domingo, 23 de agosto de 2020

REMOLINOS

Nacedero del río Urederra (agua hermosa,  Bakedano, Navarra.
Nacedero del río Urederra (agua hermosa), Bakedano, Navarra.


1. Somos agua

Y lo somos tanto dentro como fuera de nuestros cuerpos. La dimensión del elemento vital es tan incomprendida que no somos conscientes del daño que nos hacemos al tratar un componente fundamental de nuestra existencia como una mercancía. 

Somos agua, decía recientemente nuestra querida Yayo Herrero en un ejercicio invitación a la consciencia: “el 83% de nuestro cerebro, el 75% del corazón, el 85% de los pulmones y el 95% de los ojos es agua. Si nos escurren, después de eliminar el agua, queda bien poquito. Así visto, podríamos decir que nuestra mirada, pensamiento, respiración y latidos dependen del agua”

Sentimos amor, tristeza, cariño, compasión, gracias al agua que vehicula y estructura con electrolitos todo nuestro sistema nervioso. Los antiguos eran muy conscientes de la dimensión afectiva, espiritual, con respecto al elemento vital. Las tormentas y las calmas las vivimos también por dentro. Nunca abandonamos esa mirada y hablamos de épocas grises, agitadas, tormentosas, personales o colectivas; la esperanza de verla fluir precede a la felicidad que aportan las lluvias cuando por fin, la vemos fluir. De manera atávica, instintiva, sabemos que es una bendición, aunque también conocemos su furia y destrucción. Hasta un dios como Poseidón, de ríos, mares y océanos en calma, lo era de las tormentas; desde su ira, creaba islas o hacía brotar manantiales tan solo clavando el tridente. 

Tan dentro como fuera de nuestra piel, tan dentro como fuera de nuestros cerebros, el estado de las fuentes, los ríos, los mares, los glaciares, son espejos de nuestras vidas. El agua es una parte del planeta que alojamos en nuestro interior. En realidad, somos remolinos en una corriente continua con la forma definida de nuestro gesto personal; una corriente que nos trae elementos en suspensión y disueltos y constantemente devolvemos al curso global; lo hacemos a través de nuestros pulmones, nuestra piel, nuestras lágrimas. ¿Pero cómo algo tan valioso y transcendente llegó a esculpir nuestro interior desde un exterior tan vehemente? 

2. El origen de las corrientes y la expansión de la vida 

El agua era un elemento caótico o potencial cuando se formó el sistema solar. La explosión de una o varias supernovas acabó formando nuestros cuerpos cuando las partículas se fueron encontrando en el espacio y en una determinada zona los flujos de material se organizaron. Aquí, los materiales pesados como el hierro o el níquel se agruparon para rodearse de otros de peso medio. Poco a poco el núcleo incandescente de la Tierra quedó escondido por un manto del que surgían otras corrientes hacia un exterior que se fue enfriando y formó una corteza más dura, pero más frágil, la litosfera. Los elementos más ligeros se escapaban y lo siguen haciendo, se combinaron y siguen en ello, brotaron la hidrosfera, la atmósfera, la biosfera… 

Entonces la vida, tal cual la conocemos, encontró una constelación de ambientes para su despliegue. Se adaptó a casi todo y nos hizo posibles, a nosotros y al resto de los seres que nos acompañan. El agua que fluye a través de nuestros cuerpos-remolinos entra y sale cientos y miles de veces al día de manera rítmica, por el aire que respiramos, por nuestros alimentos y, sobre todo, por la manera más directa de hacernos posibles: bebiéndola. 

Recientemente en nuestras vidas decidimos compartir, pelearnos e incluso matar por ella; pasamos a vivir en comunidades y modificar la corriente global para tenerla más a mano, cada vez hicimos los núcleos de población más grandes y decidimos compartir también nuestra respiración e incluso el trasvase de agua de unos cuerpos a otros por el aire, compartiendo fuentes, cursos o centros lúdicos y de encuentro. Hasta que llegó un momento en que más de la mitad de la población humana mundial decidimos vivir en esos núcleos urbanos. Ese año lo ha vivido nuestra generación, es 2010, una nueva experiencia para la vida en el planeta. 

Nacía así la urbanosfera, fundamentalmente hecha de cuerpos humanos, asfalto, hormigón armado y minerales arrancados, transportados y sedimentados por el propio ser humano con la fuerza de los combustibles fósiles y el agua en núcleos planetarios interconectados. La urbanosfera, como la gran estructura hecha de agregados urbanos o ciudades, se añadió a la litosfera, a la hidrosfera, la atmósfera y la biosfera; todas ellas prolongaciones autoorganizadas inicialmente por densidades, provenientes del núcleo, el manto y la corteza. 

Cada vez la nueva esfera del planeta, se vio necesitada de más y más flujos de energía para gestionar los suministros de mercancías, más materiales y más alimentos, puesto que había nacido de la voluntad y la inercia de uno de sus habitantes, se vio forzada a mantener y acelerar esas nuevas corrientes planetarias que funcionan con energía solar fosilizada (hidrocarburos) mientras se expandía dejando las huellas de su actividad que pronto abarcaron a todo el planeta. 

El ritmo actual de quema de esa energía solar atrapada, enterrada, cocida y entregada a coste cero, para garantizar estos nuevos flujos materiales y digitales, es cada año el trabajo de unos dos millones de años de la tectónica de placas. Este regalo, nunca mejor llamado "oro negro", fue posible porque desde la captación por la fotosíntesis de las plantas de hace decenas de millones de años, su enterramiento, la presión y el calor de cocción de la corteza, hasta su disposición accesible en lo que llamamos minas y pozos de extracción (nada de producción), es el mayor regalo después de la vida que ha recibido homo sapiens en su historia escrita de 5.000 años, o 300.000 años de prehistoria. Pero entonces rompimos una relación circular renovable que desde siempre gobernó el flujo de nuestros cuerpos-remolinos. Creamos una cosa que la biosfera no conocía: el desecho, fruto del uso de energía no renovable. 

Los flujos de desechos comenzaron a expandirse desde las ciudades hacia los nuevos sumideros que el planeta no pudo ya digerir a los actuales ritmos impuestos, por lo que ese nuevo producto inexistente hace un par de siglos en la historia del planeta, comenzó a invadir nuestros basureros favoritos; antes eran unidades definidas de la dinámica planetaria externa: la atmósfera, la biosfera y sus sistemas de circulación de minerales y nutrientes, incluido nuestro sistema circulatorio. Ahora de media, cada semana, además de metales pesados, ingerimos unos quince gramos de los microplásticos que hemos diseminado, una tarjeta de crédito por persona, tres muñecas Barbie al año. El mayor receptor directo es la hidrosfera, especialmente los ríos y océanos, saturados, sobre todo, de metales pesados y plásticos.

El agua que nos une al planeta y genera constantemente nuestros cuerpos ya no tiene la pureza que Poseidón manejaba, incluso a un dios se le han ido de las manos los remolinos humanos. Simultáneamente a la invasión de desechos provenientes de la urbanosfera que se introdujeron en la hidrosfera y en la biosfera, la dimensión del conocimiento o noosfera, fue también tomando forma casi física a través de las redes digitales y sus soportes, preparándose para un primer impulso que le permitiera dar el salto definitivo fuera de los cerebros, algo que parece haber sucedido ya en bastantes individuos. 

3. La historia del agua profunda 

A Poseidón se le adjudicó ser el regente de un sistema interactivo complejo. Ahora sabemos que cuando alteramos el clima, también alteramos la tierra. Pocas personas fuera (e incluso dentro) de las ciencias de la Tierra piensan que nuestro planeta es un sistema interconectado. La mayoría de los científicos creen que lo que pasa arriba en la atmósfera está completamente desconectado de lo que pasa bajo sus pies. Las actuales teorías científicas dominantes sobre las causas de los sucesos sísmicos, volcánicos o tectónicos, se han concebido como si el movimiento espacial de la materia mineral —en la que el agua no tiene ningún papel— fuera el único acontecimiento a tener en cuenta. No es de extrañar que ninguna de las teorías haya resultado realmente satisfactoria. 

Thales de Mileto, (624-546 a.C.) observó hace ya 2.600 años que cada masa de tierra acababa siempre sobre agua. Dedujo entonces que la Tierra estaría flotando sobre una masa de agua, de la que, además surge. Cuando ocurre algo en ella recibimos olas y temblores. Es la primera teoría científica sobre el origen de la sismicidad. Nunca ha sido abandonada, en cada época ha ido acompañando a los paradigmas que han dominado al respecto, desde los castigos divinos hasta la tectónica de placas. 

La verdadera importancia de su pensamiento radica en el hecho de que él fue el primer pensador conocido en buscar respuestas naturalistas y racionales a las preguntas fundamentales. Thales en lugar de achacar que las islas, continentes, manantiales y sus movimientos, eran cosa del tridente de Poseidón —dios de todas las aguas y terremotos— adjudica esos eventos naturales al propio mundo físico. En especial al movimiento de uno de los cuatro elementos: el agua. Al hacerlo, sentó las bases del futuro pensamiento científico; éste se resume en su sentencia: “los fenómenos de la naturaleza se explican por medio de la naturaleza”. 

¿Tenía razón Thales? Sí. Tras analizar las inclusiones fluidas traídas a la superficie por diamantes recogidos en varias zonas de la corteza se corrobora la incisiva mirada del sabio griego. La mayoría de los diamantes nacen en profundidades cercanas a los 200 ó 300 kilómetros y, según se van formando, atrapan líquidos salinos de su entorno: el manto superior. Como la química de estas inclusiones fluidas no cambia según los diamantes viajan hacia la superficie terrestre, obtenemos una fotografía del manto.

Los cálculos más precisos nos indican que la cantidad de agua bajo la superficie de la Tierra podría superar ¡tres veces! los océanos de la superficie de nuestro planeta. Las ondas sísmicas también indican que flotamos sobre bolsas llenas de magma situadas a unos 650 kilómetros, una firma probable de la presencia de agua. Nuevas investigaciones sugieren que el agua de la superficie de la Tierra puede ser impulsada a tan grandes profundidades por las placas tectónicas, causando finalmente la fusión parcial de las rocas del manto. El minerálogo Steve Jacobsen y el sismólogo Brandon Schmandt, encontraron bolsas profundas de agua a cientos de kilómetros bajo América del Norte. 

El estudio combinó experimentos de laboratorio sobre la roca del manto bajo las altas presiones simuladas de 600 kilómetros bajo la superficie, con grandes cantidades de datos sísmicos. Michael E. Wysession, profesor de la Universidad de Washington de ciencias terrestres y planetarias, en colaboración con Jesse Lawrence (Universidad de California), analizaron 80.000 ondas en más de 600.000 sismogramas y encontraron un área enorme en el manto inferior de la Tierra, debajo de Asia oriental, donde el agua es el amortiguador, o atenuante, de las ondas sísmicas. 

4. Cuanto más conocemos del agua más despertamos a una conciencia universal 

Jacobsen piensa que esta agua puede ayudar a explicar por qué la Tierra es el único planeta que conocemos con tectónica de placas. "El agua se mezcla con la corteza oceánica y se introduce en los límites de las placas convergentes, al introducir agua en el manto se promueve el derretimiento de las rocas, ayudando a los movimientos de las placas como un lubricante"

Los procesos geológicos de la superficie de nuestro planeta, como terremotos o erupciones volcánicas, son un gesto de lo que está sucediendo a cientos de kilómetros bajo nuestros pies, muy lejos de nuestra mirada, pero ahora puede ayudar a explicar la gran cantidad de agua líquida en la superficie de nuestro planeta habitable y por tanto la de nuestros cuerpos. 

La evidencia de que el clima tiene influencia en los movimientos tectónicos va aumentando entre la comunidad científica: el agua de la lluvia, de los ríos, lagos, o mares se cuela por cualquier fisura que encuentra en la corteza porosa, incluyendo las fracturas o fallas. Los incrementos naturales de agua en las zonas de recarga pueden transmitirse a profundidades de hasta 10-20 km y producir sacudidas. 

La idea de que el cambio climático y las variaciones estacionales del mismo pueden tener influencia en los terremotos no es en absoluto una hipótesis excéntrica. Cualquier elemento que aumente o disminuya el peso que soporta la corteza genera deformaciones y esfuerzos. El agua es una sustancia pesada con la particularidad de presentar movimientos que dependen en gran medida de las condiciones climáticas. Poco antes de dejarnos, me escribía el profesor John K. Costain con motivo de un artículo dedicado: “Antonio, gracias por esta dedicación. Como bien sabes, he sugerido que sólo hay dos tipos de sismicidad natural: (1) la relacionada con la dinámica de la tectónica de placas, y (2) la relacionada con la dinámica del ciclo hidrológico. Esta última incluye cambios transitorios en la superficie que separa la atmósfera de las aguas subterráneas, e incluye cambios en la capa freática, pero también se da en ciclones y temporales”. ¡Qué cerca quedan Thales y Poseidón! 

No cabe duda de que estamos viendo ya las evidencias de un ciclo del agua que abarca a todo el planeta, también comenzamos a vislumbrar su conexión espacial a través de la ionosfera. Los científicos hemos estado buscando esta agua profunda que faltaba para explicar muchas cosas desde hace décadas, no sólo la sismicidad o el vulcanismo, sino el mismo origen de nuestra vida, nuestros cuerpos, nuestras ciudades inicialmente nacidas cerca de corrientes vivas, de interacciones con nosotros mismos y con el medio que garantiza nuestra existencia; ahora hemos dado un paso más hacia su encuentro, trascendencia y comprensión. Ya sabemos que el agua de nuestros cuerpos también está ahí fuera. 

Gracias a esta dinámica de intercambio, de entrada y salida, se sostiene y renueva nuestra casa global, nuestros cuerpos-remolinos y toda la vida del planeta. ¿Vamos a permitir el mercadeo de nuestros cuerpos? ¿Vamos a dejar que una misma molécula de agua que viene y va, participe de tratarnos como a esclavas desde otro remolino? El agua es un bien compartido que no conoce fronteras. 

Solo una mente enferma puede hacer enfermar el remolino que habita. Permitir adueñarse y mercadear con la herencia universal de las supernovas de otros cuerpos-remolinos ya nos está originando graves consecuencias. 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cree que la extracción excesiva de agua subterránea profunda o ultra profunda (a veces calificada como agua fósil) podría tener consecuencias más nefastas que la subsidencia del terreno, salinización o sodificación? ¿O se podría considerar insignificante en comparación con la cantidad de agua que se supone que hay en el subsuelo?

Anónimo dijo...

¿Cree que la extracción de agua subterránea profunda (o ultraprofunda en algunos casos) también llamada agua fósil podría causar problemas más nefastos que la subsidencia, salinización, sodificación...? ¿O no es lo suficientemente significativa?

Antonio Aretxabala dijo...

Hola, gracias por participar. Pues depende de la magnitud, mucho. Mira esto: https://antonioaretxabala.blogspot.com/2016/04/el-cambio-climatico-el-movimiento-del.html

Anónimo dijo...

Muy interesante, gracias. ¿Puede este desplazamiento del eje del polo acelerar o retrasar los ciclos de Milankovich (suponiendo su certeza) o descuajaringarlos del todo?

Antonio Aretxabala dijo...

La verdad es que el registro geológico no dice mucho de momento sobre un os ciclos que abarcan miles de años y producen cambios moderados. Estamos hablando de unas décadas, algo insólito o comparable a un cataclismo natural. Existen procesos naturales registrados en las rocas o los hielos que provocaron repentinos cambios en instantes a escala geológica (por ejemplo unas décadas), como son explosiones volcánicas o impactos de meteoritos. En este caso de la extracción de agua y la modificación infinitesimal del eje, los ciclos de Milankovich, en mi opinión, poco tendrían que hacer con las retroalimentaciones positivas que estamos viendo en el permafrost o en el albedo al faltar tanto hielo en la superficie terrestre. Más bien creo que estamos montando una gran bomba de relojería en el océano.