Queridas y queridos lectores, quisiera compartir unas reflexiones desde la playa de Arnao en Castrillón, Asturias (figura 2), porque es aquí donde comenzó la explotación industrial de hidrocarburos y con ello el primer ferrocarril de la España peninsular a principios del siglo XIX. Estas rocas del Devónico y del Carbonífero son un auténtico libro abierto de más de 400 millones de años. Podemos leer las páginas del viaje de Iberia desde el hemisferio sur hasta nuestras actuales latitudes, pero además, esta deslumbrante geología nos ayuda a comprender por qué hemos avanzado tan poco en cooperar entre nosotros mismos por nuestro bienestar, habiendo aprendido de maravilla a quemar cosas para tener cosas que quemar.
Integrando los datos de consumo, emisiones, destinos de los "fondos de recuperación y resiliencia" y unas cuantas variables más, vemos que vivimos en un momento crítico en que las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) se han disparado en todo el mundo con un impacto nulo o negativo en nuestras economías, pero esto ya sucedía antes de la guerra de Ucrania y de la pandemia. Por tanto, deberíamos asumir un diagnóstico certero para no tomar decisiones que nos abocan al fracaso. Y eso, tomar decisiones que pagaremos muy caras nosotros, pero sobre todo nuestros hijos, es lo que estamos haciendo.
Estamos quemando lo peor que hemos encontrado en nuestra historia, y de manera desesperada para obtener cada vez menos energía. Algo, por otro lado, de lo que desde la comunidad científica ya se advirtió. Estamos, literalmente, quemando porquería porque no sabemos hacer otra cosa. Y las modernas tecnologías de captación de energías renovables, no han venido a sustituir nada, simplemente se han sumado a esta macabra fiesta de los excesos.
Sobre Arnao, su historia y su importancia para comprender nuestro presente, recomiendo este artículo en la Revista 151515 que escribí cuando se cerró la última mina de carbón española (se decía no rentable) en 2019 y
comenzamos a trazar una Transición Energética de la que ya disponemos de
una buena mirada por el retrovisor, pues más de tres años apuntan a que
hemos tomado el camino opuesto al que nos habíamos propuesto.
Han pasado, además, casi otros tres años desde que se pusieron en marcha los itinerarios de recuperación y resiliencia basados en las nuevas economías verdes, digitales y de adaptación a los impactos ante eventos extremos derivados del cambio climático antropogénico debido al calentamiento global de apenas 1,2ºC, cuando ya tenemos que asumir que no vamos a poder frenar la maquinaria que nos lleva a los 1,5ºC del acuerdo de París de 2015. Aquí estarían incluidas las que afectan a nuestra salud física, mental y social de manera cada vez más difícil de separar. Desde olas de calor, incendios y sequías históricas, hasta inundaciones que se calificaron como prácticamente imposibles en 500 años, los impactos físicos, por ejemplo en Navarra, han sido catastróficos al menos cuatro veces en la última década. Imaginar alcanzar los 2ºC que están a la vuelta de las esquina debería hacernos reaccionar de manera radical (desde la raíz).
Antonio Aretxabala
Arnao, Asturias, 18 de noviembre de 2022
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Primera generación que ha quemado lo de nuestros abuelos y lo de nuestros nietos (el fantasma de la deuda con el pasado y con el futuro)
La estrella del cambio de modelo productivo son los fondos Next Generation EU con la proliferación de las tecnologías de captación de energías renovables y la electrificación de la economía. Pero no es nada nuevo, han pasado también tres lustros desde el colapso de los mercados de 2008 y la consolidación de "la crisis" de la que somos incapaces de salir. Fue entonces cuando Europa ya se comprometió a transitar por una economía verde y digital basada en la incorporación de las tecnologías de la información y el conocimiento (TIC) con la propuesta Smart 2020. La meta apuntaba a 2020. Gracias a los servicios digitales se podría refundar el capitalismo (Merkel, Sarkozy, 2009) con una caída cercana al 20% en emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y un aumento global del 20% del PIB.
Pero nada de todo aquello llegó a suceder. Las emisiones de CO2 no disminuyeron, se incrementaron en más del 15% y vivimos de una deuda impagable con las “Next Generations”. El montante que pagamos y pagarán nuestras nietas ha ido a parar a las mismas grandes corporaciones que nos trajeron a esta situación de crisis económica, desigualdad, saqueo a las arcas públicas y caos medioambiental. Hoy, además, ostentamos el récord de sobrepasar las 420 ppm de CO2 por primera vez en tres millones de años (figura 1), cuando el homo sapiens aún no existía. La adaptación a estas alturas, sigue chocando, por ejemplo, contra una especulación inmobiliaria agonizante que aún ejercitan los ayuntamientos.
En los sectores estratégicos no está sucediendo absolutamente nada de lo propuesto. Aunque la tecnología digital ya se ha extendido ampliamente entre los itinerarios productivos y la mayoría de procesos se han optimizado con las cadenas de montaje y suministro de bienes materiales o virtuales, las emisiones de todos los sectores continuaron en aumento hasta marzo de 2020, cuando debido a la pandemia de COVID-19 se frenaron, pero posteriormente se volvieron a desbocar y hoy más que nunca debido sobre todo a la vuelta al carbón.
A pesar de ello entramos en recesión. Las grandes corporaciones empresariales y sus medios culpan a la pandemia, a China o a la guerra en Ucrania, pero los síntomas son muy anteriores y desde la comunidad científica ya se vino avisando del problema hace décadas. ¿Entonces, qué es lo que realmente está ocurriendo con la energía? Negacionismos de varias índoles cada vez más sorprendentes.
Negacionismo teórico, negacionismo dopado y, ¿nuevas oportunidades?
Hoy necesitaríamos abrir cientos de minas de litio, cobalto, níquel o grafito (que funcionan con diésel) de aquí a 2035 para poder completar las expectativas de movilidad verde y “sostenible” que nos hemos propuesto. ¿Vamos a ser capaces de cumplir el sueño del desacoplamiento de la economía? Recomiendo leer esto al respecto.
Todo apunta a que seguir intentando avanzar en una sociedad termoindustrial es prácticamente imposible con energías renovables; pero tampoco como base para digitalizar a escala una economía basada en la automatización y las TIC. Considerar que eso es posible, que el consumo de recursos y materiales geológicos, energéticos o críticos, puede seguir creciendo a demanda y además, tomar así decisiones a largo plazo involucrando a las generaciones por venir, sin que ellas puedan decidir sobre sus vidas, nos está llevando a un nuevo fracaso económico y medioambiental.
Obviamente esta manera de actuar viene acompañada de una suerte de negacionismos de lo más absurdos y peligrosos y que, ignorantes o interesados, han permeado ya nuestras instituciones. Nuestras hijas y nietas están pagando muy caros los excesos y decisiones que tanto les afectan pero en las que no pudieron participar. Nuestras abuelas se echarían las manos a la cabeza si lo pudiesen presenciar.
La primera reacción ante quien pone sobre la mesa con toda crudeza estos hechos y los datos que los acompañan, es pedir una solución, generalmente técnica o tecnológica. Un ejemplo vivido por el autor hace casi un lustro, vino con la publicación en la revista Libre Pensamiento de este artículo, que fue devuelto hasta tres veces porque los revisores querían ver "una solución".
Realmente no existe "una solución" y menos aún que venga de la esfera tecnológica, al fin y al cabo toda tecnología sin una energía versátil (y sobre todo barata) de respaldo es escultura. Las soluciones son muchas, variadas y no sólo técnicas, sino sobre todo, de un cambio de organización social, pero no serán las mismas para cada comunidad. No es lo mismo solventar el problema de las entradas de energía o recursos básicos y las salidas de desechos en Madrid que en Arnao; una necesitará reinventarse completa y rápidamente, tal y como vimos aquí y otra tiene más fácil su transición de manera sosegada (las decisiones de Felipe II y la importancia de Arnao se explican en este artículo y en el siguiente vídeo se dan unas pinceladas).
Y es que una solución global se daría en un mundo globalizado, pero el nuestro ha comenzado su andadura por la desglobalización, nos guste o no, algo que también genera un negacionismo irracional e incluso la crítica violenta. Las fuerzas de descentralización son cada vez más fuertes porque se adaptan a entornos de menores flujos de energía versátil y barata, pero también podrían resultar más necesarias para la dignificación de la vida en esta innegociable transición que hemos comenzado prácticamente a la fuerza. Con la geología no se negocia.
Lo que sí se debe hacer es intentar reforzar el comprender nuestro papel como seres humanos en relación a lo que hemos denominado nuestro "patrimonio natural" o nuestro "patrimonio geológico", dando muestras así de una mentalidad muy moderna, pero también conlleva una voluntad de apropiación. Nos hemos hecho dueños (unos más que otras) de algo que apenas comprendemos, pero que menos aún podemos controlar.
Tenemos en nuestras manos la responsabilidad de mejorar nuestras vidas con la de la de las personas que nos acompañan y la de nuestros descendientes, y lo vamos a lograr, siempre que, desde un diagnóstico certero, seamos capaces de vivir de manera creativa, cooperativa y fecunda en armonía con un mundo al que hemos sometido a cambios importantes. Pero dichos cambios son el reflejo de nuestra manera de pensar, de vivir y de relacionarnos entre nosotros y con el medio que garantiza nuestra propia existencia. Ahí está la solución, una cuestión tan ética, social y política como tecnológica y científica.
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