Libre Pensamiento. Invierno de 2018-2019. Nº97. |
Queridos lectores, en numerosas ocasiones he comentado con allegados y otros científicos y humanistas que participan en el análisis y diagnóstico del acelerado cambio o transición justa o no, ecológica o no, que nos ha tocado vivir, que nuestra labor divulgativa debería ir encaminada también hacia las personas que normalmente denominamos conservadoras o más familiarmente "de derechas". Por ello hace algunos años, además de en "nuestras parroquias" buscamos marcos de encuentro en sus entornos e hicimos, con muy buena voluntad, nuestras aportaciones en medios como ABC, Vocento, El Mundo, Cadena COPE, El Confidencial, etc.
Ese fue mi caso (y el de otros compañeros) en los inicios de la divulgación sobre el Peak Oil o pico del petróleo y sus consecuencias, el pico de todas las cosas (Peak Everything) el auge de las extracciones no convencionales como el fracking, el colapso de nuestra organización social por sectores, el declive de los recursos, la imposibilidad de garantizar la estabilidad de grandes obras e infraestructuras desmesuradas necesitadas de ingentes cantidades de energía para poder ser mantenidas a raya o la imposibilidad del crecimiento económico infinito como santo y seña de todo el espectro político. En definitiva, comunicábamos detalles sobre el decrecimiento innegociable al que estamos abocados y la transición energética que ha comenzado, además del caos climático derivado de nuestras desmesuras y su impacto ineconómico.
También con el tiempo nos dimos cuenta de que, más o menos a regañadientes, el mensaje sin edulcorar, a primera vista agorero e incluso apocalíptico, se filtraba por varias fases hasta la total aceptación de LA CRUDA REALIDAD, desde la negación, el descrédito a quienes lo transmitimos e incluso la crítica violenta. Matar al mensajero —como en mi caso— fue algo habitual, lo conozco bien, sobre todo desde que directa o indirectamente expliqué estas cosas en parlamentos y comisiones varias, y sobre todo desde las bancadas populares y socialistas casi siempre dominantes.
Sin embargo, asistimos simultáneamente a reacciones algo inesperadas que nos llevaron a un tiempo de debate apasionante:
Por un lado, las denominadas derechas interiorizaron el mensaje y tomaron medidas a su manera, la de siempre. Prepararse como élite ante los acontecimientos ha sido su previsible apuesta, la desigualdad social creciente y la exclusión de cada vez más y más ciudadanas parece parte de su agenda. Un análisis más profundo nos llevó también a evaluar si los actuales auges del fascismo y el desplazamiento del espectro político al completo hacia la ultraderecha no eran sino maniobras deliberadas para afrontar a esa "su manera" el declive del capitalismo fosilista.
Sin embargo, asistimos simultáneamente a reacciones algo inesperadas que nos llevaron a un tiempo de debate apasionante:
Por un lado, las denominadas derechas interiorizaron el mensaje y tomaron medidas a su manera, la de siempre. Prepararse como élite ante los acontecimientos ha sido su previsible apuesta, la desigualdad social creciente y la exclusión de cada vez más y más ciudadanas parece parte de su agenda. Un análisis más profundo nos llevó también a evaluar si los actuales auges del fascismo y el desplazamiento del espectro político al completo hacia la ultraderecha no eran sino maniobras deliberadas para afrontar a esa "su manera" el declive del capitalismo fosilista.
El caso es que, en el otro lado, a la denominada izquierda y asociaciones y grupos de sensibilidad progresista, nuestro mensaje creíamos, se daba por comprendido y por lo tanto en la agenda de sus programas lo abarcarían consecuentemente con planteamientos de igualdad y hasta un decrecimiento pilotado. Ese fue un gran error por nuestra parte. El auge de partidos como Podemos y algunas confluencias periféricas o las reacciones en el seno de algunos sindicatos con frases como "hablar de decrecimiento no es sexy", "eso nos quita votos" y cosas por el estilo, nos pusieron en la pista de la falta de percepción por parte de las izquierdas del problema del declive global, menos aún la voluntad de tomar medida alguna para garantizar, o al menos intentar, una transición justa.
El mayor obstáculo resultó ser el de siempre: la capacidad de asombro y admiración de las izquierdas hacia las derechas, pues aunque esté injustificado por sus movimientos iatrogénicos y ecocidas, además del aumento de la pobreza, la desigualdad y la exclusión, aún son capaces de sacar pecho y presumir de aquellos días de vino y rosas apuntalados por el crecimiento económico que parecía infinito; pero también era flor de un día por estar basado en la siempre creciente inyección de energía barata, versátil y muy abundante al sistema: la quema cada vez más salvaje de combustibles fósiles y el derivado crecimiento tóxico de cada vez más desechos que los ecosistemas no pueden absorber.
Eso se acabó, las caídas de las TRE fósiles reducen la energía neta que llega al sistema imposibilitando el crecimiento, pero aumentando de manera alarmante la toxicidad del medio, el caos climático, la muerte de miles de especies y socavando el medio que garantiza nuestra propia existencia, las bases mismas de la vida. Y en este embrollo que ya no es advertencia y previsión, como cuando empezamos, sino portada diaria de medios de comunicación más o menos fiables, las izquierdas se ven incapaces de enfrentarse a esa cruda realidad con las armas de la igualdad, la generosidad, el apoyo mutuo o la cooperación de que históricamente hicieron gala.
Han sustituido sus discursos y programas por esperanzas de crecimiento, si cabe menos acelerado, pero crecimiento al fin y al cabo, basado en un sueño injustificado y mil veces demostrado imposible de abundancia de energías renovables, coches eléctricos para todas o transporte de mercancías y personas de manera electrificada, pero sobre todo, con la continuidad de un individualismo de smartphone cada vez más eficiente y con menú del día, un urbanismo bulldozer pero eléctrico, patinetes, bicicletas, la revolución del 5G, huertos urbanos súper fértiles y mucho verde por doquier en un oxímoron de "desarrollo sostenible" e incluso "crecimiento sostenible" copia-pega de los discursos más cínicos del neoliberalismo más dañino y destructor. Algo que sólo será accesible a una élite y viene acompañado irremediablemente de la überización económica y la era Glovo.
Eso se acabó, las caídas de las TRE fósiles reducen la energía neta que llega al sistema imposibilitando el crecimiento, pero aumentando de manera alarmante la toxicidad del medio, el caos climático, la muerte de miles de especies y socavando el medio que garantiza nuestra propia existencia, las bases mismas de la vida. Y en este embrollo que ya no es advertencia y previsión, como cuando empezamos, sino portada diaria de medios de comunicación más o menos fiables, las izquierdas se ven incapaces de enfrentarse a esa cruda realidad con las armas de la igualdad, la generosidad, el apoyo mutuo o la cooperación de que históricamente hicieron gala.
Han sustituido sus discursos y programas por esperanzas de crecimiento, si cabe menos acelerado, pero crecimiento al fin y al cabo, basado en un sueño injustificado y mil veces demostrado imposible de abundancia de energías renovables, coches eléctricos para todas o transporte de mercancías y personas de manera electrificada, pero sobre todo, con la continuidad de un individualismo de smartphone cada vez más eficiente y con menú del día, un urbanismo bulldozer pero eléctrico, patinetes, bicicletas, la revolución del 5G, huertos urbanos súper fértiles y mucho verde por doquier en un oxímoron de "desarrollo sostenible" e incluso "crecimiento sostenible" copia-pega de los discursos más cínicos del neoliberalismo más dañino y destructor. Algo que sólo será accesible a una élite y viene acompañado irremediablemente de la überización económica y la era Glovo.
Así que ahora nuestros esfuerzos vuelven al inicio. Hemos facilitado el diagnóstico o la certeza del mismo, que por cierto ya conocían de sobra las tendencias más conservadoras, y se lo hemos reafirmado, recordemos que "The Limits To Growth" lleva sobre las mesas y los despachos de los Think Tank desde 1972. Sin embargo, las izquierdas parecen seguir durmiendo y no se vislumbra en el horizonte de sus programas ninguna maniobra acorde con los tiempos que nos toca vivir y con un espíritu de igualdad y justicia, ni siquiera un mensaje que hable de decrecimiento controlado, ni siquiera de una crisis sistémica imparable pero modulable, una crisis ecológica, económica, social, individual que ninguna tecnología ni industria 4.0, ni internet de las cosas va a poder atajar.
Vamos a decrecer, nos guste o no, es más, ya lo estamos haciendo. Teníamos dos posibilidades: el hacerlo por las buenas (asumiendo y conduciendo de manera justa y equitativa el declive) o el hacerlo por las malas (conflictos, fascismo, ecofascismo, neofeudalismo, exclusión, desigualdad y pobreza e incluso guerras). De momento hemos escogido la segunda opción. Está en nuestras manos frenar a las tendencias más reaccionarias, parar un momento, ponernos a pensar, dejar el veneno de la caja tonta y tomar las riendas de nuestro destino, que puede ser brillante sí, además de una gran oportunidad colectiva e individual.
Antonio Aretxabala
Piedras Blancas, Asturias
18 de julio de 2019
Resumen
El colapso del capitalismo global basado en la abundancia de combustible fósil accesible y barato muestra los primeros estertores de su agonía final. Esa anomalía de tan solo los últimos doscientos años de nuestra historia de la humanidad toca a su fin, así que toca preguntarse por una solución que no cabe esperar que venga de la mano de la tecnología. Esa solución, o ha de ir encaminada a garantizar una vida digna para el mayor número de personas o nos abocará a un postcapitalismo fosilista neofeudal o ecofascista.
Localizado en occidente y sustentado en el petróleo, el impulso social y el instinto individualista que nos invade son una especie de extraña mutación del ser humano que aprovechó esa anomalía espacio-temporal de la época capitalista industrial y tecnológica para transmitirse. Sólo quienes consigan despertar a su propia naturaleza humana serán capaces de desarrollar la mejor de las tecnologías: el apoyo mutuo.
LA CAÍDA ANUNCIADA DEL CAPITALISMO FOSILISTA
Que la energía ni se crea ni se destruye y sólo se transforma no es ningún misterio, lo que pasa más desapercibido es que lo haga en la única dirección posible: de disponible a no disponible. Aquí se encierran dos leyes termodinámicas inviolables, tanto como la atracción gravitatoria. Es especialmente notorio cuando los límites naturales y los recursos físicos destinados a crecer ya se han sobrepasado, se trate de un organismo, una comunidad, un edificio, una empresa o nuestra civilización industrial tecnológica y su organización social ya en declive: el capitalismo fosilista.
Vivimos una época de transiciones, incluso tenemos un ministerio para la transición ecológica, pero realmente veremos que no hay tiempo para transiciones justas. Hace unas décadas que debimos emprender ese derrotero y no lo hicimos. Las transiciones están sucediendo ya, pero se están produciendo en un contexto de desigualdades crecientes, sociedades individualistas dirigidas por poderosas élites que impulsan enfrentamientos, territorios carentes de autonomía dirigidos económica o culturalmente tan lejos de su tierra como de la relación ancestral con ella y entre sus habitantes, la mayoría son condicionantes que ya prácticamente no hay tiempo de detener.
Capitalismo y energía en declive
Hablando de nuestra civilización capitalista y su alimento cada vez más costoso, la energía, de la cual el 85% es fósil, en algún momento de 2006 se fraguó el colapso financiero de 2008 y el comienzo de la crisis de la que nunca vamos a salir, dado que nuestro sistema es un diseño de organización social creciente, siempre creciente... Los mercados colapsaron con la caída de Lehman Brothers y las subprime hace más de una década, entre otras cosas porque fue un par de años antes, en 2006, cuando alcanzamos el cenit del crudo, un producto milagroso, un regalo del planeta que no es sino energía solar fosilizada y cocida durante millones de años y devuelta a coste cero, una substancia a la que nunca mejor se le llamó oro negro. En el año 2010, brota como una desesperación el auge de las costosas nuevas técnicas de extracción de hidrocarburos no convencionales (arenas bituminosas, fracking, perforaciones oceánicas, en las que la inversión energética es tan alta que a veces iguala a la obtenida en el proceso), comenzó una nueva época de actividad ineconómica lubricada por la deuda, pero nunca ya se volvería a las situaciones elásticas previas a 2008.
La demanda de energía se estanca porque la actividad económica no despega, y no lo hace precisamente porque no recibe la energía necesaria para crecer. La energía no es un servicio o una mercancía más sometida a las conocidas (hasta ahora) leyes de oferta y demanda, sino un precursor de la actividad económica. En 2010 entramos así en un bucle, o mejor dicho, en una espiral en la que los precios de las materias primas se volatilizan, pero cabe resaltar que en ese año más de la mitad de la humanidad comenzamos a vivir en ciudades; 2010 supone una nueva experiencia para la vida en el planeta. Las megaciudades nunca antes vistas en la historia, se convierten en las células estructurales de una urbanosfera que comienza a dar señales muy agudas de insostenibilidad, requieren ingentes cantidades de energía y recursos y generan tantos desechos que el planeta ya no los puede digerir.
Entramos a vivir en la era de una deuda ecológica, económica, y de unos territorios contra otros, deudas de las que muchos de sus desenlaces posiblemente nunca veremos. En este camino vertiginoso hacia la complejización, globalización y jerarquización de las sociedades lo realmente sorprendente es que sólo hemos aprendido a quemar, lo que sea, madera, aceite de ballena, carbón, uranio o petróleo, pero el efecto sobre el PIB se considera todo un éxito a pesar de los efectos secundarios para la salud del planeta que habitamos y de nuestros propios cuerpos.
La OCDE a través de su órgano asesor en materia de energía, la Agencia Internacional de la Energía (AIE), nos advierte que ya no se puede crecer más, quizás con unas palabras más suaves pero apuntando que la era del crecimiento sostenido continuado se acabó, y se acabó para siempre. O lo que es lo mismo, el crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo ni bienestar, menos aún en las condiciones actuales. Sin embargo, los gobiernos son sordos y ciegos a tales advertencias. España es miembro de la OCDE. El crecimiento sigue siendo santo y seña de toda opción política, sea de derechas o de lo que en occidente se denomina izquierdas. Cuando los crecimientos son mayores del 3 % se aplaude, un poco por debajo ya se aprueba, más por debajo supone una frustración para los responsables, sus consecuencias van desde un vuelco electoral hasta protestas generalizadas o el auge de las tendencias más extremistas.
El PIB es nuestro termómetro favorito, su temperatura es un dogma de fe. Un país que como España creciese al 3% anual para asegurar la salida de la pobreza del 30% de su población en riesgo, con la creación de empleos dignos como dicen todas las tendencias políticas, debería multiplicar por 4,5 su economía y sus recursos en medio siglo (ver figura 1). Imaginemos un año 2069, si aún quedase un país llamado España, con 210 millones de habitantes a los que alimentar, una capital llamada Madrid que multiplicaría por 4,5 sus vuelos o movimientos de tren, o vehículos individuales, pongamos que con ayuda de cinco aeropuertos y más de una docena de estaciones, sustentaría a cerca de 20 millones de habitantes y debería garantizar el agua potable, el alimento y la limpieza del aire que respiran sus ciudadanos. El crecimiento exponencial infinito no sólo es absurdo, es imposible.
Pero la realidad es que parece que nos vemos obligados a gastar mucha más energía que en las ya agotadas o con claros signos de declive de las históricamente dominantes extracciones convencionales para hacer que esos recursos energéticos puedan ser consumidos y reviertan en el desarrollo de las sociedades, es decir, hay que quemar más y más (figura 2) y por lo tanto producir más y más desechos para obtener una energía neta bastante menor cada año (entre un 2% y un 4%).
Y claro, para compensar esta carrera agotadora como la de la Reina Roja de Alicia en el País de las Maravillas, no sólo estamos extrayendo cada vez más, sino que al hacerlo con cada vez más dificultades de acceso, necesitamos quemar cada vez más. Por eso las tasas de retorno energético (TRE) caen desde la década de 1940 (Court y Fizaine 2017, figura 3) a la par que el consumo y los desechos aumentaban. Si hace un siglo con la energía de un barril equivalente de petróleo obteníamos cien de muy buena calidad, hoy apenas llegamos a quince, esa diferencia en la relación (TRE) es la que nos permitió el crecimiento nunca antes visto en la historia. Al siglo XX lo llamamos la gran aceleración y al regalo geológico que lo hizo posible “oro negro”. Los nuevos petróleos ligeros hacen que el diésel sea cada vez más costoso de conseguir y que un porcentaje altísimo de lo extraído se utilice para poder perforar, extraer, refinar y transportar; apenas queda una fracción que garantice ya el crecimiento de una civilización tecnológica e industrial como la que hemos conocido (ver figura 3).
El transporte internacional que nació con el carbón (barcos y trenes de vapor), también cada vez más costoso y de peor calidad, hoy es otro componente de la sangre que alimenta nuestro capitalismo globalizado, de hecho a pesar de las indicaciones de la ONU y de la totalidad de los estudios relacionados con el problema de emisiones de gases de efecto invernaderos (GEI) el consumo de carbón ha vuelto a crecer, pero cada vez es de peor índole y proporciona menos energía a la par que más GEI. El transporte está en declive sí, pero no sólo por el problema del diésel o el carbón (indirectamente como electricidad), también el gas y el uranio sufren el efecto Reina Roja. No podemos crecer sin flujos crecientes de materiales geológicos que nos procuren energía abundante, barata, accesible y versátil.
No, no hay negociación posible con el planeta, puesto que no hay sustituto similar a los fósiles a la vista. Electrificar una economía boyante y siempre creciente como exige nuestra organización social no va a ser posible con un modelo capitalista globalizado, centralista, jerárquico, machista… Podría hacerse una transición justa si el modelo es el opuesto: desglobalizado, descentralizado, desjerarquizado, ecológico (que es lo que se persigue), feminista. Pero los ritmos de implantación de las energías denominadas renovables no suplen el ritmo de caída de la tasa de retorno energético (TRE) global. Si para entonces hemos llegado a construir una nueva organización social capaz de crear prosperidad, trabajo y riqueza material e inmaterial en un contexto estacionario e incluso de decrecimiento económico, hablaremos de un éxito colectivo y nos felicitaremos, pero ya no es capitalismo, es otra cosa.
Transiciones ecológicas y malas decisiones
Sin embargo, el mensaje no cala entre nuestros dirigentes, vemos que a nivel mundial, el largo plazo que estamos experimentando es el de agotamiento de los recursos, mientras las medidas tomadas para intentar atajar la inevitable e imparable crisis, siguen siendo medidas a corto plazo, pero además suponiendo que dichos recursos no sólo van a estar siempre presentes, sino que van a crecer al ritmo deseado y en algún momento la volatilidad y la incertidumbre van a desaparecer.
Con este panorama no es de extrañar que las contradicciones imperen en las previsiones de la creación (o más bien pérdida) de riqueza, agudizando el problema por falta o negación de un diagnóstico científico e interdisciplinar. Se está apelando a una supuesta limpieza ambiental que ahora es el santo y seña de cada Gobierno, de cada partido político, de cada campaña electoral; ello conlleva la creación de leyes y ministerios para la transición ecológica (y la solidaridad en Francia) muy ineficientes, pero que sin embargo, ya están en auge a pesar de una tozuda realidad termodinámica y geológica que no computa en las previsiones.
En otras palabras, la disminución global de la TRE de los combustibles fósiles que son la sangre que alimenta el capitalismo y suponen el 86% de su existencia (Kummel 2011), es irreversible y supone la imposibilidad de crear riqueza social en un marco mercantilista, o lo que es lo mismo: la inevitable expansión dentro y fuera de las fronteras de los países desarrollados de más pobreza material. Algo que se está escapando a los marcadores e indicadores oficiales y no está siendo percibido por quienes toman las decisiones a pesar del aumento de las brechas sociales insostenibles y de personas desahuciadas, gentes sin techo, personas pobres energéticas, trabajadoras precarias, paradas de larga duración, excluidas, ancianas desatendidas...
No podemos estar seguros al 100% de cuál será el desenlace final de las denominadas transiciones ecológicas que no llevan en su seno la voluntad de equidad o la ayuda mutua, o si ya es irreversible el auge de los fascismos (incluidos los ecofascismos), porque esta vez carecemos de precedentes.
La dinámica conocida de oferta y demanda convencional a la que estábamos acostumbrados ya no va a regular ni precios ni disponibilidad de energía o minerales, y por lo tanto de toda la actividad económica global, desde el sector primario a los servicios más tecnológicos, pero lo que sí podemos saber con certeza es que la era del crecimiento económico ilimitado, el que es la característica definitoria del capitalismo financiero neoliberal, globalizado, fosilista, tal cual lo conocemos, ha terminado de verdad.
Si no tomamos medidas técnicas adecuadas y sobre todo sociales, la expansión acelerada de la pobreza será el mayor quebradero de cabeza de nuestros dirigentes y de la propia sociedad en general. Por lo tanto la tarea urgente es reescribir la economía para adaptarla al mundo real que sigue evolucionando. Con ello al mismo tiempo estamos, rediseñando nuestros conceptos de valor y prosperidad, de ética y solidaridad; precisamente para reconstruir nuestras sociedades con miras a ir adaptándolas a esta extraordinaria era de transición en la que la pobreza a nuestro alrededor se va a convertir en una compañera habitual si no tomamos medidas urgentes, técnicas y sociales.
¿Soluciones técnicas o humanas? El apoyo mutuo
El colapso del capitalismo global basado en la abundancia de combustible fósil accesible y barato ya está aquí dando sus primeros coletazos. La economía circular que nos acompañó el 96% de nuestra historia ha vivido una anomalía con una ruptura favorecida por la entrada de energía no renovable en la producción y en la cotidianeidad, y lo ha hecho por primera vez, pero tan sólo 200 de los 5000 años de historia (escrita) de nuestras relaciones entre nosotros y nuestro entorno. Pero toda anomalía por definición tiene un fin. Así que lo inmediato para quien afirma algo como lo mostrado es preguntarle por alguna solución. Éstas vendrán de diferentes ámbitos, pero quien crea que la tecnología (irremisiblemente consumidora de energía) va a aportar el grueso a dichas soluciones está muy equivocado. Aquí entran en juego todas las relaciones sociales, humanas y el diseño del entorno urbano y rural, obviamente también la tecnología.
Este artículo no es una profundización en las claves de un nuevo urbanismo, la optimización y electrificación del transporte, la agricultura ecológica o el comercio de cercanía; lo que se pretende mostrar es que las soluciones encaminadas a garantizar una vida digna para el mayor número de personas es que lo que sea que venga tras el postcapitalismo fosilista, tendrá una mayoritaria componente ética y humana o las sociedades se verán abocadas a algún tipo de sociedad neofeudal o ecofascista.
Como apuntamos más arriba, no hay “una solución técnica” para seguir viviendo en esta anomalía histórica, más allá de la sustitución puntual y que puede derivar en soluciones elitistas o ecofascistas, porque los ritmos de implantación de las tecnologías renovables -que en cierta manera nos devuelven a la economía circular- son menores a los de la pérdida de TRE de los fósiles. La alarma ecológica por tanto nos obliga a racionalizar consumo y producción y la alarma social nos obliga a intentar hacer viable la continuidad de la vida humana civilizada. El mensaje de la contención y de un decrecimiento sin negociación posible es indigesto, impopular, parece una broma de mal gusto para una sociedad adicta a la opulencia, al individualismo, productos asimismo anómalos de una pequeña época anómala donde más de la mitad de la humanidad vive en la más absoluta miseria.
Metafóricamente hablando, el pasado cultural se lleva en los genes y quienes sean capaces de despertar a su propia naturaleza humana serán capaces de desarrollar la mejor de las tecnologías: el apoyo mutuo. Así que hay millones de razones para saber que quienes antes lo desplieguen están avalados por las observaciones científicas libres de prejuicios, y sobre todo por millones de años de evolución. Con el declive de los recursos, en especial energéticos fósiles, muchas comunidades locales sabrán hacer frente a un reequilibrio tanto de materia como de energía de manera colaborativa, pero con un conocimiento y una relación circular con su territorio, no dependiendo de los recursos de otros y menos aún apropiándose de ellos por la fuerza militar.
Las grandes infraestructuras de las épocas de la borrachera constructiva apuntaladas por el petróleo barato y accesible no tendrán otra utilidad que la achacable al patrimonio histórico, el reguero de autopistas sin coches, aeropuertos sin aviones, embalses llenos de aire, polideportivos sin deportistas, hospitales sin médicos que dejamos poco a poco serán el recuerdo y la lección de nuestro innecesario derroche y el símbolo de la avaricia y ceguera de unos pocos. Así, con una innegociable vuelta a la economía circular de siempre, y acompañada por las nuevas tecnologías, parece que los sujetos realmente individualistas no tendrán cabida por una simple inadaptación a un medio basado en la colaboración que les es adverso; la propia selección natural hará con ellos un lógico cribado. Pero no creamos que ese cribado será una transición amable, pacífica, de color de rosa. El individualismo acumula un poder proporcional a la energía de que dispuso desde la gran aceleración y ha demostrado históricamente que la violencia también es su alimento.
No sabemos aún con total certeza cómo se transmiten ciertas disposiciones individuales y colectivas ante la vida. Sí sabemos no obstante, que hay una parte genética y otra social que vehiculan gestos, expresiones, órdenes, ingenios, aptitudes… El impulso social e instinto individualista que se transmite o expresa a través de las personas y organizaciones individualistas, aprovechó y aprovecharon una anomalía simultánea en el tiempo y en el espacio en la época capitalista industrial y tecnológica para transmitirse, aquí podríamos asemejarlo al esparcimiento de esporas de algunas especies oportunistas, los combustibles fósiles como flor de un día. Pero nunca se llegaron a imponer ad aeternum, nunca se transmitieron solas; fueron una especie de extraña mutación temporal con tasas de éxito importantes ligadas a un área y una cosmovisión muy localizadas: occidente y el petróleo.
Como esta transición con su desglobalización, descentralización, desjerarquización y descomplejización de todo resquicio de la organización social se va a hacer sin opción a no hacerla, vamos a intentar tener un buen diagnóstico de la situación para planificar un futuro brillante y no pegar una frenada cuando ya hayamos sobrepasado la última línea del precipicio. Nuestro futuro puede ser brillante sí, pero lo será con menos dependencia de los combustibles fósiles, con más inteligencia y abnegación, con muchos más lazos prácticos, afectivos y más recursos espirituales, históricos y locales.
LA CRUDA REALIDAD. UN DOCUMENTAL DE AITOR IRUZKIETA