Figura 1. Diferencia generación-demanda de elecrtricidad (MWh) en 2007. REE.
Queridos seguidores, tras leer el último artículo de Antonio Turiel, con el que no pudo estar más de acuerdo, titulado "centro versus periferia", es inevitable que la imagen de arriba (figura 1) no se nos evoque una vez más. Se trata del gráfico de 2007 de REE en que se ve la diferencia entre generación y demanda de electricidad de la España de inicios del siglo XXI; es una instantánea del funcionamiento del Estado antes del colapso de los mercados de 2008. Refleja perfectamente el carácter centralista del Estado, no sólo desde el punto de vista administrativo, sino del movimiento de mercancías, flujos de energía o movimientos de recursos básicos. Su contraparte, el flujo de desechos desde los sumideros, se puede visualizar simplemente dándole la vuelta.
Volviendo al colapso de 2008, la reacción ante aquella primera ola de las crisis del XXI activó, entre otras cosas, lo que iba a ser el salvador itinerario Smart 2020 (que tal y como vimos a su llegada a la meta, que era 2020, fue todo un fracaso); sus loables objetivos de igualdad, justicia social, empleo de calidad, disminución de la polución y emisiones de GEI, inclusión, etc., se basaban, sobre todo, en la eficiencia energética, la automatización de procesos, las TIC y la digitalización. Entonces, además del declive irreversible y el máximo uso histórico de recursos (146.000 Ktep), comenzó tímidamente a hablarse de transición energética, eso sí, a pocas administraciones se les pasó por la cabeza cambiar los flujos que representa la imagen de arriba. Es importante recalcar que la electricidad (ver figura 2) apenas supone un 20% de toda la energía consumida, pero en cuestiones de materias primas, el centro del Estado se comporta de manera similar.
¿Era realmente posible una sustitución 100% renovable para que, ese mismo modelo, que sostiene el complejo organismo tecnológico y social representado por el Estado español, siguiese funcionando con el cambio de dieta? La respuesta es obvia: sí, pero de otra manera y con menores flujos, tanto de energía como de recursos básicos, materias primas, etc., tal y como marcan las irreversibles tendencias de la figura 2 de abajo. Ese diseño y su funcionamiento se proyectaron (aunque no se fuese consciente) y se implantaron desde el crecimiento constante de flujos de recursos de ultramar y periféricos. Fundamentalmente desde mediados del siglo XX se materializó gracias a una anomalía histórica: la abundancia de energía fósil, tal y como vamos a poner en su merecido contexto histórico un poco más abajo para comprender los retos a los que nos enfrentamos y conocer de qué herramientas sí disponemos. Veremos también que unos años antes, los intentos de su desarrollo se toparon con numerosos escollos y por ello el avance fue bastante poco fructífero.
Se
escuchan voces que creen que esta incontestable visión de los datos es pesimista e incluso apocalíptica, porque rompería con siglos de inercia, olvidando que existe una cosa denominada ingenio humano, pero bien entendido y desligado de toda fe, sea ésta religiosa o tecnológica. Nadie ha dicho que no sea
posible. En este programa de Radio Euskadi, "La Mecánica del Caracol",
en el espacio de Ciencias de la Tierra que desde 2013 mantengo gracias a
Eva Caballero, pudimos charlar con Antonio y desde un enfoque más
geológico o mineral, aunque también tratamos esa dimensión social,
vimos que esa transición se puede y se va a realizar, tanto si nos gusta
como si no: "Retos ante la crisis energética global".
Y no sólo se puede, sino que es innegociable. La cuestión es qué modelo
de sociedad, modelo productivo, organización, etc., puede hacerlo, y
obviamente uno diseñado y basado en los combustibles fósiles, cuando éstos van perdiendo calidad e incluso desapareciendo, como veremos, no está
preparado. Ese sería el hilo argumental del último artículo en The Oil Crash de Antonio Turiel, "centro versus periferia".
Castrillón, Asturias, 3 de mayo de 2021
1. Centralización - descentralización
La instantánea que representaba la figura 1 —la que abre este artículo— corresponde a la rebanada temporal 2007-2008 en la parte de abajo de la figura 2. Miramos por el retrovisor de la historia energética (apenas han pasado 13 años) cuando
ya no queda prácticamente minería del carbón en España (línea azul marino) —en 2019 se
cerraron todas las explotaciones subterráneas de este combustible fósil,
y sólo quedó una a cielo abierto, según la Decisión 787 de la UE para
el cierre de todas las explotaciones “no competitivas”— y la transición
energética sigue siendo un verdadero enigma.
Esto es así porque no se
hicieron los deberes a tiempo, quizás si se hubiese acometido la
transición y paralelamente la descentralización, hace un par de décadas, la cosa sería
distinta. Así lo comentaba Antonio en el programa de Radio Euskadi; los flujos energéticos con altas tasas de retorno energético (ver el
apartado 6 de este artículo
para comprobar la importancia de las TRE) que nos propiciaron aquellos
productos fósiles —fruto de la fotosíntesis y de estos mecanismos
evolutivos que describimos en la tectónica de placas—
serán progresivamente sustituidos por otros flujos captados mediante
tecnologías más modernas, pero mucho menos densos energéticamente, más
caros e intermitentes y sobre todo, mucho menos eficientes. Ahora una buena parte de esa transición y su descentralización serán forzadas por los acontecimientos en una medida nada desdeñable, con cada vez menor capacidad de maniobra.
Figura 2. Arriba: consumo de energía primaria en España (Libro de la Energía 2018-MITECO) y abajo el de energía eléctrica (aproximadamente un 20% de la anterior) presentado por tipo de tecnología (Libro de la Energía 2019-MITECO). Como se puede ver, con los datos del consumo eléctrico que alcanzó su cenit gracias al carbón y a las instalaciones de ciclo combinado de gas en 2008, la figura 1 aparecería como un objetivo deseable (desde el punto de vista exclusivamente económico) en sí mismo, simplemente cambiando las fuentes de energía.
Y es que no nos queda más remedio: los combustibles fósiles son un recurso finito que hemos quemado como si no hubiese un mañana, y su uso tiene efectos secundarios sobre las corrientes que alimentan nuestros ecosistemas y nuestros cuerpos-vórtices tal y como planteaba en la
Revista 15/15\15 para una nueva civilización en el artículo sobre
Arnao observando el declive desde el lugar donde todo empezó (y desde donde estoy escribiendo estas líneas) con la primera mina de carbón (ver vídeo de abajo). Todo empezó realmente aquí en Arnao, en la costa asturiana de Castrillón. Una observación
que se convertiría rápidamente en revolucionaria, y que es hoy una meta
cultural (convertida en museo) recién descubierta: la primera
explotación donde nace el capitalismo fosilista en España y que llegó a explotar incluso bajo el mar.
Como comentaba en aquel artículo sobre Arnao y el cierre de las minas de carbón, un religioso vecino de Naveces,
Fray Agustín Montero, descubría en el año 1591 una “piedra negra”, que
se comportaba como el carbón vegetal y con la que se podían confeccionar
herramientas. Comunicó el hallazgo al emperador Felipe II mediante un
escrito que ha sido recientemente rescatado de los archivos del
Ministerio de Cultura. El emperador, convencido de la valía de tal
descubrimiento, otorgó sobre Arnao la primera concesión de explotación
de un hidrocarburo, carbón mineral, en la península. Pero su desarrollo a escala
industrial hubo de esperar más de dos siglos y se catapultó con la construcción del primer ferrocarril español con inversión e ingeniería belga (realmente fue el segundo después del azucarero de La Habana).
Arnao, Castrillón. La primera mina de carbón (se puede ver el castillete desde donde bajaban los mineros a más de 80 m de profundidad en dirección al mar al final de la toma) y el primer ferrocarril. Todo empezó aquí. Tres décadas antes del descubrimiento del avispado religioso asturiano, en 1561, el mismo Felipe II que da la concesión de explotación de un combustible fósil por primera vez en la historia española, instala la corte en Madrid. Esta decisión real cambiará radicalmente el futuro de la villa castellana. Así poco a poco iría creciendo hasta aglutinar hoy a casi el 15% (6,7 millones) de la población española en un territorio minúsculo. Madrid se convertirá en capital de la Monarquía Hispánica y en el centro de las decisiones políticas desde ese mismo momento. La ciudad había sido fundada por el emir Muhamad I en el siglo IX, tomando como eje el Alcázar Mayrit de donde viene su nombre. ¿Cómo pudo ser posible semejante "milagro"?
Madrid, antes de la época de Felipe II estaba escasamente poblada, su papel administrativo y estratégico había sido relativamente periférico en la línea fronteriza musulmana. Sin embargo, Felipe II pensó en cómo dotar a la villa y corte de los mejores servicios y comodidades, para ello comenzó el trazado de salidas a los principales puertos que traían los recursos de ultramar. Trazó un plan para que tuviera las mejores infraestructuras y comunicaciones, empezando por un puerto con salida por el Tajo que posteriormente fue mejor estudiado y obviamente abandonado por sucesivos intentos de otras tantas monarquías con sus forzados ilustres ingenieros. Dada la imposibilidad de su construcción, se optó también por el canal del Guadalquivir que igualmente fue abandonado. La salida al mar de Madrid siempre fue el sueño de los reyes.
Felipe V trazó las postas y el km 0 en la Puerta del Sol, lo cual dio lugar más tarde a esas comunicaciones radiales que son las seis carreteras nacionales hacia los principales puertos. Éstas adquirieron un auge importante a partir de 1840. En 1855 se encontraban abiertos al tráfico 10.323 km de caminos pavimentados, el 65,7% (6.787 km), eran carreteras generales, y el 34,3%, arterias transversales y provinciales. Durante el siglo XX hubo varias modernizaciones aunque con bastantes bajos rendimientos si los medimos en la adecuación o construcción de kilómetros/año. Eran esperables tan desalentadores resultados dadas las vicisitudes de un colonialismo en repliegue, el desasosiego tras el desastre de 1898 y varias dictaduras y guerras que retrasaron aquellas expectativas.
Figura 3. Mapa guía principal del Plan de Modernización de la red de carreteras españolas de 1950 .
En 1950 se presentó el Plan de Modernización de la red viaria española, muy ambicioso pero finalmente limitado en su aplicación real. Se trataba de un programa de mejora y acondicionamiento de la red, que se ciñó a las que se denominaron "carreteras de circulación más intensa". Después vinieron los llamados "itinerarios de circulación media y reducida". En realidad, solo llegaron a proyectarse completamente las actuaciones relativas al primer grupo de carreteras: las radiales (R.I a R.VI).
En 1957 y tras un cierto desbloqueo internacional con un mundo en plena aceleración económica, hace su aparición el Seat 600. Su expansión industrial supuso un cambio radical en la industria estatal, en el transporte y en el desarrollo del turismo, sector que va a destacar sobre el resto con el aumento sin precedentes del consumo de petróleo en España. La
generalización del uso del automóvil dio el salto que, tras las sucesivas crisis del petróleo de 1973 y los años ochenta, además del colapso de los mercados de 2008, más o menos pudo mantenerse, sobre todo endeudando a las clases medias. Hasta 2020 en que el horizonte pinta como las gráficas de consumo de energía (figura 2).
2. Complejización - descomplejización
El automóvil, en ese periodo de casi seis décadas, dejó de ser una cosa exclusiva de ricos. Las familias
de nivel medio pudimos acceder al vehículo autónomo, lo que significó el cambio sociológico más importante de los últimos siglos. El transporte de mercancías, productos de primera necesidad, alimentos, recursos para la industria (y en dirección contraria las ingentes cantidades de desechos que produjo el centro peninsular) marcan el último gesto del flujo de energía y recursos básicos del organismo ibérico (figura 1).
Ahora nos queda el repliegue en este rítmico devenir del respirar que consta de dos movimientos (inspiración y espiración) de la Iberia física —ningún organismo se puede mantener para siempre en el inspirar si no quiere explotar, ni en el espirar si no quiere ahogarse—. Si este tipo de funcionamiento llegó a ser posible con una tasa de urbanismo por encima del 80% (sólo 2 de cada 10 personas viven hoy del sector primario produciendo alimentos y productos básicos) fue sin duda gracias a la abundancia y asequibilidad de los combustibles fósiles que propiciaron la construcción, mantenimiento y funcionamiento de toda la infraestructura de centralización.
Pensemos que al iniciarse el siglo XX sólo un 30% de la población era urbana y era mantenida por la menguante población dedicada al sector primario eminentemente rural. De cada 10 personas 7 trabajaban en el campo frente a los 3 que vivían en la ciudad. Entre 1960 y 1980 la tasa de abandono del campo alcanzó el 1% de la población a nivel estatal cada año, coincidiendo con el impulso de las carreteras, pasando de poco más de la mitad en 1960 a que tres de cada cuatro españoles ya se habían mudado o vivían desde su nacimiento en una ciudad en 1980. Madrid era la mayor receptora, la mayor y más central de las mega-urbes españolas.
Fue en esa década de 1980-1990 cuando se invirtieron y consolidaron los papeles con respecto a 1900, hasta el máximo actual de 8 a 2 que ya da señales de agotamiento con la volatilidad constante y el relativamente elevado precio de la energía fósil. La única, de momento, capaz de dar respaldo al resto de tecnologías, incluidas también el resto de las energéticas (desde la proyección, construcción y mantenimiento hasta el desmantelado de centrales de energía fotovoltaica, hidroeléctrica, nuclear, eólica, refinerías o de ciclo combinado, además de la infraestructura de transporte). Pero en un momento dado, su impacto ineconómico comenzó a pesar más que la presión y contaminación sobre el medio que garantiza nuestra existencia.
Figura 4. Tasa de urbanización de España 1900-2010 (INE)
Hace poco, realmente muy poco en lo que supone la historia de España, en que fuimos conscientes de la insostenibilidad de este modelo de acumulación de recursos, hormigón, derivados del petróleo y cuerpos humanos en grandes urbes a costa del vaciado, esquilmado y envío de enormes cantidades de residuos a grandes extensiones del territorio (recomiendo leer "Planeta Hormigón" en la Revista 15/15\15 para profundizar en una mirada que no es exclusivamente española). Recientemente, el Gobierno de Navarra presentó en sendos actos consecutivos a finales de 2019, un par de meses antes de la pandemia de Covid-19 y el cambio que vivimos, el Dictemen SC/048 de la UE sobre nuevas relaciones económicas, de cercanía, circulares y nuevas economías locales con el reto de la transición energética como telón de fondo (se puede encontrar un resumen con la crónica de ambas jornadas aquí) como reacción ante este problema que también afecta a otros territorios de Europa.
En aquel momento, un grupo de personas de la vida cultural, académica, científica de Pamplona seguíamos —sobre todo desde 2017 con la creación del colectivo Iruña Gerora para el estudio del decrecimiento centrado en la ciudad de Pamplona— el devenir de los acontecimientos marcados por el declive fósil y los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible; dábamos charlas, publicábamos informes, rodábamos documentales sobre esta transición inminente con la idea de que en la nueva situación, las fronteras urbanas y rurales comenzaban ya a difuminarse incluso en contra de nuestros deseos, viviendo las ciudades más sostenibles un proceso de ruralización.
Paralelamente, el campo comenzaba a duras penas y a velocidad de tortuga, su exigua tecnificación y digitalización, viéndose sometida su población a los intereses cortoplacistas que no solo no se han disuelto, sino que han vuelto con ambiciones más codiciosas si cabe; los megaproyectos para la implantación de tecnologías de captación de energías renovables, de muy dudosa durabilidad y utilidad, sobre todo local, han puesto en jaque a prácticamente todas las comunidades periféricas en este nuevo proceso de neocolonización doméstica estatal.
3. Dependencias - soberanías
Nos enfrentamos a retos muy importantes, algunos requerirían grandes inversiones de recursos mientras que otros serían moderadamente fáciles y otros directamente imposibles. Entonces, un grupo de ciudadanas y ciudadanos hicimos gala de lo que marcan los dictámenes e itinerarios empujados por los documentos europeos e internacionales para la denominada recuperación y resiliencia post-covid y buscamos un debate con las administraciones, tal y como se insiste y recomienda desde los estamentos internacionales, ONU, UE, Gobierno de España, Gobierno de Navarra, Ayuntamiento de Pamplona, etc.
En general, a la hora de entablar ese obligado encuentro, imperativo de esas mismas administraciones, nos encontramos con que éstas se mostraron ampliamente opacas e impenetrables, lo cual nos animó a la confección de un informe desde la exigencia de participación por dichos estamentos, para compartir puntos de vista y propuestas desde nuestro papel como ciudadanía activa en la adaptación y utilización de todos los recursos humanos, técnicos y económicos para la innegociable relocalización de muchos de los procesos que antaño esculpieron el organismo social español, navarro y pamplonica, allanada precisamente por la machacona insistencia de dichos objetivos sobre el papel. Ello culminó en la publicación abierta para todas las administraciones y ciudadanía de un informe sobre esos documentos de las administraciones: "Análisis de los documentos públicos en relación a la transición energética, el cambio climático y las ayudas financieras europeas post covid" en el ámbito de nuestra ciudad.
Figura 5. "Análisis de los documentos públicos en relación a la transición energética, el cambio climático y las ayudas financieras europeas post covid".
El problema de la transición energética no es tanto tecnológico como geológico o social. Ya no existen otros combustibles que sostengan una sociedad estructurada como la nuestra reflejada en la figura 1, que sustituyan la capacidad para reproducir tanta vida humana. Por eso, su solución no es tanto científica —a pesar de que el conocimiento de al ciencia social va a ser básico— como cultural, porque implica cambiar todos nuestros sistemas de pensamiento y nuestros hábitos de vida. En
esta entrevista en Eguzki Irratia pudimos contextualizar tal afirmación (también al final del artículo).
Si las soluciones buscadas, como las vistas en el anterior "informe de informes de informes" son casi exclusivamente por imperativo de corte económico, vemos cómo las administraciones han pasado, con una velocidad de vértigo, a crear y creer en un nuevo credo: el “Liberalismo Verde”, con un principio doctrinal que lo encabeza y compendia: “el sistema socioeconómico mercantilista neoliberal no tiene nada que ver con la gravísima crisis ecológica y económica global”.
De esta manera, en la mayoría de las propuestas se excluye lo fundamental, a saber: ya que las causas de la crisis que afrontamos forman parte de la naturaleza del sistema mercantilista, esa crisis nunca podrá solucionarse dentro del mismo sistema. Sin embargo, a la fuerza, el sistema mercantilista de corte neoliberal debe ser radicalmente cuestionado si queremos dar continuidad a la vida humana civilizada, aunque solo sea en las nuevas circunstancias y contextos energéticos, y las propuestas deben tener una voluntad firme de generar otro tipo de modelo económico humano que supere esa naturaleza del anterior, ya que es la causa de las crisis, la actual y las por venir.
¿Y qué fue por ejemplo, del problema fundamental de la soberanía alimentaria? Si observamos el flujo de energía (figura 1), alimentos, materias primas o recursos básicos que garanticen la vida, así como su contraparte de desechos que deben ser retirados (simplemente dando la vuelta al mapa), vemos la dependencia del centro peninsular labrada por siglos, donde el flujo constante en ambos sentidos debe estar garantizado desde una periferia agotada. Hasta finales del siglo XIX el flujo, sobre todo de entrada, se perdía en el horizonte, el papel jugado por la arquitectura radial de la Iberia administrativa pudo garantizarlo, salvando momentos puntales de guerras o agudas crisis, ese mapa abarcó prácticamente un imperio global de ultramar.
Durante el siglo XX la imposibilidad de seguir con la dinámica colonial trajo el primer repliegue, sin embargo, la inteligencia humana tuvo la suerte de estar bien acompañada por una anomalía histórica; la distancia vino a ser sustituida por los combustibles fósiles (inicialmente domésticos como los carbones asturianos, leoneses o aragoneses y rápidamente externos, gas de Argelia, petróleo, uranio, etc., de diversas zonas del globo) transformados y convertidos en alguna suerte de tecnología: maquinaria agrícola, industrial, fertilizantes, pesticidas, que sustentaron un modelo tecnológico industrial y a su vez daban continuidad al colonial, pero sin colonias.
Este modelo heredero del colonialismo de los siglos previos, sigue siendo al que ahora, con esta segunda fase del repliegue, se quiere seguir dando continuidad. Sin embargo, el disponer de la ingente cantidad de energía que hizo posible tal desarrollo tecnológico para llegar a tasas de urbanización como las mostradas en la figura 4, desde cerca inicialmente, y desde muy lejos después gracias a la globalización y al comercio, se dio y se sigue dando por sentado como el único posible con una nueva vuelta de rosca "verde" y la sagrada eficiencia: todo podrá seguir igual.
Pero, realmente el que tales mecanismos termodinámicos, tecnológicos y mercantiles iban a apuntalar para siempre una estructura radial cuya solera era ya secular, era una creencia, no una certeza, y así es como llegamos a creer que todo este progreso era fruto exclusivamente de la inteligencia humana. Lo sucedido desde 2019 con precios y cortes de suministro ha puesto de manifiesto una serie de razones por las cuales el mundo no debería dar por sentado el suministro seguro a medio-largo plazo.
El penúltimo informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), presentado en plena pandemia a mediados de 2020, como órgano consultivo de la OCDE, insiste en ese detalle:
World Energy Investment 2020. Esta parte está más desarrollada en los apartados 1.7 y 5.3 de
este informe. Ni siquiera dentro del territorio del Estado debería darse por sentado el suministro de energía, materias primas, agua o alimentos en condiciones de volatilidad energética.
Los tres sumideros energéticos que se ven en el mapa de la figura 1 que encabeza este artículo son asimismo sumideros de recursos, alimentos, materias primas: Madrid, País Vasco y en menor grado la Cataluña industrial (en verde-azul). Los donantes (en rojo), en especial el noroeste, Galicia, Asturias, Castilla y León, también Extremadura, Aragón y Castilla la Mancha, suponen las bases materiales que sacrifican sus propios ecosistemas y comunidades (industria maderera sustentada en los eucaliptos, centrales nucleares, de ciclo combinado, carbón, embalses, ganadería y agricultura intensivas, pesca insostenible) en pro de una mal llamada solidaridad territorial basada en una economía de carácter financiero que asienta los domicilios fiscales en los sumideros, especialmente en Madrid, vaciando las zonas esquilmadas.
Así que escuchamos que esos sumideros sostienen mayores niveles de renta y vida y contribuyen notablemente a la riqueza nacional a través de grandes emprendedores y grandes corporaciones cotizadas en bolsa. Pero la realidad física es que ese modelo está tocado y dando señales inequívocas de agotamiento, mientras se insiste en poner parches por doquier y sacrificar, aún más si cabe, la España vaciada; parches cada vez mayores a sus cada vez más frecuentes
grietas y descontentos.
Pero hoy tenemos una certeza: los recursos y mecanismos para la transición ecológica, energética o la que se quiera, ya no vendrán de fuera, sino que estarían cada vez más cercanos pero también más dispersos por el propio territorio. Esta segunda fase de repliegue no deja de ser un neocolonialismo doméstico que sacrifica ecosistemas, desposee a comunidades enteras y esquilma recursos en amplias zonas de Iberia e incluso en zonas vecinas, confiando en seguir con la misma dinámica, simplemente saturando el territorio de parques solares y aerogeneradores, minas, vertederos, en la esperanza (que no certeza) de poder continuar exactamente igual gracias al "ingenio humano" (ver por ejemplo,
esta noticia del manifiesto que hemos firmado buena parte de la comunidad científica aragonesa y estatal frente a los megaproyectos en el Maestrazgo y Gúdar, formado por 22 parques eólicos, sus líneas de evacuación y viales de acceso; igualmente siguen apareciendo manifiestos similares por Cantabria, Navarra, Asturias, León, norte de Castilla...).
Pero no son pocas las voces que nos ponen los pies en la Tierra y apelan al verdadero ingenio humano más que a una fe que confía la seguridad estructural a la esperanza —que quizás funcionó en las condiciones comentadas, pero no hay ninguna garantía de que lo vaya a hacer en las actuales— pues es característica de dicho ingenio el saber que las maneras pasadas de hacer las cosas, tal vez no sean tan útiles en nuevas condiciones
mucho menos eficientes. El ingenio, por definición, es la capacidad de iniciativa, creadora, poética, inventiva. En este caso sería lo contrario de la inercia histórica.
Ahora bien, el criterio político principal de las denominadas iniciativas de recuperación y resiliencia es asignar más recursos económicos para que los mismos mecanismos de siempre, principalmente decisiones políticas e inercias económicas, solucionen lo que anteriormente crearon. Para la administración local y autonómica navarra, por ejemplo, la crisis económica, medioambiental y social crónica del extractivismo fosilista, amplificada por el irreversible declive energético y de recursos, tiene una única solución, la financiera-empresarial, y aunque se le llame participación público-privada, no deja de ser un rescate en toda regla, aunque más sofisticado, tal y como comentamos
aquí.
4. Callejones sin salida
El hecho de construir más infraestructuras que no se podrán utilizar o dirigiendo fondos a planes muy sectoriales, protagonizados por redes administrativas que además toman a la ciudadanía como objeto de esas políticas, no como los sujetos activos de ellas, nos hunde más y más en la pobreza, tal y como analizamos
aquí. Y no solo el centro peninsular debe repensar su futuro a costa de otros territorios. Existen zonas ampliamente tecnificadas como el País Vasco cuyo agotamiento y declive ya da señales de no haber visto que la soberanía básica elemental es condición necesaria, pero no suficiente, para trazar un futuro brillante sin condiciones de colonialismo comercial, militar y político, externo o doméstico. Prácticamente todas las mega-urbes fuertemente industrializadas ya presentan diferentes grados de insostenibilidad, económica, social, de referencias culturales, de convivencia y desigualdad, que ponen contra las cuerdas cualquier posibilidad de una transición frugal.
Y como la suma de las partes conlleva la suma de sus naturalezas, el Estado se vuelve insostenible en la medida en que las comunidades lo hacen. Pero esto ya será materia para otro artículo o informe multidisciplinar. Al contrario, en la medida en que los medios de vida, las economías y las culturas se hagan localmente soberanas, el territorio con las comunidades que acoja (sean del tamaño que se elijan) podrían llegar a serlo también, sería la única base desde la que partir para construir un futuro civilizado no autoritario. En
este artículo se analizó la posibilidad de una solución con un perfil de carácter ecofascista, pues es una solución que atrae a no pocos grupos influyentes de carácter elitista, como también lo es el colapso del sistema.
Pareciera que no se es consciente en la clase dirigente del hecho científico inevitable,
concretamente geológico, absolutamente innegociable, de que partes vitales de nuestra compleja sociedad,
van a dejar de funcionar rápidamente a medida que el petróleo escasee. Idea por otra parte, que no consigue entrar en las mentes esculpidas y formadas en un mundo en constante expansión y crecimiento y moldeadas con la modernidad industrial, pero un mundo abocado a esta inapelable
descomplejización que ya vivimos, fenómeno social que incluso provoca un rechazo irracional y violento.
El peligro consiste en meterse en callejones sin salida que habrá que desandar como sociedad con el costoso gasto de energía adicional que está acarreando. Pero aún más peligroso será el enorme descontento y frustración social que ya se observa, caldo de cultivo para legitimar la vuelta de regímenes de extrema derecha en la falsa promesa de volver a un pasado lleno de optimismo, aunque ello conlleve la privación de los recursos más básicos o de derechos humanos elementales para amplias bolsas de población, sobre todo periférica, pero también a la excluida en las zonas centrales.
Finalmente, la desaparición de muchas de las estructuras nacidas en las últimas seis décadas de crecimiento económico —catapultado por energía fósil— van a ser inevitables; sirvieron para dar una continuidad a un centralismo que las tasas de urbanismo jamás vistas en la historia no solo ibérica (figura 4), sino mundial, posibilitaron y casi creímos que podrían continuar e incluso avanzar por ser fruto exclusivo del ingenio humano, pero en realidad exclusivamente no lo eran. El decrecimiento ya ha comenzado, pero no será un camino de rosas.
La España vaciada y la saturación e inhabitabilidad de las urbes-tumor es el resultado directo de esta mentalidad antropocéntrica, esatatal-centrista incorregible. Por ello, destacamos una parte del valiente artículo de Antonio Turiel al que hacíamos referencia al principio, y no es otro que su final: "La transición renovable, la verdadera, la posible, debe basarse en el aprovechamiento local y eficiente de la energía renovable. Un aprovechamiento que hará renacer al territorio. Renacer del territorio que debe ser a costa del abandono del centralismo metropolitano. Ceterum censeo Metropolem esse delendam*".
*Además opino que la metrópoli debe ser destruida.
Si te interesa profundizar más en esta perspectiva, recomiendo un par de cosas: