global también entran en decadencia, hemos tocado el máximo techo que nuestra tecnología podía acometer.

Figura 3. La energía del futuro (Gail Tverberg) un controvertido gráfico de energía neta que está dando mucho que hablar.

El petróleo, carbón, uranio o gas eran y son la sangre que movió y mueve a la sociedad industrial y tecnológica, pero ya sabíamos que eran recursos finitos que en algún momento iban a faltar. Ese tiempo llega y lo hace irrumpiendo en la historia con sus efectos secundarios de la mano del cambio climático. El decrecimiento es por lo tanto una imposición del planeta, aunque las cifras de indicadores artificiales y cambiantes según convenga (como el PIB) apunten a un crecimiento económico; éste hace décadas que en términos de economía física neta no se produce. La segunda ley de la termodinámica es inapelable: la energía ni se crea ni se destruye, se transforma, y lo hace en una sola dirección: de disponible a no disponible, se disipa en la atmósfera y los océanos.


4. Necesitamos materia orgánica y una transición energética lógica (justa)

Necesitamos incorporar urgentemente la materia orgánica perdida de nuestros suelos y hacer un esfuerzo para luchar contra la desertización de Iberia, es la única salida de protección contra la aridez progresiva del modelo agrícola tecnificado y totalmente petróleodependiente, pues tanto pesticidas como fertilizantes y trabajo de maquinaria además de contaminantes del elemento vital que supone el agua, dependen del oro negro, el cual, como indica la AIE entre 2018 y 2020 elevará sus precios por imposibilidad de satisfacer la demanda si antes no hay un descalabro económico. Pero desafortunadamente, el agua en España ya es un bien sometido a especulación, tocado por la corrupción y por lo tanto abocado a la muerte si no se ataja cuanto antes (figura 5).

Figura 4. Según la AIE la oferta de energía primaria que somos capaces de poner en el mercado en forma líquida comenzó en 2015 un ligero declive (es probable que fuese en la segunda mitad de 2014). Hacia el año 2018 la demanda sobrepasará a la oferta. Como hay una tremenda falta de inversión que parece alargar su sombra durante 2017 y más allá ya que no es rentable invertir en petróleo a 50 $/barril, extrayendo de lugares cada vez más costosos y de peor calidad, se produciría un repunte de precios que sólo podría ser compensado por un aumento de la producción o una caída de la demanda. En la AIE dan por supuesto que se producirá un aumento de la demanda y que ésta llevará a un aumento de la inversión que estimularía al petróleo de fracking en un nuevo auge, aunque ya sabemos que esta ruinosa técnica decae a ritmos de entre el 5% y el 10% anual en los mejores yacimientos norteamericanos, sobre todo desde 2015, por ejemplo Bakken se ha vuelto un escenario de quiebras en cadena. La AIE (OCDE) muestra la solución del problema: cuando los precios del petróleo vuelvan a ser altos entre 2018 y 2020 se producirá una caída de la demanda por el único itinerario que conocen los países occidentales no productores de petróleo: la destrucción de la actividad económica y su consiguiente recesión, nada nuevo que no conozcamos en casa cuando el precio del petróleo sube. Es decir, la propia OCDE está preparando a los gobiernos del cambio o de lo de siempre para afrontar una recesión que no tiene por otro lado, nada que no se conozca y que ni siquiera el problema energético podría disparar, sino que antes puede hacerlo la crisis de deuda. La respuesta local siempre ha sido la misma, con o sin cambio: destrucción de empleo y recortes en sanidad, cultura, educación, atención social, etc.

Deberíamos estar ya trabajando de manera acelerada en la transición energética justa de la que se debate en parlamentos, mesas de reflexión, borradores de partidos políticos o tribunas, pero que no se abarca por falta de consenso ideológico (que no lógico). La transición energética y la adaptación al cambio climático se pueden realizar con una importante labor pedagógica y de veraz información. La sociedad debe saber que cada individuo debe vivir de una manera lo más sostenible posible. Desde hace décadas se dan pautas para la transición menos traumática, pues como todas lo está siendo.

El ser humano se supone que es un animal inteligente, debería estar claro para él que incluso en las condiciones más severas hay soluciones, se ha adaptado a casi todo, ahora le queda aprender a crear puestos de trabajo, evitar la pobreza y promover un reparto equitativo de la riqueza en condiciones de decrecimiento energético y por lo tanto económico sin ningún miramiento. Sin embargo, en el marco del "capitalismo de amiguetes" y la corrupción galopante que, además se le perdona a los grandes poderes que ya actúan en ocasiones como grandes organizaciones criminales, es imposible. 

Tenemos dos opciones, o decrecemos por las buenas (lo arriba indicado), o lo hacemos por las malas (conflictos sociales, regímenes totalitarios, control de las libertades e incluso guerras), pero nos pongamos como nos pongamos lo vamos a hacer. Y el problema no es para ninguna generación futura. El problema ya es nuestro.

Figura 5. El agua en España ya es un bien sometido a especulación, tocado por la corrupción y por lo tanto abocado a la muerte.