lunes, 25 de enero de 2021

RECUPERACIÓN, TRANSFORMACIÓN Y RESILIENCIA: LA CRISIS ECOSOCIAL NO ERA FICTICIA



Queridos lectores:

Los planes de recuperación, transformación y resiliencia que ahora irrumpen con urgencia desde el poderoso estímulo de los fondos europeos, llevan años puestos encima de la mesa en su versión descentralizada, desjerarquizada, desglobalizada..., por asociaciones culturales, científicas, fundaciones e incluso grupos vecinales que fueron sistemáticamente obviadas o ridiculizadas desde las propias instituciones.
 
Varias de las organizaciones políticas que así obraron, hoy están en el poder, su respuesta ha sido tajante: rápidamente se han pintado de verde. Sin embargo, ahora desde las administraciones afirman ser conscientes de la necesidad de un cambio profundo y una regeneración de las ciudades y los pueblos que contribuyan a su recuperación, transformación, resiliencia. Pero, ¿realmente lo estamos entendiendo?
 
La respuesta es que si lo entendiésemos no caeríamos en la gran contradicción que vamos a mostrar, o bien que entendiéndolo, preferimos obstaculizar (por cuatro años de poder) la oportunidad ya bien trabajada desde pueblos y ciudades para el necesario cambio adaptativo que vamos a transitar, nos guste o no, por las buenas o por las malas, pero lo vamos a transitar. El problema es que actuando así propiciamos un itinerario de declive "por las malas".


¿Por qué si lo hacen nuestras instituciones se lo permitimos? La mayoría de las fuerzas políticas se ven obligadas por las grandes empresas a las que sirven, a abandonar la idea de que la crisis ecosocial contra la que quieren tomar medidas es una crisis ficticia, una fantasía de "los grupos ecologistas" y afines —que era la tesis que sostenían hace apenas dos años cuando no existían esos jugosos fondos de recuperación dedicados a tal propósito— mientras comprueban el avance del deterioro económico y social, el cual sigue el curso previsto.
 
Así que hemos pasado a velocidad de vértigo y casi exclusivamente por un imperativo de corte económico, a centrar nuestros esfuerzos en apuntalar el principio doctrinal que alimenta el credo del denominado liberalismo verde, capitalismo verde, neoliberalismo verde e incluso ecofascismo: el de que el sistema socioeconómico mercantilista o más bien neoliberal, no tiene nada que ver con la crisis ecológica que vivimos y sigue su curso.

Sin embargo, desde la Europa comunitaria y otros países desarrollados, se crearon itinerarios como la Agenda 2030 o el Dictamen SC/048 hace años para llevar a buen puerto esa adaptación. Parecía que la llamada sostenibilidad era la única salida posible a la crisis sistémica y así resultó ser, pero una persona, una organización social, una empresa o una iniciativa no es sostenible simplemente porque lo repita muchas veces y ejemplos históricos de los que aprender sobran; y es que todo iba bien aquí a costa de otros territorios, de otros cuerpos, otras vidas.
 
Aunque la UE por fin se dio cuenta del gravísimo problema, al menos eligió el único itinerario factible para salir lo menos perjudicados posible, no sin grandes contradicciones: una transición ecológica que aún no se comprende o no se quiere comprender. Algo que si no nos esforzamos en interiorizar está siendo realmente peligroso para millones de vidas.
 
Sin embargo, vemos que la cosa ha empezado "de culo" porque caemos en el mismo error de siempre: la ciudadanía subvencionará a fondo perdido las inversiones a las grandes empresas, ahora engalanadas de verde, digital e inclusivo. Otras financieras invertirán mucho dinero también, pero con grandes y jugosos retornos garantizados por los gobiernos (a costa de la ciudadanía). 
 
Esta es la definición de capitalismo verde: una organización económica que necesita la destrucción de la vida, los ecosistemas y las comunidades para que unos pocos desalmados puedan hacer negocio con su reparación. Por eso el denominado liberalismo verde también necesita de la destrucción y la desposesión de las comunidades antes de pretender repararlas.

España, según el Programa Europa 2020, tenía que haber reducido la pobreza en 1,4 millones de personas entre los años 2010 y 2020, pero escogimos el camino contrario.

2. ¿Poner en duda el sistema mercantilista aunque ya no quede ni su sombra?

 
Es decir, en la mayoría de las propuestas se excluye lo fundamental: la idea de que, siendo la crisis sistémica la propia realidad del sistema mercantilista, y siendo creada por él, no se puede solucionar desde los propios mecanismos que la generan. Sin embargo, pareciera que la asignación de más recursos económicos para esos mecanismos sí lo pueden conseguir: la propia crisis económica que se ha creado —como la medioambiental y la social que genera y se amplifica en las nuevas condiciones de irreversible declive energético y de recursos— tendría entonces una solución económica.
 
Como la experiencia muestra, esto es imposible, el planeta no negocia, y si a estas alturas las instituciones no se han dado cuenta de que, a la larga se acentúa el problema, y que solucionar una crisis con los mecanismos que la generan es imposible, es porque no hemos comunicado bien el problema o no hemos comprendido el cometido que les hemos brindado.

En este callejón sin salida, hemos presenciado varios intentos por desvincular las muy enfermas relaciones mercantilistas de la crisis ecosocial. Además de pagar de manera comunitaria sus irresolubles carencias, perdiendo de esta manera su propia definición teórica, la principal maniobra del liberalismo verde es hacernos creer en una nueva excusa, esta vez en forma de sueño: la disociación del crecimiento económico de lo mineral, de lo material, también de las relaciones culturales, de las cadenas de suministro garantizadas, de la globalización, y todo ello gracias al milagro de una eficiencia (que la termodinámica reconoce imposible) en un nuevo mundo digital.
 
Como el capitalismo en sí es inviable sin crecimiento económico, y como el crecimiento económico es inviable sin sus correspondientes incrementos constantes, especialmente en la garantía de flujos minerales y energéticos siempre crecientes, el transporte de cada vez más (y no menos) mercancías, minerales, fertilizantes, semiconductores, vacunas, piezas..., y por supuesto, la pronta retirada de desechos, lo que se nos propone es tener fe en que se obre el milagro de la eficiencia y de algún modo la economía capitalista se disocie de su base material y sus graves impactos ambientales, eso sí, con otro incremento temporal y nuevamente puntual de más deuda que en el medio plazo nos acerca sin otra solución a una economía de subsistencia.
 
3. El fin de la seguridad
 
Si algo nos ha enseñado la pandemia de COVID-19 es que la seguridad de los suministros no está garantizada y que depender de largas cadenas de abastecimiento nos ha llevado al colapso de sectores al completo, tal y como analizamos en este informe y en el que se aporta la misma certeza —desde varios organismos internacionales— sobre las bases que sustentan nuestra organización social: el flujo creciente y garantizado de minerales, materias primas y productos manufacturados; éste ha sido el único motor del denominado crecimiento económico, pero ha chocado contra los límites de su propia toxicidad.

Se nos invita, dicho de otro modo, en primer lugar a obviar la necesaria extralimitación material de la economía mercantilista, que ya se ha rebasado con creces y en aspectos clave de manera peligrosa para nuestras vidas. Y en segundo lugar, a comulgar con la idea de que ese abuso y el medio tóxico en que deriva es simplemente un accidente y cabe, por tanto, creer en un sistema socioeconómico predestinado al crecimiento perpetuo una vez se solvente la actual anomalía (o crisis pasajera). Porque, aunque de repente no presente el crecimiento intrínseco ligado a su esencia y definición, por esa extraña anomalía cuyo carácter no es técnico, sino achacable en el mejor de los casos a una pandemia, realmente estamos culpabilizando del parón a un proceso sobrenatural, es decir, un inexplicable lapsus en el eterno camino del crecimiento energético y material perpetuo, que es por encima de todo, la esencia y definición propia de la economía de mercado.
 
Así no podemos esperar resultados en términos de productos vendibles en un marco de creciente competitividad como impulso para unos mercados que se desvanecen, menos aún sin retorno de la inversión, sin ganancias en el corto plazo. Asumirlo es aceptar que la inversión que propicie frutos de progreso para las nuevas sociedades ya solo puede generarse en un entorno no mercantil, en el que el pago es colectivo, sí, pero el beneficio financiero o el crecimiento económico no son los objetivos. Un entorno además capaz de distribuir una riqueza todavía notable aunque, eso sí, temporalmente menguante en su parte material, con comunidades dignas que sepan y puedan autogestionarse y conquisten mayores cotas de soberanía, el resto es irremediablemente el colapso.
 
No obstante, en una sociedad necesitada de la creación de nuevos sustantivos a velocidades nunca antes vistas, a este crecimiento que no crece ya le hemos asignado un nombre, es el famoso "crecimiento verde" que viene de la mano de las distintas variaciones nacionales, autonómicas y locales del Green Deal, Green New Deal, New Green Deal Europa, Next Generation, etc. Han sido presentadas por las diferentes tendencias políticas y económicas de manera bastante pomposa, ruidosa y eufórica desde, al menos 2019, cuando una plaga de declaraciones sobre la "emergencia" climática, energética, ecológica o social, recorrieron el orbe y abonaron los supuestos actuales de brotes y crecimientos verdes.
 
Entonces no quedó nación, Estado, región, ayuntamiento o ciudad que no declarase como mínimo su "emergencia climática", eso sí, sin renunciar al crecimiento perpetuo que se guardaba en la chistera como crecimiento verde. Este pensamiento mágico se conforma desde las bases teóricas de quienes cooptan por gestionar los fondos de recuperación, transformación y resiliencia de nuestras comunidades: toda una cadena de milagros.

 

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