viernes, 6 de diciembre de 2024

NUEVO CLIMA. ADAPATACIÓN GEOLÓGICA, BIOLÓGICA Y SOCIAL

PUBLICADO EN VARIOS MEDIOS

Autores: Antonio Aretxabala, Antonio Turiel y Peio Oria

Resumen

Los relatos históricos y evidencias arqueológicas de DANAS e inundaciones desde hace miles de años nos muestran la capacidad del ser humano para adaptarse a sus impactos en áreas mediterráneas, fundamentalmente evitando la exposición.

Desde el último máximo glacial, hace unos 20.000 años, nuestro planeta vivió un aumento de temperatura de unos 6ºC. El clima más templado, con patrones estables y estacionales, propició condiciones favorables en las que nuestra civilización pudo crecer y prosperar.

Durante 12.000 años, la geología, la biología y las sociedades humanas se adaptaron a la nueva dinámica atmosférica y cortical a través de cambios morfológicos, genéticos, la selección y la cooperación entre especies. Pero hace unos 170 años algo cambió. El uso exponencial de excedentes de energía de los hidrocarburos se generalizó de manera global.

Con el motor de combustión interna y el producto tecnológico más extendido de la historia de la humanidad, el hormigón armado, el mundo vivió la transformación más acelerada y profunda de la última era. Tanto la dinámica atmosférica como la cortical, y con ellas la biología y las sociedades humanas, viven en un estado de estrés que apenas puede adaptarse a los precipitados cambios introducidos, solo comparables a los de un cataclismo.

El año 2010 marca un ecuador en la historia cuando más de la mitad de la población mundial comenzamos a vivir en ciudades, una nueva experiencia para la vida en el planeta que vino a consolidar la sociedad del riesgo. Nuestro hábitat y millones de personas nos vimos expuestas a los impactos derivados del vertiginoso calentamiento del mar y la atmósfera, la desaparición de especies, la inercia de las malas prácticas especulativas que surgieron con el paleourbanismo del siglo XX, la falsa sensación de seguridad y la dependencia de nuevas corrientes artificiales para el suministro de recursos y evacuación de desechos.

Las nuevas propuestas emergentes, alejadas de la mentalidad de sometimiento y dominio del medio, aparecen cuando la frecuencia e intensidad de los impactos apenas permiten reparar y reconstruir al ritmo que avanza la destrucción. Se invita a las comunidades y gobiernos a reconceptualizar la retirada estratégica como parte del conjunto de herramientas utilizadas para lograr los objetivos sociales deseados.

DANAS y barrancos en el clima mediterráneo

Las gotas frías o DANAS, especialmente en el área mediterránea, nos acompañan desde hace miles de años. Los asentamientos humanos y las conquistas de las tierras fértiles nos han dejado legados escritos o arqueológicos de su adaptación a la penúltima dinámica atmosférica y cortical. Un ejemplo lo encontramos en el yacimiento íbero de la Alcudia, donde se encontró la dama de Elche. Hace 2500 años sus habitantes construyeron una muralla con características sismorresistentes y elevaron sus viviendas para prevenir daños por inundaciones. En el 49 a. C. Julio César narra cómo en los días de la batalla de Illerda (Lleida) irrumpió un repentino huracán con enormes aguaceros.

Durante la Edad Media mutaron a castigos divinos que adquirieron dimensiones telúricas y meteorológicas. Pero ya en tiempos más modernos disponemos de informes bien documentados de DANAS catastróficas como la que se analiza en ‘Memoria sobre la inundación del Júcar’ de Miguel Bosch en 1864 (ver figura 1). Durante el último siglo vivimos la riada de Valencia de 1957, las del Vallés de 1962 con cerca de un millar de víctimas, Levante 1973, la Pantanada de Tous de 1982, Oliva en 1987 con el récord de más de 817 mm en 24h, las de Murcia en 2012 o las de Mallorca en 2018. Por lo tanto, culpar exclusivamente al cambio climático del carácter destructivo de estos eventos en un clima tan peculiar como el mediterráneo no sería de rigor. Hay algo más. La rambla o el barranco son iconos o emblemas que revelan la particularidad del clima mediterráneo.

Se trata de una unidad geomorfológica esculpida por grandes, medianas y pequeñas avenidas que puede permanecer años o décadas en seco y en unas horas convertirse en un torrente (de torrencial) para transportar miles de metros cúbicos de agua y sedimentos por segundo, superando con creces, como hemos visto en el barranco del Poyo, al río Ebro en una de sus crecidas extraordinarias.

Los dos últimos cambios en el clima

Desde el último máximo glacial, hace unos 20.000 años, nuestro planeta experimentó una metamorfosis extraordinaria: pasamos de un páramo helado a un mundo templado en el que nuestra civilización pudo crecer y prosperar. En ese tiempo, la asombrosa cifra de 52 millones de kilómetros cúbicos de agua fue redistribuida por el planeta. El hielo era un gran continente sólido que se fundió elevando en más de 130 metros el nivel del mar, compensando así la distribución de masas. Este calentamiento global duró unos pocos miles de años y la temperatura del planeta aumentó unos 6°C. Ello se tradujo en una nueva circulación atmosférica con nuevos patrones mucho más rítmicos que dieron cabida a condiciones más o menos cálidas, húmedas y previsibles. Como consecuencia de la transformación postglacial de nuestro planeta fue posible el nacimiento de las civilizaciones mientras los efectos de aquellos descomunales cambios seguían (y siguen) su inercia. 

Así que la adaptación fue geológica, biológica y también social. El ser humano fue testigo de la adaptación geológica que consistió principalmente en un rebote elástico de grandes áreas corticales debido a la pérdida del peso de kilómetros de hielo. Ello produjo una sismicidad por relajación que aún continúa en Norteamérica o Escandinavia con elevaciones de la corteza de más de 300 m que cambiaron los perfiles de cuencas, ríos y taludes sumergidos con grandes deslizamientos submarinos y tsunamis. Islandia explotó en un vulcanismo que permanecía sellado bajo el hielo como el tapón de una botella de cava y la red fluvial global vivió una metamorfosis que dio lugar a nuevos perfiles de equilibrio, nuevas cárcavas, ramblas y barrancos esculpidos iban adaptándose al nuevo clima en la que una variante de lo más singular destacaría sobre las demás: la mediterránea. Flora y fauna transitaron parecidos derroteros y con la adaptación geológica, la vida, y por lo tanto, las sociedades humanas, también encontraron nuevas expresiones y áreas de expansión como hizo el hielo fundido.

Pero aun siendo rápido aquel cambio, la dinámica cortical, la hídrica, la vida y las primeras sociedades humanas se adaptaron con intervalos de tiempo no solo suficientes, sino localmente muy favorables a las nuevas circunstancias y condiciones climáticas que han permanecido más o menos estables los últimos 12.000 años. Ciertos cambios genéticos, la selección y la cooperación entre especies fueron claves en el proceso adaptativo. Pero hace unos 170 años algo cambió.

Las DANAS mediterráneas en este nuevo planeta

El acelerado calentamiento actual no es comparable a nada de aquello. En menos de un par de siglos la temperatura global ha aumentado cerca de 2ºC y en el mundo científico damos por hecho que los 4ºC estarían a la vuelta de la esquina. El mundo entero, su geología, su flora, su fauna y las sociedades humanas intentan adaptarse, pero no hay precedentes de algo tan rápido que no sea un cataclismo. Cuando decimos que vivimos en un nuevo planeta es porque el proceso adaptativo actual no puede seguir los acelerados ritmos de cambio ambientales.

Prueba de ello es que la geología, la biología, las sociedades y las diferentes culturas vivimos un creciente estrés que inevitablemente conlleva la rotura prematura de aquella geomorfología adaptada a un clima que ya no existe, el resultado es el desbordado o extinción de cursos fluviales, el adelanto en la rotura de algunas fallas, el rebosado o desaparición de barrancos mientras, cada año, miles de especies vegetales y animales perecen o desaparecen para siempre y algunas comunidades humanas deben abandonar los territorios que les sustentaban porque ya no puede hacerlo o simplemente han sido destruidos o han desaparecido. Los ritmos de reconstrucción de entornos humanos —que alcanzaron altos niveles de complejidad según avanzaron las condiciones de estabilidad de los últimos 12.000 años— comienzan a no poder sobreponerse ante la intensidad y frecuencia de los ritmos de destrucción impuestos por un medio que se vuelve desapacible o inhóspito.


Figura 1. Similitudes de reanálisis climáticos a 500 hPa y en superficie de cuatro episodios de DANA sucedidas en el área mediterránea española. A: Reanálisis de la DANA del 5 de noviembre de 1864 con una situación sinóptica relativamente similar a la de octubre de 2024, hubo decenas de víctimas. B: La DANA del 20 de octubre de 1982 que provocó la rotura de la presa de Tous fue más parecida a la del 29 de octubre de 2024, aunque destaca una diferencia importante: en 2024 el anticiclón europeo y el de Azores están fusionados, una situación sinóptica más propia del verano; en 1982 hubo 38 víctimas y más de 100.000 personas evacuadas. C: El 4 de noviembre de 1987, sobre Oliva se registra el mayor récord de precipitación en 24 horas en España (más de 817 l/m²) y aún sigue vigente; es muy probable que se produjese un fenómeno local relacionado con la concentración de precipitaciones en la zona de Marina Alta; esta DANA no estuvo tan desgajada como la de 2024, pero mostraba un anticiclón de bloqueo en Gran Bretaña muy potente y una mesobaja al sur de Baleares que seguramente forzaron un flujo húmedo muy canalizado; hubo dos personas fallecidas y cientos fueron evacuadas. D. La DANA del 29 de octubre de 2024 muestra mayor profundización y un gradiente más fuerte en niveles bajos y medios, seguramente un efecto a destacar para explicar por qué estuvo más tiempo bloqueada, en Turís se registraron 778 l/m² en aproximadamente 14 horas y récord absoluto de 179 l/m² en una hora; fallecieron 229 personas, hay decenas desaparecidas, las evacuadas se cuentan por miles. Fuente: Reanálisis climáticos de NOAA y CFSR, 2024, vía wetterzentrale.de.

 

Cuanto más aumentan las temperaturas, más capacidad de albergar vapor de agua posee la atmósfera, de media un 7% más con cada grado, aunque en escalas de tiempo de una o varias horas se han observado porcentajes muchos mayores como pudo ocurrir en el episodio de la DANA de Valencia de 2024, donde las acumulaciones de precipitación en periodos de tiempo entre una y seis horas batieron récords a nivel estatal, en algunos intervalos incluso doblando registros máximos previos. Hablamos de miles de millones de toneladas de agua en suspensión a nivel regional. Además, cuanto más pequeña es la diferencia de energía entre un Polo Norte que se calienta tres veces más rápido que el resto del planeta y el Ecuador, más corrientes de aire frío tienden a separarse, ondularse, deambular e incluso desprenderse de la corriente polar. Así alcanzan áreas cada vez más al sur, chocando sobre áreas muy pobladas y artificialmente modificadas con los vientos calientes de un Mar Mediterráneo al que cada vez llega menos agua de los ríos y alcanza temperaturas por encima de 30ºC, es decir, dinamita.

El verdadero cóctel explosivo se origina al interaccionar las DANAS, entendidas como perturbaciones de aire frío en altura, con un río atmosférico por debajo, que transporta vapor de agua desde latitudes tropicales y que los vientos de levante estrellan contra las montañas litorales y del interior (figuras 1 y 2). La estacionariedad del fenómeno, durante horas y horas, es otra de las características esenciales, seguramente favorecido por un aporte muy efectivo de humedad y la interacción del viento en niveles bajos con el movimiento de los sistemas de precipitación. Cargados con más de un 20% de agua de lo habitual, las consecuencias son DANAS extremadamente destructivas.

Estos fenómenos meteorológicos extremos seguirán aumentando a medida que la dinámica regional atmosférica se siga desestabilizando y el vapor de agua se reparta cada vez peor, porque estamos viviendo las consecuencias del último calentamiento acelerado del planeta cuyo principal detonante es la acumulación de gases de efecto invernadero proveniente de devolver a la atmósfera, a la hidrosfera y a nuestros cuerpos el carbono atrapado por la vida a través de la fotosíntesis desde hace cientos de millones de años. Y cada año desenterramos y ponemos en circulación unos dos millones de años del trabajo que la tectónica de placas utilizó para enterrar, cocer y elaborar hidrocarburos desde aquella luz solar fosilizada. A ello hay que añadir el efecto de El Niño de 2015-2016 y 2023-2024, las nuevas normativas de uso de gasóleo con menos aerosoles, un máximo solar, más vapor de agua y unos océanos que parecen no poder acumular más energía calorífica sin estallar por alguna parte.

Gestionar el riesgo con las herramientas de un planeta que ya no existe

Hasta ahora hemos confiado en la tecnología más extendida por el planeta en el último siglo: el hormigón armado. Éste fue posible por la expansión del uso de combustibles fósiles y el potente motor de combustión interna que desarrollamos desde los excedentes de energías no renovables de los hidrocarburos (aquella luz solar fosilizada) a coste cero. Bien sea para retener agua y laminar avenidas, bien para canalizarla, encañonarla o intentar desviar el flujo de las riadas, este último siglo se caracteriza y diferencia de los anteriores por la prevalencia de una mentalidad de dominio del medio como herramienta de fácil adaptación al clima más estable que nos precedió durante los últimos 12.000 años, pero no exento de sorpresas para las que el ser humano se preparaba, los impactos se sorteaban evitando la exposición, tal y como nos muestra la arqueología o la ingeniería del pasado. Sin embargo, hace apenas unas décadas, la mentalidad de apropiación y sometimiento, de marcado carácter fosilista, vino con un efecto secundario muy peligroso: la falsa sensación de seguridad.

Nuestros antepasados apenas se atrevían a conquistar de manera permanente la casa del río, su curso alto o llanura de inundación, el barranco o la rambla, simplemente porque conocían las consecuencias que cada cierto tiempo les recordaban la naturaleza, sus abuelas, sus vecinos o el folclore local. Ahora, tras haber conquistado llanuras de inundación, haber modificado el perfil natural de ríos y barrancos y haber saturado el medio de infraestructuras, obstáculos y encañonados gracias al poder de los excedentes de energía fósil, hemos impermeabilizando con asfalto y hormigón buena parte del territorio, incrementando la virulencia de las inundaciones y evitando la infiltración del agua (figura 2). Al exponer nuestro hábitat —y a nosotros mismos en masa—, comenzamos a vivir en la sociedad del riesgo.

Muchos tramos de evacuación ya son irreconocibles para la propia y peculiar variante del clima mediterráneo, ésta se ha vuelto más extrema y vehemente, más seca y torrencial. Al intentar abrirse paso —a través de lo que ya es un medio altamente urbanizado y artificializado— solo encuentra un camino: la destrucción. Es la nueva manifestación del estrés geológico, biológico y cultural al que hacíamos alusión. La mal denominada limpieza de cauces consistente en dragados, canalizaciones, sellados, hormigonados con retirada de vegetación autóctona es el caldo de cultivo para la destrucción geológica y la invasión biológica de especies oportunistas como el cañizo, que tanto daño ha hecho a las construcciones humanas que infravaloraron el riesgo con el aumento de la cantidad y velocidad de las avenidas al existir tramos encañonados sin rozamiento, muchos de ellos perfilados con hormigón a modo de tuberías. La mejor manera de eliminar las cañas, muy sensibles a la sombra, es volver a recuperar la vegetación de ribera, entonces ya no crecen.

Por otro lado, la nueva variante de las inundaciones freáticas —que tanto dañan a la agricultura— se extiende también por el subsuelo cuando la regulación de las avenidas en cuencas y subcuencas se dilata tanto en el tiempo que resulta en un fenómeno antinatural; recordemos que en la parte alta de la llanura de inundación abundan gravas y arenas, materiales permeables que permiten el movimiento subterráneo del agua, la permeabilidad se mide en metros/segundo o kilómetros/hora, es decir, su dimensión es de velocidad. El que hasta ahora algunas riadas no excesivamente violentas pudiesen haber sido reguladas en el tiempo ha podido salvar vidas, pero no quiere decir que siempre haya sido y vaya a ser así, como ejemplos, la rotura de la presa de Vega de Tera en 1959, el desbordamiento de la presa de Torrejón el Rubio, en Cáceres en 1965, la Pantanada de Tous de 1982 o la catástrofe de Biescas en 1996. Todo tiene un límite, hasta las construcciones humanas proyectadas con las tecnologías o la ingeniería más avezadas. Así es como el estrés al que hacemos referencia tiene también una dimensión cultural. Veamos:

La nueva revolución urbana suscita cambios profundos en la manera de pensar

El año 2010 supuso un ecuador en la evolución del planeta, más de la mitad de la población comenzamos a vivir en ciudades, una nueva experiencia para la vida en la Tierra que se caracterizaría fundamentalmente por las nuevas corrientes artificiales planetarias, entre ellas el suministro de recursos y la extracción de desechos desde las unidades estructurales de la urbanosfera: las ciudades. Hoy los urbanitas somos el 56%. Construir y gestionar nuestros entornos y hábitats pasa también por un cambio de mentalidad ante las nuevas relaciones entre un medio humano artificial y un medio natural muy difícil o imposible de someter y domesticar. La evolución a nuevas condiciones lo es a nuevas necesidades y por tanto, a nuevas formas de pensar y actuar. También han evolucionado los vínculos sociales, el desarrollo de nuevas ciencias y nuevas tecnologías que se adaptan al cambio de la naturaleza y a la escala de los desafíos colectivos. El medio ambiente es ya un patrimonio social sobre el que vemos cómo nace la discordia, pues al hacerlo patrimonio nos hemos adueñado de él adoptando una postura muy moderna, pero de apropiación de una dinámica que apenas conocemos y menos aún podemos controlar.

Si nos centramos en lo ocurrido al sur de Valencia el 29 de octubre de 2024, extraemos grandes lecciones. Vemos que la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ) notificó tanto a las autoridades locales como a la ciudadanía del riesgo de inundación en el área del Barranco o la Rambla del Poyo así como de la posibilidad de rotura de la presa de Forata al verse superada y rebosada entrando en un estado de alerta que no garantizaba su seguridad. Pero dicho embalse no tiene ninguna conexión con la Rambla del Poyo, que es la unidad geomorfológica que mató y destruyó, sino que desemboca al río Magro, es de otra vertiente. Es imposible que el vertido del agua que rebosó a la presa de Forata causara el desbordamiento del Poyo ya que no están conectados. La crecida del río Magro y del barranco del Poyo fueron eventos hidrológicos separados, aunque podrían entenderse también como dos fases de la respuesta de los cauces a un mismo episodio meteorológico de profundo carácter mediterráneo. Sin embargo, vimos en días posteriores culpar a confederaciones, agencias meteorológicas y administraciones de poner en peligro a la población e incluso de provocar la catástrofe porque se habían derribado presas y se soltó el agua de Forata sin avisar.

Realmente no se ha derribado ninguna presa en España, sino que se está intentando, con buenos criterios de seguridad, quitar el mayor número de obstáculos como canalizaciones y azudes en desuso para reequilibrar el perfil fluvial, la mayor parte en mal estado o en abandono que alteran el discurrir geológico y biológico de ciertas cuencas, aumentando el estrés, la exposición de las comunidades y el peligro, además de los millones en multas que pagamos todos los años por mantener nuestros cauces en un estado lamentable y no cumplir con la Directiva Marco del Agua (DMA), especialmente con su punto 15: el principio de solidaridad en la gestión las inundaciones, encañonando aguas abajo el flujo devastador para que sean otras comunidades las que se inunden o sufran la catástrofe, generalmente las más humildes, una mala práctica demasiado extendida en España. Tampoco la desviación del Turia inaugurada en 1969 ha podido, de momento, demostrar ninguna influencia en lo ocurrido ya que tampoco está conectada con la vertiente en cuestión, en todo caso, podría ser otra manera de trasladar el problema si se superase el caudal de evacuación del proyecto y los alrededores del área receptora no se preparasen para recibir tal impacto.

Nuestra adaptación pasa irremediablemente por un cambio de mentalidad, no es posible considerar ni dar cabida a conspiraciones sin ninguna base científica, empírica ni histórica con fines muy alejados de los de ir alcanzando el mayor grado de bienestar para las comunidades. La explotación del territorio desde posiciones economicistas ya ha demostrado ser un desastre. Afortunadamente emergen propuestas para preservar la vida y hacerlo desde ese máximo grado de bienestar, es decir, el menor riesgo. Este nuevo urbanismo está muy alejado de las propuestas carentes de resiliencia de aquel paleourbanismo del siglo XX que necesitó formas de gobierno firmes, decididas y que dispusieran de poderes fuertes para ser capaces de mantener el orden. Ahora la ciudadanía está formada y se informa, opina y modifica proyectos, grandes infraestructuras o estrategias energéticas, muchas veces a pesar de la obstrucción de un ecosistema político-empresarial enfocado al beneficio cortoplacista que pone en peligro el medio, la vida y se resiste a desaparecer. Aquella autoridad de antaño que se desvanece se apoyaba en la intermediación social de un estilo de vida tradicional con un tipo de gobierno protegido y centralizado que hoy se ve lejano. No pudo ni puede dar una respuesta contundente y satisfactoria a cualquier desgracia natural.



Figura 2. Comparativa de uso del territorio en 1956, un año antes de las inundaciones de Valencia, en donde se ve que las áreas inundadas en el evento del 29 de octubre de 2024 (en azul) son huertas y el propio de 2024, donde buena parte de l’Horta se ha urbanizado. Hoy cerca del 60% del territorio está ocupado por viviendas, infraestructuras, centros comerciales, polígonos industriales, edificios administrativos, instalaciones deportivas… Arriba a la derecha se puede ver la nueva desembocadura del río Turia terminada en 1969. Fuente: Cartografía de Esmeralda Martínez Salvador, datos del PATRICOVA, SNCZI y vuelo americano de 1956. Institut Cartogràfic Valencià. Generalitat.

 

Retirada estratégica

El “Informe mundial sobre Desarrollo de los Recursos Hídricos 2019. No dejar a nadie atrás” (UNESCO) advirtió que de mantenerse el ritmo de degradación del medio con presiones insostenibles sobre los recursos hídricos, para 2050 estará en riesgo el 45% del PIB global, el 52% de la población mundial y el 40% de la producción de cereales. En el sur de Europa vivimos varias de las comunidades más expuestas del planeta, puesto que las políticas hídricas en la península más afectada de Europa por la desertización debida al cambio climático —y al declive de la energía que sustentaba la agricultura intensiva— fueron proyectadas desde una mentalidad de conquista y apropiación de territorios, costas, vegas, llanuras de inundación, barrancos o cursos fluviales, una mentalidad patológica abocada al recuerdo.

El modelo interactivo sociedad-naturaleza ya no puede basarse en que una de ellas termine con la otra o que ambas acaben destruyéndose mutuamente. Así, con el nuevo urbanismo nace la retirada estratégica como la herramienta más efectiva para garantizar el bienestar y la seguridad de las comunidades sin tener que guerrear contra los cauces o entre nosotros. Existen disposiciones locales e incluso leyes, como la Ley del Suelo de 2008 o la propia DMA que garantizan la seguridad frente a fenómenos adversos, pero lo sucedido en Valencia nos dejó claro una vez más que la Ley del Suelo va por un lado, la especulación por otro y la realidad constructiva y la planificación por otro diferente. El resultado acumuló tanto estrés que resultó catastrófico. Por eso se insta a las poblaciones a una retirada de las áreas irracionalmente conquistadas, vista ésta no como una derrota, sino como un avance, invitando a las comunidades y gobiernos a reconceptualizar el retiro como parte del conjunto de herramientas utilizadas para lograr los objetivos sociales deseados. 

Autores:
 
Antonio Aretxabala. Doctor en Geología, investigador, experto en catástrofes naturales. 

Antonio Turiel. Doctor en Física, matemático, investigador del CSIC. 

Peio Oria. Doctor en Física, meteorólogo del Estado, experto en gestión de emergencias.

sábado, 16 de noviembre de 2024

LA PROTECCIÓN EN NAVARRA FRENTE A EVENTOS EXTREMOS Y EL PRECIO DE LA INACCIÓN

Queridas y queridos lectores, Pablo Álvarez es un ciudadano sangüesino que ha desarrollado su vida profesional en Reino Unido y actualmente en Luxemburgo en el ámbito del urbanismo y la logística; parte de su carrera se ha centrado también en investigar dinámicas de evacuación ante fenómenos extremos o catástrofes. Es Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y ha sido la única persona que ha publicado en revistas científicas y técnicas a nivel internacional sobre el problema de las inestabilidades de las presas (vieja y nueva) de Yesa en cuanto a los protocolos y planes de evacuación de Sangüesa, su ciudad. Recomiendo, por ejemplo, esta: Using microsimulation software to model large-scale evacuation scenarios. The case of Sangüesa and the Yesa dam collapse (Álvarez, P. Alonso, V., 2018).
 
Tras el impacto que vivimos —y del que aún no nos hemos despertado— con las dos DANAS sucedidas en apenas quince días en el área mediterránea, especialmente al sur de Valencia, Pablo propuso escribir juntos un pequeño artículo divulgativo en relación a la protección en Navarra en general y en su ciudad en particular, por el especial riesgo y exposición a que está sometida la población aguas abajo del río Aragón desde la inestable obra de recrecimiento de Yesa. Los propios afectados enviaron una nota de prensa a los medios denunciando esta observación que ya no puede pasar desapercibida entre nuestros dirigentes.
 
Desde septiembre de 2022 supimos que el Gobierno de Navarra había recibido 17 meses antes —en abril de 2021— un informe que dejaba claro que la población sería sometida a más riesgo y más exposición al contemplar el seguir adelante con las obras de recrecimiento desde el conocido estado de inestabilidad previamente negado de manera sistemática y que por fin, tras dos décadas, era reconocido, aunque en lo que atañe a la seguridad de la vida de miles de personas de nada sirvió. Entonces ya se había cuadruplicado el presupuesto de partida. La obra, que comenzó en aquel planeta de 2001 y debió estar terminada en 2006, finalmente no tiene fecha de entrega, aunque la ex-presidenta y el nuevo presidente de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) ya han apuntado que ni siquiera será posible en 2027. Desde 2023 la obra permanece parada a la espera de un cuarto modificado aprobado en febrero de 2016.

En la siguiente entrevista, en la Brújula de Onda Cero con Aitor Plaza, se resume ese estado de inestabilidad y cómo se fue labrando la idea de exponer a más riesgo a la población para favorecer el beneficio económico con la continuidad de una obra que, se mire por donde se mire, es un fracaso anunciado. Algo que ya denunciamos en los momentos posteriores a la primera DANA que impactó en el sur de Valencia.
 
Las obras de Yesa en La Brújula de Onda Cero
 
La obra de Yesa ha supuesto la ruina, expropiación forzosa y demolición de dos urbanizaciones entre 2013 y 2020, no se ha frenado el movimiento de la ladera derecha que alcanzó hasta 30 cm/mes en 2013, el factor de seguridad global es inadmisiblemente bajo, la cimentación de la vieja presa ha sido levantada en su estribo norte, los aliviaderos afectados deben ser reconstruidos en alguna zona no afectada por el deslizamiento principal  y Sangüesa, la ciudad de Pablo, vive bajo esta amenaza continua sin haber desarrollado ni evaluado un protocolo o un plan de evacuación funcional. Pero Sangüesa y Yesa también han entrado —prácticamente sin darse cuenta, como todos los países del mundo y en especial los de la Europa más influenciada por el calentamiento del Mediterráneo—, en este nuevo planeta.

Paz y Bien
Antonio Aretxabala
Los trágicos eventos recientes de la DANA en Valencia son una llamada de atención ineludible: las catástrofes naturales no son sólo teoría y estadística, sino una realidad que afecta nuestras vidas y deja una estela de dolor a su paso. Las lluvias torrenciales en la región han dejado pérdidas humanas irreparables, han afectado a cientos de miles de personas y han generado daños económicos millonarios. Nos solidarizamos profundamente con las familias y víctimas afectadas por esta desgracia. Este tipo de eventos nos demuestra que fenómenos que alguna vez consideramos extraordinarios son cada vez más frecuentes y devastadores.

Parte de la causa radica en el cambio climático, que exacerba la intensidad y frecuencia de estos fenómenos. Pero el problema no termina ahí: simplemente, no estamos preparados. Nuestra falta de una planificación urbana adecuada también es responsable. Durante décadas, se han diseñado asentamientos en zonas inundables o áreas vulnerables, sin sopesar correctamente los riesgos para las personas y sus hogares. Hemos construido viviendas, infraestructuras y zonas industriales en lugares frágiles —junto a ríos, aguas abajo de presas o en laderas volcánicas— ignorando el papel esencial de una planificación que respete los límites de la naturaleza. Debemos ser conscientes de algo fundamental: el planeta para el que fueron creadas nuestras políticas y normativas actuales ya no existe. Hoy enfrentamos un mundo transformado, con desafíos climáticos y riesgos naturales que exigen respuestas nuevas y urgentes.

Incluso cuando se consideran los riesgos naturales en la planificación, esto no basta. Tener un plan de evacuación o respuesta ante emergencias no es suficiente si se queda en el papel: debe implementarse, revisarse, actualizarse, comunicarse regularmente a la población y ensayarse con simulacros. La eficacia de estos planes radica no solo en su diseño, sino también en su capacidad de adaptación y en la preparación de la comunidad para activarlos cuando sea necesario, porque la práctica de la protección es una actividad tanto individual como colectiva. En este sentido, la dejadez de los responsables políticos se hace evidente.

Podríamos discutir sobre si la gente de las zonas afectadas por la DANA sabía que existía un riesgo real, si se les había formado y preparado para actuar ante una emergencia, si la coordinación entre organismos fue la correcta, o si el sistema de alertas funcionó de forma eficiente, pero esto es algo que los responsables políticos tendrán que aclarar a su debido tiempo, haciendo un análisis a posteriori para saber cómo pueden mejorarse los mecanismos existentes para evitar que esto ocurra de nuevo.

No hace falta mirar solo a Valencia y la reciente catástrofe de la DANA para entender la urgencia de actuar. Aquí mismo, en Navarra, tenemos ejemplos claros de la necesidad de reforzar nuestra resiliencia urbana y un caso en particular que se muestra desatendido de manera preocupante. La ciudad de Sangüesa, situada junto al río Aragón y aguas abajo de la presa de Yesa, lleva décadas bajo la sombra de un riesgo latente. El recrecimiento de la presa sigue siendo un tema polémico debido a los riesgos geológicos que implica y, por ende, a la amenaza potencial para la población aguas abajo tras la evacuación, expropiación forzosa y demolición de dos urbanizaciones.

Ante esta situación, el Ayuntamiento de Sangüesa ha tomado importantes medidas preventivas. En 2014, se elaboró el Plan de Actuación Municipal ante el Riesgo de Inundaciones de Sangüesa-Zangoza (PAMRIS) como primera estrategia para definir acciones frente a posibles inundaciones. En 2017, se creó la "Hoja de Ruta hacia el Plan de Evacuación de Sangüesa-Zangoza (PES)", un documento técnico diseñado para detallar los pasos necesarios hacia la implantación de un plan de evacuación en caso de una rotura de la presa de Yesa. Gracias a estos esfuerzos, en 2022 el PES fue homologado por la Comisión de Protección Civil del Gobierno de Navarra, consolidando una respuesta organizada ante emergencias. Además, en 2020, el Ayuntamiento instaló un sistema de sirenas de alerta con una subvención del Gobierno de Navarra, garantizando que la población pueda estar informada y avisada para actuar en caso de emergencia.

Estas acciones demuestran el compromiso de las autoridades locales con la resiliencia de Sangüesa y la protección de sus habitantes, pero la respuesta no debería quedarse en la redacción de un plan. El riesgo es real y se debe avanzar hacia una implementación completa, constante y dinámica que involucre a toda la población. En el caso de Sangüesa, desde la presentación del PES a la población a principios de 2023, no se han llevado a cabo las medidas restantes señaladas en la Hoja de Ruta para la correcta implementación del PES. El grupo de trabajo, creado en su momento para redactar e implementar el Plan, no se ha vuelto a reunir. Tampoco se ha revisado la adecuación de los planes de evacuación de edificios vulnerables conforme al PES. No ha habido nuevas iniciativas formativas ni informativas (como folletos o charlas), ni se han realizado simulacros, ya sean parciales o totales. Además, falta un mecanismo para actualizar y revisar el PES regularmente, en coordinación con otros planes y mecanismos autonómicos, lo cual es fundamental para convertirlo en un documento vivo que evolucione junto a las necesidades de la ciudad.

No deberíamos esperar a que las tragedias sucedan para tomar medidas. La historia y los recientes eventos de la DANA en Valencia y otras localidades tanto mediterráneas como centroeuropeas, aún muy recientes, nos recuerdan que los planes de evacuación no pueden quedarse en un cajón. De lo contrario, cuando llegue el momento de utilizarlos, todos los esfuerzos invertidos se volverán inútiles: un plan desactualizado, vecinos sin saber qué hacer ni dónde ir, y sistemas de alerta que fallan en el momento crítico. La educación de la población es crucial, pues no sólo ayuda a reducir el riesgo, sino que crea una cultura que salva vidas. Y la preparación, si no se mantiene activa y funcional, corre el riesgo de convertirse en una falsa seguridad que solo agrava la situación.

Debemos tomar esta llamada de atención de la naturaleza como una oportunidad para abrir los ojos y actuar. Podemos tener planes técnicos impecables, sistemas de alerta eficaces, infraestructuras adaptadas a los riesgos naturales, planes de evacuación detallados, pero si después no existe voluntad política para mantenerlos, revisarlos e implementarlos, todo ese esfuerzo no servirá de nada. Es esencial que la gestión de riesgos sea una prioridad constante, no solo un compromiso puntual tras cada desastre. ¿Estamos dispuestos a invertir en planificación, prevención y resiliencia o dejaremos que la tragedia sea nuevamente nuestra única maestra?

Antonio Aretxabala
Doctor en Geología y experto en catástrofes naturales

Pablo Álvarez
Doctor Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y experto en urbanismo

jueves, 31 de octubre de 2024

INUNDACIONES EN VALENCIA, ESPAÑA: EL CALENTAMIENTO DEL MEDITERRÁNEO ES DINAMITA

 

PUBLICADO EN LE MONDE: 

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Queridas y queridos lectores, desde la frialdad de los análisis científicos tras cada catástrofe, sirvan las presentes reflexiones para, lo primero, enviar toda nuestra solidaridad y apoyo a los familiares de las personas que han dejado la vida tras las inundaciones de Valencia, Castilla-La Mancha y Andalucía, así como a todas las personas afectadas. Y segundo, reflexionar sobre lo ocurrido para no volver a caer en los mismos errores, no sólo en esas comunidades, pues cualquiera podemos vernos inmersos en una situación similar, sino en todas las que vamos aprendiendo e interiorizando que muchas de las fórmulas de control del pasado ya no funcionan, pues ahora vivimos en otro planeta.

La retirada estratégica surge una vez más como la única solución, por radical (de raíz), que ataja el problema y que, con Sandrine Morel, comentamos al final de la entrevista en Le Monde. Muchos Estados de los que llamamos avanzados, como algunos de los EE.UU. o de Europa, entre los que se encuentra su país, Francia, ya han puesto en marcha compensaciones y políticas de retirada estratégica, y no como una derrota, sino como la mejor herramienta para garantizar el bienestar y la tranquilidad de sus comunidades, retirándonos de aquellas áreas que conquistamos de manera irreflexiva e irracional por favorecer intereses especulativos, exponiendo a miles de personas a amenazas cada vez más violentas. Incluso aquí en Navarra, tímidamente comenzamos a comprender que devolver al río su territorio es la única solución para garantizar la seguridad ante la oleada de eventos extremos que tan solo acaba de comenzar.

Paz y Bien

Antonio Aretxabala

Pamplona, 31 de octubre de 2024

Inundaciones en Valencia, España: el calentamiento del Mediterráneo es dinamita

El aumento de las temperaturas del mar Mediterráneo y la urbanización generalizada de las zonas inundables de la Comunidad Valenciana explican la magnitud de los daños causados ​​por el episodio de “gota fría” o DANA registrado en la Comunidad Valenciana el martes 29 de octubre, según Antonio Aretxabala, doctor en geología de la Universidad de Zaragoza y experto en catástrofes naturales.

Las lluvias torrenciales y las inundaciones no son nada nuevo en el sureste español, pero parecen cada vez más destructivas.

La temperatura del mar Mediterráneo sigue aumentando debido al calentamiento global. Este verano volvió a batir récords. Por tanto, la atmósfera es más cálida y está llena de vapor de agua. Sin embargo, cuando el viento del Levante, procedente del Mediterráneo, cálido y húmedo, se encuentra con una depresión aislada de aire frío procedente de gran altura, una lengua de aire frío procedente del Polo Norte, como ocurrió el martes, se denomina DANA o “gota fría”, esto provoca lluvias torrenciales. Un fenómeno meteorológico tanto más extremo cuanto que el aire se carga con millones de toneladas de agua debido al aumento de las temperaturas. Así, en los alrededores de Valencia, durante más de ocho horas, cayeron cerca de 500 litros por metro cuadrado, lo que lo hace excepcional por su intensidad. Esto corresponde a un año de lluvias normales en el noreste de España.

Francia y Europa central también han experimentado importantes inundaciones en las últimas semanas. ¿Estamos hablando del mismo fenómeno?

En todos estos casos, el calentamiento del Mediterráneo es dinamita. Cuanto más aumentan las temperaturas, más vapor de agua se llena la atmósfera. Y cuanto más pequeña es la diferencia de energía entre el Polo Norte y el Ecuador, más corrientes de aire frío tienden a separarse, deambular, ondularse y llegar cada vez más al sur. Estos fenómenos meteorológicos extremos seguirán aumentando porque estamos viviendo las consecuencias reales del cambio climático.

Al mismo tiempo, venimos de una situación de grave sequía prolongada en la ribera mediterránea española. ¿Existe un vínculo entre estos dos fenómenos?

De la misma manera que las lenguas de aire frío se mueven cada vez más al sur, las masas de aire cálido se mueven cada vez más al norte. Con el cambio climático, cada vez hay más episodios extremos: las sequías son más largas, las precipitaciones son más violentas. Es una especie de caos climático y eso no es ninguna sorpresa. Los científicos llevamos 30 años dando la alarma.

Los daños en Valencia son especialmente graves. ¿Cómo lo explicas?

España es el país con más presas en relación a su superficie. Esto creó una falsa sensación de seguridad, en torno a la idea de que podríamos controlar las inundaciones, absorber el exceso de lluvia y verterlo gradualmente en los canales de descarga, sin riesgo. Desde los años 50 y 60 construimos en zonas inundables, muy cercanas a los ríos, y vertimos hormigón en todas direcciones, lo que provocó la pérdida de permeabilidad del suelo. En la región de Valencia, en particular, las llanuras aluviales han estado muy urbanizadas. Sin embargo, presas y ramblas (canales naturales de evacuación de cursos de agua) no son suficientes para hacer frente a caudales como el que hemos visto estos días.

En su opinión, es probable que este tipo de episodios se repitan...

Sí. De hecho, sólo hay una solución, la retirada estratégica: compensar a las personas que viven en estas zonas inundables y encontrarles alojamiento en otro lugar, para corregir los errores que cometimos en el pasado. No se trata de pensar que hemos perdido la guerra contra la naturaleza, como algunos la presentan, sino de buscar una forma de vivir en simbiosis con ella. Esto requiere tiempo y dinero, pero si no queremos seguir perdiendo vidas y gastando millones de euros sin parar en reconstruir lo destruido, no hay otra solución...  

Sandrine MOREL

Portada del sábado 2 de noviembre de 2024 
 
En Le Figaro TV
¿Por qué fueron tan devastadoras las inundaciones de Valencia?  

En Radio Euskadi Inundaciones. El calentamiento del Mediterráneo es dinamita

En EnJake/Onda VascaDANAS: Reconstrucción, impacto climático, mala urbanización y exceso de confianza