lunes, 30 de septiembre de 2024

GESTOS, AGUA Y RELOJES DE ARENA

 PUBLICADO EN VARIOS MEDIOS

 
Queridas y queridos lectores, Julen Rekondo y un servidor conocimos desde los medios publicitarios del Gobierno de Navarra y los medios de comunicación habituales que se hicieron eco (la mayoría en prensa, radio y televisión), la "brillante" iniciativa del Gobierno de Navarra de regalar 24.000 relojes a 36 municipios para reducir el tiempo de ducha a cuatro minutos. Concluye la iniciativa que si todas las personas que habitamos en la Comunidad Foral de Navarra nos duchásemos en esos cuatro minutos, se ahorrarían hasta 24 piscinas olímpicas de agua.
 
Nos parece un gesto estupendo, pero la pregunta es: ¿Exactamente por qué y para qué se apela a la ciudadanía que ya ha hecho sus deberes habiendo reducido el consumo a la mitad en dos décadas y ya apenas supone el 12% del consumo total con 112 litros por persona al día, una de las más bajas del Estado? Sabemos que el gran derroche (más del 80%) corresponde al regadío para agricultura intensiva y ganadería industrial que, encima, aspiran a aumentar aún más sus hectáreas de riego y explotaciones contaminantes, incrementando sus impactos y los graves peligros de sostenibilidad, continuidad, toxicidad y, en definitiva, la salud del medio que garantiza la vida de las criaturas que habitan pueblos, ciudades y ecosistemas, incluidas las personas. Y no, para ellos no hay relojes de arena.

Paz y Bien
Antonio Aretxabala
Pamplona, 30 de septiembre de 2024

Gestos, agua y relojes de arena

Los gestos absurdos en política son una constante en la historia. Lo más probable es que sigan así en el futuro, por lo que seguirán siendo objeto de críticas y burlas. Muchos parten de bases razonables, especialmente si están enfocadas a reducir el consumo desaforado de recursos que está devorando, envenenando y destruyendo la biosfera, precisamente el medio que garantiza nuestra existencia, pero se vuelven ridículas y burlescas si se quedan en un mero maquillaje que intenta ocultar y no atajar el problema. Entonces el esperpento está servido.

Sabemos que la situación ecológica e hídrica es tan crítica que una ciudadanía responsable no puede tolerar más "la acumulación de vapor dentro de un sistema cerrado" como afirma el profesor Will Steffen a lo que añade que “sin una acción política y de base audaz, es probable que veamos cada vez más explosiones de disturbios civiles a medida que las cosas siguen deteriorándose”. Algunos de los puntos de inflexión o tipping points han sido sobrepasados —y ya son 9 de 15—, con uno de ellos, el cambio climático, siendo muy grave, aunque no el que más (Climate tipping points, too risky to bet against. Lenton, M, et al. Nature, 2020).

El ODS16

Así que si no se va a la raíz del problema y nos quedamos en medidas tan disparatadas o ridículas como grotescas, no nos quejemos cuando la confianza en nuestras instituciones siga en caída libre, contradiciendo uno de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible de la ONU (Agenda 2030) como es el objetivo 16 o ODS16: “Paz, Justicia e instituciones sólidas” que pretendiendo facilitar el acceso a la justicia y crear instituciones eficaces, responsables y creíbles, se ha desviado hacia el polo opuesto. Desde 2015 los países del planeta nos dotamos de un itinerario para mejorar la vida y acabar con las desigualdades, la contaminación, la pobreza o el hambre. La verdad es que, pasado el ecuador de 2023, todo ha empeorado y ya solo quedan poco más de seis años para enderezar nuestro último fracaso.

Recordemos a Cañete y su recomendación de consumir yogures caducados, al actual presidente del Gobierno y un chuletón al punto en plena crisis hídrica, las pueriles recomendaciones del consejero de sanidad de la Comunidad de Madrid, Jesús Sánchez Martos, sobre niños que, en plena ola de calor, aguantaban en los colegios a más de 35ºC para que aprendieran a hacer abanicos de papel; o las macetas en el balcón de Ayuso para combatir el cambio climático. Se espera que éste amplíe las disparidades en la mortalidad regional, afectando particularmente a las regiones del sur de Europa con un marcado aumento de fallecimientos relacionados con las cada vez más frecuentes y duraderas olas de calor.

Las ciudades, donde ya viven seis de cada diez personas en el mundo (ocho en el Estado español) se han vuelto hornos de asfalto y hormigón que sólo una frondosa vegetación y un consumo responsable del agua podrían mitigar. Al mismo tiempo que crece la urbanosfera vemos cómo una ciudadanía responsable debe luchar contra unas instituciones que, perversamente y de manera consciente o no, apuestan por la tala indiscriminada si hay un beneficio económico que se prioriza a la salud de una población cada vez más envejecida y vulnerable. Y ello a pesar de los innumerables estudios científicos que apremian la revegetación, los proyectos LIFE de la UE como Lugo Biodinámico o el hecho de haber derribado una alcaldía como la de Iruña en 2023.

24.000 relojes de arena para cronometrar duchas de 4 minutos


El pasado mes de agosto, José María Aierdi, consejero de Desarrollo Rural y Medio Ambiente, en el marco del Proyecto LIFE-IP NAdapta-CC presentó una campaña acompañado por los 36 ayuntamientos que colaboran con el objetivo fundamental de reducir el tiempo que se destina a la ducha, ya que así “en Navarra se podrían ahorrar alrededor de 7 millones de litros de agua, que equivalen aproximadamente 24 piscinas olímpicas”. Para ello, regalarán 24.000 relojes de arena que marcan los cuatro minutos. Vale, es simbólico, pero acaba en el mismo contenedor que los abanicos o las macetas.

La realidad es que en el Estado, cerca del 80% del agua que se consume va al regadío (INE 2022) mientras que la ciudadanía y los sectores industriales que ya hicieron sus deberes se reparten el resto. El consumo urbano por persona/año se ha reducido en 20 años a la mitad y hoy, los ciudadanos apenas llegamos al 12%. El 75% de los alimentos regados es exportado. España, el país más seco de Europa y el más amenazado de desertificación por la subida de las temperaturas (IPCC, 2023), es el mayor exportador de agua. La podemos encontrar en forma de lechuga, tomate o filete en los mercados de Londres, Berlín o Pekín. También en las miles de toneladas de limones, plátanos, tomates, melocotones o uvas que se pudren en vertederos o son enterrados a causa del desplome de los precios cuya huella hídrica sobrepasa unos cuantos miles de piscinas olímpicas dependiendo del año y los vaivenes del mercado. Pero se pide reducir el consumo de agua de boca a una población como la de Navarra, con 112 litros por habitante al día, siendo de los consumos más bajos del Estado (130 litros por habitante/día en España).

La ambiciosa y necesaria reducción del consumo urbano se debió a la concienciación de la propia ciudadanía que, consciente del problema, ya redujo sus tiempos de ducha, optimización del uso en jardines, fregado u ocio. Sin embargo, los datos de voracidad del regadío (más del 80% del consumo) siguen creciendo con planes de concentración financiados por grandes fondos de inversión, fondos buitre, compañías transnacionales y poderosas empresas de construcción, producción y distribución en cada vez menos manos. A éstas sí se les da vía libre en este espolio, no relojes de arena.

A ello, y ya es tema para otro día, se suma el auge de las macrogranjas y los Centros de Datos de las grandes firmas digitales irremediablemente condenadas al colapso. Entre todos vamos preparando la estacada final para que el envenenamiento de los acuíferos, de los ríos y manantiales siga su perverso curso, haciendo imposible el consumo de agua en cada vez más poblaciones, bien porque ya no la hay o bien porque la que queda está envenenada con biocidas, agrotóxicos o metales pesados, con o sin relojes de arena.

Nuestra salud como individuos y comunidades es un reflejo de la salud de los ecosistemas, pues queramos o no, somos mamíferos cuya vida depende de la actividad saludable de ríos, insectos, pequeños vertebrados o una flora adaptada y diseñada durante millones de años. No es una cuestión de abanicos de papel, macetas o relojes de arena. Aquí la radicalidad (de raíz) es lo único que nos puede salvar en contraposición a las medias tintas que decían nuestras abuelas. 

Antonio Aretxabala. Doctor en geología, investigador independiente

Julen Rekondo. Químico. Premio nacional de Medio Ambiente

lunes, 9 de septiembre de 2024

CAMBIO CLIMÁTICO Y SISMICIDAD. LA ENTREVISTA COMPLETA EN EL GRUPO NOTICIAS

 PUBLICADO EN EL GRUPO NOTICIAS

Precipitaciones históricas y sismicidad al sur de Pamplona en 2013

Queridas y queridos lectores, en los últimos meses se han publicado estudios que abarcan observaciones de varios años sobre la influencia del clima en la dinámica cortical y más concretamente, cómo los impactos del acelerado cambio climático que vivimos perturba a través de variaciones en la presión, peso, ductilidad o viscosidad de ciertos terrenos, así como la lubricación acelerada de fallas previamente tensionadas las dinámicas corticales más o menos estables consolidadas durante siglos o milenios milenios.

Como consecuencia de ello, Javier Alonso, periodista del Grupo Noticias, contactó con el Colegio de Geólogos de Euskadi para profundizar en esa relación, por lo que el Colegio le puso en contacto conmigo y de ello salió una extensa conversación que Javier ha resumido así:

¿Puede incidir el cambio climático en la actividad sísmica y provocar terremotos?

En los últimos años, el cambio climático ha dejado de ser una preocupación muy lejana para convertirse en una realidad que afecta nuestras vidas cotidianas. Desde tormentas más violentas hasta olas de calor intensas, la naturaleza parece estar llamando nuestra atención. Aunque hemos avanzado en la predicción de fenómenos meteorológicos y en la comprensión del clima, los terremotos siguen siendo uno de los fenómenos más impredecibles y devastadores.

A priori ambos fenómenos parecen no tener relación. Pero, ¿y si te dijéramos que el cambio climático, podría también estar detrás del aumento de la actividad sísmica en ciertas regiones del mundo? Esta idea ha encontrado respaldo en recientes investigaciones científicas de todo el mundo, cambiando la comprensión sobre cómo interactúan el clima y la corteza terrestre.

El concepto del ‘tiempo sísmico’

La relación entre las condiciones meteorológicas y los terremotos no es un tema nuevo. De hecho, desde los tiempos de los antiguos filósofos griegos como Aristóteles, la humanidad ha intentado encontrar conexiones entre el clima y los terremotos, especulando sobre un posible ‘tiempo sísmico’. En aquella época, se creía que las condiciones meteorológicas específicas podían predecir la actividad sísmica. La teoría inicial sugería que los pequeños temblores eran causados por la presión del aire en las cavernas subterráneas y que los grandes terremotos ocurrían cuando este aire lograba perforar la superficie terrestre.

Aunque la ciencia moderna ha desmentido muchas de estas teorías primitivas, estudios recientes sugieren que, si bien no existe un ‘tiempo sísmico’ en el sentido tradicional, hay aspectos del cambio climático que podrían influir en los terremotos.

¿Cómo es esto posible? Los investigadores están explorando cómo fenómenos como el derretimiento de los glaciares y los fenómenos meteorológicos extremos podrían estar contribuyendo, directa o indirectamente, a desencadenar actividad sísmica. Esta actividad de origen climático es conocida con el nombre de climatequakes (terremotos climáticos).

Un caso cercano es el ocurrido en el año 2013 en la sierra de El Perdón. El 14 de febrero de 2013 comienza una actividad sísmica de una densidad nunca antes conocida, salvado lo sucedido en el primer llenado de Itoiz en el período 2004-2008, que duraría hasta el verano. Hubo dos terremotos relevantes, con una magnitud de 4,2 en la escala de Richter, que se sintieron en el sur de Pamplona, pero también en toda Navarra y en comunidades limítrofes. También hubo ese año un caso importante en Jaén.

Para acceder a la noticia pincha en la imagen o aquí

El geólogo Antonio Aretxabala sostiene que las lluvias que cayeron durante el invierno de aquel año tuvieron un “papel muy importante” en los movimientos sísmicos registrados en ambas zonas. Además, señala que la sismicidad en la Comarca de Pamplona muestra un patrón “extraño” o “peculiar”, con enjambres de terremotos y eventos sísmicos cuyos epicentros no se corresponden con las fallas geológicas conocidas.

En este contexto, destaca la teoría de que el clima podría estar influyendo en la sismicidad. Según esta teoría, los terremotos en zonas “intraplaca”, como en Navarra, podrían estar relacionados con una “hidrosismicidad” influenciada por variaciones climáticas extremas. Según investigaciones del IGN y del propio Aretxabala, las intensas lluvias disolvieron las sales del suelo, cambiaron las condiciones tensionales y además generaron un efecto de “lubricación” en las fallas, que contribuyó a que se generase aquel enjambre sísmico.

Además, el geólogo menciona que, durante el invierno y parte de la primavera de 2013, Navarra experimentó numerosos deslizamientos de tierra y derrumbes de muros, lo que refuerza su idea de que “el agua jugó un papel muy importante” en la sismicidad inicial de la Sierra del, que se fue extendiendo a toda la zona oeste.

Aretxabala habla también de la existencia de una “sismicidad foral” que se caracteriza por ritmos de actividad más amplios que en el sureste peninsular, con un terremoto “moderado” cada década y uno “importante” cada dos o tres.

En 2017 los terremotos volvieron a sacudir a la capital de Navarra, esta vez desde el norte. El 10 de marzo comenzó otro enjambre con cerca de 200 terremotos en la zona de Olave que duró hasta el otoño.

Influencia del deshielo glacial 

Estudios recientes han mostrado que el deshielo glaciar también puede estar vinculado con la actividad sísmica. A medida que los glaciares retroceden, la presión que ejercen sobre la corteza terrestre disminuye, haciendo que la tierra se eleve y se mueva. Este movimiento denominado “rebote elástico” puede liberar tensiones acumuladas y, en algunos casos, desencadenar terremotos.

El caso del terremoto de magnitud 7,8 en la Bahía de Lituya, Alaska, en 1958, es un claro ejemplo de ello. Los científicos encontraron evidencias de que la pérdida de hielo cerca del Parque Nacional Glacier Bay influyó en el momento y la ubicación de los terremotos de gran magnitud en la región. De manera similar, en otras partes del mundo, como Escandinavia y Canadá, la retirada de los glaciares ha coincidido con una mayor actividad sísmica. 

Ciclones, tifones, huracanes, tormentas...

Pero el impacto del cambio climático en la actividad sísmica no se limita al deshielo de glaciares. Investigaciones recientes del Instituto de Ciencias de la Tierra de la Academia Sínica en Taipei, Taiwán, han mostrado un vínculo entre los tifones que azotan la isla y la generación de pequeños terremotos. Estos ciclones generan una caída brusca en la presión atmosférica, lo que podría ser suficiente para permitir que las fallas se muevan más fácilmente, liberando la tensión acumulada y provocando temblores.

De manera similar, el volumen de lluvia vertido por estos ciclones también puede estar relacionado con la actividad sísmica. Científicos de la Universidad de Miami han observado que, en algunas zonas tropicales, los grandes terremotos suelen llegar después de huracanes o tifones excepcionalmente húmedos. Un caso trágico fue el devastador terremoto en Haití en 2010, que se cobró la vida de hasta 220.000 personas. Se cree que las intensas inundaciones que precedieron al seísmo redujeron el peso de las fallas subterráneas, facilitando el movimiento tectónico que desencadenó la catástrofe.


 "Tan sólo una tercera parte de los terremotos de EE.UU. se podrían explicar según la tectónica clásica". John K. Costain.

En Japón, cientos de pequeños terremotos han sacudido la región de Noto desde finales de 2020 sin una causa clara que los desencadene. Investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts han descubierto que estos terremotos están sorprendentemente relacionados con ciertos cambios en la presión subterránea, influenciados por fenómenos meteorológicos adversos como precipitaciones y fuertes nevadas.

El cambio climático está transformando el planeta. A medida que éste se intensifica, es probable que aumenten la frecuencia y severidad de estos fenómenos, lo que podría provocar una serie de reacciones sísmicas de consecuencias impredecibles.

¿Existe una relación directa entre el cambio climático y los terremotos?
–Por supuesto que sí. Un ejemplo claro es la península de Escandinavia. Al acabarse la glaciación, hace 12.000 años, el hielo se derritió y el mar subió 140 metros. Islandia entró en un periodo de explosión volcánica brutal.

¿De qué manera puede influir el clima en la actividad sísmica?

–El calentamiento global aumenta el riesgo de que haya terremotos a través del incremento del nivel del mar. La presencia masiva de agua produce estrés en muchas fallas y puede hacer que se produzcan terremotos en zonas que previamente estaban tensionadas.

¿Hay consenso sobre esta idea que relaciona el cambio climático y la actividad sísmica?

–Hay autores que niegan esta teoría porque creen que existe una membrana que no deja conectar la atmósfera y la litosfera. No es fácil establecer una relación clara porque el hecho de que llueva no quiere decir que se vayan a producir terremotos.

¿Es Euskal Herria una región proprensa a sufrir terremotos?

–Euskadi es un territorio muy poco dado a la sismicidad por sus características; no ha habido grandes terremotos. En Navarra sí es una zona sísmica, sobre todo en la zona norte. La zona este de Pamplona lleva unos años generando terremotos importantes. Lizarraga (al oeste) registró en 1998 un terremoto de 5,2. No tuvo consecuencias porque estaba lejos de la zona metropolitana. En el otoño de 2020 hubo días con más de 100 temblores.

¿Estamos preparados para un terremoto como el de Lizarraga?  

–Estamos preparados, pero regular. No ha habido grandes desperfectos porque la genética arquitectónica de Euskal Herria es sismorresistente de por sí. En la comarca de Pamplona las casas han demostrado que aguantan bien aceleraciones que no están contempladas en la normativa. Los mayores problemas vinieron en los años 40 con la irrupción del hormigón armado.

¿Qué medidas se han adoptado ante posibles terremotos?

–Los partidos políticos aprobaron por unanimidad que se enseñara a los críos en las escuelas qué es un terremoto y qué hacer si se produce uno. También se decidió llevar a cabo una revisión más profunda del asunto, especialmente en la Cuenca de Pamplona. No se hizo prácticamente nada.

¿Qué propone usted?

–Mi propuesta siempre ha sido hablar con Protección Civil y adecuar nuestro estudio y previsión de los impactos en relación a nuestra geología y no copiar lo que se hace en otras regiones, como en Murcia. El Plan Especial de Protección Civil ante el Riesgo Sísmico en la Comunidad Foral de Navarra (SISNA 2011) está obsoleto.

¿Qué acciones individuales podemos realizar para combatir el cambio climático?

–Las acciones individuales sirven de poco; la solución debe ser colectiva, pero debe serlo a nivel mundial. Lo que podemos hacer es adaptarnos al cambio climático, como en urbanismo. A veces hemos puesto hospitales encima de una falla porque no distribuimos el territorio según criterios geológicos. Yo abogo por un urbanismo geológico, es decir, adecuar el medio humano a la realidad natural. Hay zonas donde es necesario construir desde el punto de vista sísmico.

 En Radio Eco Leganés:


Hablamos con Antonio Aretxabala (entre otras cosas) de como el cambio climático está influyendo en la actividad sísmica. También hablamos del hormigón armado, estructuras creadas por el hombre que ya han superado el peso de los seres vivos, pero que, al contrario que la vida, no se regeneran, hay que mantenerlas, algo que resulta cada vez más complicado. (Pincha en la imagen de arriba).