PUBLICADO EN RIESGOS NATURALES (ICOG)
España fue pionera en Europa y en América de muchos asuntos relacionados con la Tierra, su dinámica y una ordenación óptima para paliar el embate de una tierra violenta, hoy lo es en muchos campos más, aunque la debilidad política institucional no permita aflorar las históricamente brillantes ideas y posibilidades de a quienes ya se conocieron a la sazón como los pertenecientes a “la cabeza de Europa”
VISIÓN TRIDIMENSIONAL DEL TERREMOTO DE OSSA DE MONTIEL Y RÉPILCAS
Nuestra historia española, europea y americana está íntimamente ligada con los fenómenos sísmicos. Aunque no cesen de sorprender incluso a los expertos. A pesar del último terremoto de febrero de 2015 ampliamente sentido en Iberia, desde el norte de Castilla hasta el sur peninsular, y especialmente en el sureste de la capital Madrid, que no ha supuesto daños remarcables ni víctimas, estos acontecimientos inundan durante unas horas diarios, radios, televisión y medios de comunicación; al igual que los episodios más recientes como los de Lorca, El Hierro, Jaén o Navarra, ocupan espacios de actualidad con tiempos muy cortos y no llegan a cuajar en una población que sigue dando señales de desconocimiento de este fenómeno natural, el cual rápidamente vuelve a ser marginal.
Así es como se desarrolla nuestra “amnesia sísmica” a pesar por ejemplo de puntualidades como el desalojar la sede del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) durante unos minutos después de que saltara la alarma de seguridad el pasado 23 de febrero de 2105, fecha que para algunos quedará fijada en su memoria como el día que vio tambalearse su barrio. Al menos sabemos que poco a poco la ciencia y la conciencia sísmica calan en una sociedad que vive de espaldas a su historia de terremotos, y es que hace la friolera de 131 años que Iberia no ha temblado de manera destructiva.
La geohistoria no obstante, nos habla de algo mucho más vehemente. A la luz de la realidad histórica, deberíamos tomar estos sorprendentes eventos muy en serio, sobre todo por la particular realidad presente y futura que nos espera, la cual podría destacarse en un pequeño gran detalle histórico: en esta anomalía sísmica de 131 años, un nuevo elemento comenzó a formar parte de nuestras vidas y se extendió como nunca otro lo había hecho antes: el hormigón armado.
2. PIONEROS
Pocos lo saben, pero España fue pionera en Europa y en América de muchos asuntos relacionados con la Tierra, su dinámica y una ordenación óptima para paliar el embate de una tierra violenta, hoy lo es en muchos campos más, aunque la debilidad política institucional no permita aflorar las históricamente brillantes ideas y posibilidades de a quienes ya se conocieron a la sazón como los pertenecientes a “la cabeza de Europa”, la ciudad de Guatemala supuso uno de sus mejores laboratorios y éxitos. Los terremotos de Santa Marta, de 1773, paralizaron el desarrollo de la ciudad de Santiago de los Caballeros, capital del Reino de Guatemala (hoy la Antigua Guatemala); el entonces Presidente y Capitán General, Martín de Mayorga, decidió como conveniente su traslado a otro lugar.
El primer urbanismo que contaba con una incipiente mirada geotécnica, que luego se comprobó muy positiva y se extendió por el orbe, incluso volvió como experiencia de ultramar para aplicarse a Torrevieja en 1829; paradójicamente y a pesar de haber sido olvidado en normativas urbanísticas modernas, el urbanismo sismorresitente es español (desde Filipinas a Centroamérica las experiencias se exportaron a todo el mundo). En la búsqueda del nuevo emplazamiento se localizaron varios lugares; un paraje en Chimaltenango, un valle en Jalapa y el valle de la Ermita en Guatemala; a fines de agosto de 1773 se determinó que provisionalmente sería el Valle de La Ermita o de Las Vacas el nuevo asiento de la capital.
El 21 de julio de 1775, casi veinte años después del mayor terremoto y tsunami que sacudirían Europa, y que especialmente se ensañó con Portugal y España (Mw 8,8) con más de 100.000 muertos, se emitió en España la Real Cédula aprobatoria del cambio de lugar, la cual llegó a Guatemala el día 1 de diciembre, entonces toda Europa, consternada aún, empezaba a despertar a su mortífera realidad telúrica de una manera más moderna, casi científica. Pero poco a poco la mayor parte de la población ya caía en el recurrente olvido europeo de la sismicidad, habían pasado dos décadas del terremoto de Lisboa.
Algo más les duró a los europeos la tregua sísmica y el olvido se dilató casi tres décadas, pero enseguida, ocho años después de comenzar el nuevo proyecto de la ciudad de Guatemala, en 1783, Calabria se lo volvió a recordar a toda Europa. Otra vez y poco a poco entre guerra y guerra, Europa se sumiría en su particular amnesia sísmica, y ya volverían a ser pocos los brotes que despertaran a semejante realidad a la memoria europea: 1802 en Vrancea (Rumanía), Almería en 1804, en Alicante, Torrevieja en 1829, el gran terremoto napolitano de 1857, en 1881 en Chios (Grecia), en 1884 en Colchester (Inglaterra) y ese mismo año en Arenas de Rey, conocido como el terremoto de Andalucía rubrica y pone fin a una época de 131 años en la que los temblores de tierra formaron parte de la cultura europea, se estudiaban en colegios y universidades y se daban pautas de qué hacer si brotaban. Esa cultura nunca más volvió.
Desde entonces, tan sólo las desgracias, como las recientes italianas y españolas, nos recuerdan a los europeos la realidad sísmica de nuestras tierras, no la prevención, la resistencia o las políticas resilientes, como las que salieron de la sustancia gris de nuestro patrimonio geotécnico y urbanista y así quedó sellado en Centroamérica; hoy ese olvido ha traído las lamentables imágenes italianas y españolas que todo el orbe ha visto alarmado en 2009, 2011 y 2012, son las instantáneas de la incapacidad para sobreponerse, de la amnesia, de la dejadez, de esa falta de cultura (en especial sísmica) que en pleno siglo XXI sigue siendo letal en Europa, el olvido del pasado frustra un futuro brillante como el que desarrollaron nuestros antepasados.
3. MIRANDO AL FUTURO
Ahora, una irrefrenable tendencia a la concentración en ciudades, lo cual ya parece imparable, nos hace afrontar que en España en breve, cerca del 70% de la población viviremos en núcleos urbanos más vulnerables a estos fenómenos. Muchas de nuestras ciudades se han construido en muy cortos lapsos de tiempo; los criterios de ordenación heredados pertenecen a planteamientos urbanísticos del siglo XX, entonces la sismicidad no era un factor a tener en cuenta como sí lo fue en el siglo XVIII ó XIX. Los recientes terremotos europeos mayores de 5 han sorteado en cierta medida el golpear cerca de grandes ciudades, si exceptuamos Lorca en 2011 (4,5 y 5,2) o l’Aquila en 2009 (5,8) así como los de Emilia Romagna en 2012, de momento los núcleos urbanos en general en Europa se han librado, pero esto no tiene por qué seguir siendo así.
La historia de España en los últimos siete siglos, está repleta de ejemplos de terremotos destructivos con intensidades por encima de VIII. Por ejemplo, en la zona pirenaica cuatro grandes terremotos con magnitudes 6 a 7 han impactado durante los últimos seis siglos. Estos eventos destructivos tuvieron intensidades de hasta IX; el último fue en 1750, hace 265 años. La ausencia de terremotos catastróficos en el último siglo se refleja en la falta de conciencia social de este peligro, y también en la escasez de investigación científica e importancia dedicada al estudio profundo de las estructuras sismogenéticas que nos preceden; desde Altamira y nuestras antorchas, hasta el almacén de residuos nucleares de Villar de Cañas, las fallas han estado ahí y cada cierto tiempo se desgarran. Tan sólo en el siglo XIII sucedió lo que ha pasado entre el XX y lo que llevamos de XXI: vivir nuestro devenir sin terremotos destructivos, es el lapso de tiempo más largo de nuestra historia en que estos fenómenos nos han dado una tregua.
Fenómenos “intraplaca” como el de Ossa de Montiel de 2015 (M 5,2) no deben pasar al olvido; zonas catalogadas como de poca o casi nula actividad sísmica a veces nos traen sorpresas. Por ejemplo, en 1817, en Arnedo (La Rioja) se produjo un terremoto al que se le ha adjudicado una magnitud por encima de 6, se sintió desde Palencia a Barcelona. Turruncún y otros pueblos riojanos fueron destrozados por otro terremoto de 5,1 en 1929. Nuevamente en 1961 otro sismo azotó buena parte de Aguilar del río Alhama y alrededores.
Más reciente y cerca por poner otro ejemplo “intraplaca” y además ya bajo la moderna perspectiva de normativas sísmicas y mapas de peligrosidad, podemos recordar aquel tan superficial de Pedro Muñoz (Ciudad Real). En 2007, golpeó (M 5,1) en plena zona clasificada ya por las normas hoy vigentes como de “bajo riesgo sísmico”, los testimonios de cuadros movidos, lámparas oscilando y sustos de la población incluyeron Huelva, Aragón o Asturias; hubo daños en edificaciones, sólo colapsó parte del Teatro de Almagro. En 1994 con la norma NCSE94 Lugo pasó a ser sobre papel una zona de baja sismicidad; entre 1995 y 1997 los terremotos lucenses (de hasta 5,2 y 5,3) estremecieron todo el norte y oeste peninsular.
Trágicamente hoy, una parte significativa ya de las ciudades también de Europa y España están localizadas cerca de regiones de conocida (o aún no) actividad sísmica ¿No es hora de repensar el urbanismo y desarrollar nuestras mejores herramientas de mitigación como la ley del suelo de 2008? Las normas de construcción sismorresistente no han sido, no son, y nunca serán suficientes. La historia nos ha dejado una laguna cultural de más de un siglo en relación a la consideración y toma en serio de estos fenómenos naturales. Recordemos que también Emilia Romagna llevaba 450 años “dormida”. En ese tiempo esa zona italiana perdió su memoria sísmica que se reflejó en la normativa italiana de 2004, en su zonación de “baja sismicidad” (5,8 y 6,0). Ahora se sabe gracias a los historiadores que no fue así, Italia ya tiene historiadores en los comités que hacen normativas, EEUU, Irán, Guatemala, Japón, también.
Los reglamentos urbanísticos nacen de esos comités, son los que determinan el marco volumétrico (normalmente por optimización del espacio) de un edifico, generalmente sin planes de diseño anti-sísmico; consideran que los terremotos actúan solamente sobre las “partes” del sistema (por ejemplo NCSE-02 o EHE), es decir, los edificios y sus estructuras, en vez de sobre el verdadero escenario sísmico: la ciudad.
Durante el lapso sísmico que va desde el terremoto de Andalucía de 1884 (M 6,6) con cerca de un millar de víctimas y una destrucción de intensidad X hemos pasado de unos 16 millones de personas viviendo fundamentalmente en un ambiente rural inmóvil, a 47 millones, una población predominantemente urbana y de alta movilidad. Aquí es donde radica el mayor peligro, y mucho más ahora que antes. La verdadera historia de España ha sido sísmica, salvando esta anomalía de 131 años justo en plena modernidad.
Tampoco deberemos olvidar que todas las teorías científicas sobre las causas de los sucesos sísmicos, volcánicos y tectónicos, se han concebido como si el movimiento espacial de la materia mineral fuera el único acontecimiento a tener en cuenta. No es de extrañar que ninguna de las teorías, hasta ahora, haya resultado realmente satisfactoria incluso para el pensamiento de orientación más mecanicista. Los resultados de decenas de estudios en todo el mundo para correlacionar clima y terremotos, en ambientes intraplaca así como en ambientes marginales de placa, en los cinco continentes, proporcionan en conjunto un fuerte apoyo a hipótesis en las que tanto el clima como nuestras actividades mineras, industriales, grandes infraestructuras, proporcionan una explicación satisfactoria para los terremotos intraplaca; produciéndose a través de la variación de la presión de poros, independientemente del régimen tectónico. Por ello, repensar el urbanismo del siglo XXI teniendo en cuenta nuestra implicación, tanto en el cambio climático como en la dinámica más externa de la corteza, es un reto que los geólogos deberemos afrontar y saber transmitir a toda la sociedad y la ciudadanía.