Queridas y queridos lectores, me gustaría compartir las siguientes reflexiones que me han surgido mientras preparaba un artículo para la revista Tempos Novos sobre la actual estrategia en minería que va a sustentar nuestra transición energética "verde" y que se puede descargar en pdf (en gallego) en este enlace.
Se trata de una reflexión temprana sobre los pronósticos y actualizaciones de los Límites del Crecimiento (LDC), teniendo en consideración lo vivido desde 2020 hasta hoy, algo que nos pone en la pista de que el escenario denominado BAU2 de 2004 sería el más cercano a lo que describía en 2022 en este artículo encabezado por una frase de Donella Meadows (1941-2001).
Ella fue la líder del grupo de Dinámica de Sistemas (en la foto de arriba) que desarrolló la versión de World3 de 1972. Donella nos dejó en 2001 víctima de un cáncer, pero su compañero Dennis L. Meadows, quien formó parte del grupo, continúa su labor de actualización y revisión, además de la divulgativa, bien pasados los 80 años.
Antonio Aretxabala, 27 de mayo de 2023
BAU2
Si comparamos los datos empíricos con los cuatro escenarios de la última versión de World3, que fue la recalibrada de 1992 con dos variables añadidas en 2004, podemos observar, con más de tres años de retrovisor, un cierto parecido con qué ha pasado más o menos desde 2020. Recordemos que, a la sazón era cuando nos hablaban del crecimiento en V.
Hemos seguido unas políticas "verdes" consistentes en añadir nuevas tecnologías de captación y transformación de energías renovables sin reducir el incremento de quema de los cada vez peores y más escasos hidrocarburos. O lo que es lo mismo, que la introducción masiva de tecnologías renovables de carácter eléctrico industrial (REI) no han venido a sustituir a los hidrocarburos, sino a ser añadidas al mix.
El escenario más popular y extendido en los artículos de divulgación científica sobre Los límites del crecimiento de 1972 y posteriores es el denominado "Business As Usual" (BAU), o el que en 1972 consideraba que el ser humano seguiría haciendo las cosas prácticamente igual, era el denominado escenario de "los negocios como siempre", pero las revisiones sí cambiaron las cosas, especialmente la de 2004.
El incremento de la presión ambiental por unidad de actividad económica
Para cuando nacieron los 17 ODS en septiembre de 2015, áreas extensas del planeta ya habían tenido que ser abandonadas. El modelo extractivo que ha dominado nuestra relación con el medio que nos sustenta es incapaz de evitar su destrucción si el beneficio económico depende de que los impactos ambientales sean cargados a los habitantes, incluidos los no humanos.
En el siglo XXI ya vivimos en la paradoja de que este modelo económico, para crecer, necesita destruir las bases materiales y biológicas que hacen posible no sólo su crecimiento, sino su continuidad. La manera técnica de que disponen los gobiernos y los medios de comunicación para expresarlo sería la recesión, basada en un medidor: el PIB, es decir, si se estanca y no crece, nos dirigimos a un incremento de la pobreza. Pero la cuestión es más física o geológica de lo que reflejaría ese medidor y otros similares. Veamos.
Los líderes mundiales adoptaron aquel 2015 un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger los ecosistemas que aún siguen funcionando y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible. Pero, aunque ya hemos recorrido ocho años y nos quedan siete (Agenda 2030), no hemos conseguido erradicar ni la destrucción de los ecosistemas ni la desposesión de las comunidades que los habitan. Tampoco la nueva minería especulativa ha sido erradicada, se supone que iba a ser sustituida por modelos de extracción sostenibles que iban a arreglar los impactos de manera notable.
El resultado, muy al contrario, ha sido una creciente presión ambiental y social por unidad de actividad económica. Se desmienten así las afirmaciones del itinerario de transición ecológica y crecimiento verde o Green Deal impuesto en Europa especialmente tras la pandemia declarada en 2020 por la OMS. Además, se consolida tal contradicción con un hecho bien contrastado: que la eficiencia del mercado gracias a la tecnología digital (gran consumidora de energía y minerales) ha simplificado el saqueo a las comunidades y a la tierra. Sería otra muestra más del efecto rebote o Paradoja de Jevons de carácter extractivo.
En la revisión de 2004 de Los límites del crecimiento apareció el escenario BAU2 y como vemos, se asemeja mucho al itinerario al que nos estamos dirigiendo. La consideración de 1990 quedó clara —con los datos que el conocimiento de la geología industrial suministraba de algunos recursos geológicos clave—, en particular los combustibles fósiles resultaron algo más abundantes de lo que se suponía en el escenario BAU de 1972. Este hecho resultó en que nos volvió más derrochadores al mismo tiempo que la descomunal concentración de beneficios hizo que la mayoría nos volviésemos más deudores o más pobres, tal y como explicamos aquí y aquí. Si seguimos confundiendo decrecimiento con empobrecimiento seguiremos ahondando en lo que explicábamos entonces.
Sin embargo, aquella noticia de una contrastada abundancia de recursos nos pareció "una buena noticia", sobre todo a las empresas del sector de los hidrocarburos y a las mineras, pues en el caso de las primeras, dilataba los años de sus negocios sin muchos traspiés en el horizonte, como los de 1973, 1979 o 1990 y las segundas, que aún no han desarrollado minerías basadas en otra cosa que no sea el gasoil, veían la posibilidad de seguir con sus expectativas de crecimiento, aunque cada año añadido tuvieran que triturar más y más montañas o cordilleras para obtener la misma cantidad de mineral que unas décadas antes (recomiendo ver este artículo que lo explica poniendo el cobre como ejemplo).
No obstante, en la cumbre de Río de junio de 1992, no fueron pocos los grupos de científicos y ambientalistas que advirtieron de los efectos secundarios o iatrogénicos que esto acarrearía. Como todo el mundo sabe, nuestras opulentas sociedades industrializadas hicieron caso omiso de las advertencias que hoy ya forman parte de nuestra vida cotidiana, y no hablamos sólo de sequías, olas de calor, violentas tormentas o inundaciones, el calentamiento de la superficie marina, la desertificación de nuestro entorno...
La muerte de los suelos o esta sexta extinción masiva que hemos puesto en marcha lastran "el crecimiento" aunque los tentáculos y sus diabólicas corrientes sólo sean testificadas y descritas por un puñado de desesperados científicos, humanistas e investigadores independientes a los que, deliberadamente se ahoga en la irrelevancia. También hablamos abiertamente de cómo nuestros cuerpos han pasado a formar parte de las nuevas corrientes artificiales, vehiculando a través de ellos los nuevos desechos que el planeta ya no digiere.
En efecto, al no poder metabolizarlos los pone en circulación, porque como comentaba en este artículo, nuestros cuerpos, además de vórtices, son parte de los nuevos itinerarios de estos recién llegados materiales del Antropoceno. El ejemplo que más "risas" produce en mis charlas es el de que, inmersos en nuestras opulentas sociedades industrializadas, nos comemos en forma de microplástico unas tres muñecas Barbie al año por persona, como explicaba en este artículo para la revista 151515.
Y una nueva manera contradictoria de hacer negocios...
En 2004, varios autores postularon entonces que no sería la escasez de recursos, sino la contaminación, especialmente los gases de efecto invernadero, lo que causaría la detención del crecimiento. Este escenario BAU2 tiene los mismos supuestos que el Business As Usual (BAU) de 1972 que, como decía, es el más conocido, excepto que asume el doble de recursos no renovables. Más recursos naturales no evitan el colapso en el programa de dinámica de sistemas World3; la causa cambia del agotamiento de los recursos a una grave crisis de contaminación (figura 1, línea naranja).
Los supuestos que subyacen a cada escenario abarcan una gama de factores tecnológicos, sociales y de recursos. En cada escenario, la causa del declive difiere y su escala varía de una caída temporal al colapso social (ver figura 1). Si consideramos BAU (el más conocido y utilizado) y especialmente el escenario BAU2, podríamos imaginar una constelación de historias y pronósticos que seguramente no se alejarían mucho de lo que ya estamos viviendo. Representarían narrativas como las que leemos o vemos en documentales que conllevan airados y apasionados discursos, intentos de monopolización de las soluciones, incluso críticas violentas y descalificaciones del tipo o estás conmigo o contra mí.
Sin embargo, al contrario de lo observado en la figura 1 (BAU) y visto que no podemos parar la presión ambiental (BAU2), observamos atónitos cómo aumenta el abandono de lugares que fueron fértiles. Ahora se topan con terribles dificultades para producir alimentos, en el trasfondo están las sequías prolongadas, inundaciones repentinas, degradación y muerte de los suelos o la desertificación, algo que desde hace tiempo notamos en la cesta de la compra (línea amarilla de la figura 1). Entonces, nos vemos obligados a reducir y optimizar el consumo de recursos por la fuerza.
La nueva anormalidad conlleva, por tanto, la paradoja del intento de reducción cuando las cifras de reservas y recursos aumentan sobre el papel (u hoja excel) pero no llegan como lo hacían antes. Ahora nos obligamos a identificar las materias primas estratégicas, establecer estándares de sostenibilidad y aplicarlos a todas las fases del ciclo mineral. La reutilización y el reciclado (actualmente un 14%) aparecen como primera opción, aumentando la disponibilidad. Así que en noviembre de 2020, el Consejo de ministros del Estado español aprobó la Estrategia de Descarbonización a Largo Plazo 2050 (ELP 2050) como parte de los compromisos de España con el Acuerdo de París (2015) y como Estado miembro de la UE. Nada se está cumpliendo.
Desde entonces estamos intentando trazar un itinerario para lograr la neutralidad climática en 2050 y con el Plan Nacional Integrado Energía y Clima 2021-2030 configurar el nuevo marco estratégico y normativo para la transición ecológica basada en el despliegue de tecnologías renovables con el fin de electrificar y digitalizar la economía. Al mismo tiempo, aumenta el número de suelos desertizados, el de acuíferos contaminados o los ecosistemas en defunción.
Es cierto que vivimos ciertas recuperaciones, con subidas y bajadas en la actividad económica. Pero las actuales crisis globales, relacionadas con la pandemia, la guerra o la falta de suministros, obliga a nuestros dirigentes y organizaciones sindicales a repensar una profunda transformación en cada uno de los sectores de la economía. Sin embargo, tenemos que destacar que tanto el conocimiento de los problemas sistémicos como las herramientas para capear este momento ya estaban en manos de las administraciones y habían sido y son motivo de movimientos ciudadanos que fueron y son ampliamente ignorados. Un ejemplo de lo argüido se puede ver aquí. En el trasfondo: la solución no era tecnológica ni empresarial, sino fundamentalmente social.
A medida que el espacio extractivo se hace más grande, más lucrativo y más subvencionado, no solo se contaminan las tierras, los ecosistemas o nuestros cuerpos, una de las víctimas que más toxicidad ha incorporado a su dinámica en este transcurso es el pensamiento económico. Vemos día a día cómo en su irracional deontología "crecentista" ya predomina más el aniquilar, destruir y matar que el "buscarse" la vida.
En la minería "sostenible" y no especulativa que se supone va a apuntalar nuestro "crecimiento verde", como sucedió en más de una veintena de colapsos civilizatorios que nos preceden, el fin siempre justifica los medios. Y es que en una sociedad termoindustrial, tecnológica y digital como la nuestra ya todo está minado, desde los suelos hasta la actitud de las personas en redes sociales, las economías digitales o el ocio y el arte. A nadie se le escapa que este despliegue digital y la automatización de una buena parte de la economía se la debemos a China, que controla el 95% de las cadenas de suministro de los paneles fotovoltaicos, a Chile con la tercera parte del cobre mundial o al Congo con más de la mitad del cobalto. Allí los impactos medioambientales son espectaculares. Pero todo tiene un fin...
Una economía tan verde que se basa en rebajar las exigencias medioambientales
Los científicos chinos se han vuelto reticentes a seguir explotando a precio de ganga las valiosas tierras raras o los minerales necesarios para "nuestra transición verde" y ahora nos advierten de que sólo "la prospección geológica intensiva de los depósitos de minerales clave causa un daño extremo al medio ambiente". Como si en occidente no lo supiéramos. El camino hacia una economía verde europea ahora se ve también muy destructiva desde la República Democrática del Congo, donde hombres, mujeres y niños extraen las tres cuartas partes del cobalto de nuestros dispositivos digitales y de nuestras infraestructuras de transformación y captación de energías "limpias" con la ayuda de fondos chinos y capital occidental que han convertido al país en uno de las más pobres del mundo (74% de su población). No son pocas las voces que intentan frenar semejante fuente de esclavitud y muerte. Pero permanecemos indiferentes ante su ensordecedor clamor, porque no vemos otra salida que el engaño del crecimiento verde y su infundado tecnooptimismo.
Qué fastidio los chinos. Con lo bien que nos iba cuando se saltaban las normas medioambientales a la torera, ahora también "les preocupa" que en sus territorios se hayan instalado de manera generalizada explotaciones con graves impactos en sus ecosistemas y comunidades debidos a la creciente demanda de las "industrias verdes de alta tecnología". Al menos, cuando no lo sabíamos éramos más felices. Las razones por las que la mayoría de los ecologistas y casi todos los consumidores de dispositivos y ecosistemas digitales sabemos poco (o nada) sobre las prácticas mineras destructivas necesarias para suministrar materiales geológicos a nuestros teléfonos, consolas o vehículos eléctricos, se reducen simplemente a que tanto la política minera china como la europea o norteamericana son profundamente opacas a mostrar esta realidad.
Así que visto que lo verde no funciona como nos habíamos imaginado, la tentación es volver a lo que se llama la economía de mercado y el crecimiento económico infinito, algo que ya no parece posible y menos aún deseable. Vemos cómo el criterio principal de las denominadas iniciativas de recuperación y resiliencia es asignar más recursos económicos para que los mismos mecanismos, decisiones políticas e inercias económicas solucionen la crisis que crearon. De esta manera, la crisis global que comienza con la energía y sigue con los recursos geológicos básicos necesarios para nuestra transición verde, tendría una única solución: la financiera-empresarial.
Dentro de este conjunto de soluciones financieras y empresariales destacaría uno de los desenlaces más Typical Spanish como es la denominada Ley Tapia en Euskadi. Ha sido otra paradoja: rebajar las exigencias medioambientales como excusa para promover la “economía verde”, tanto en la implantación de megaproyectos de polígonos eólicos o fotovoltaicos como en la minería que apuntala su despliegue y el de las infraestructuras de transporte, energéticas y digitales que la acompañan. El objetivo: favorecer la inversión y subvencionar el cambio de modelo extractivo.
Construir más infraestructuras que no podrán utilizarse y dirigiendo fondos a planes muy sectoriales, protagonizados por redes administrativas que, además toman a la ciudadanía como objeto de esas políticas y no como los sujetos activos de ellas, está hundiendo a comunidades enteras, creando zonas de sacrificio en los territorios que se vacían: todo un BAU2. La UE ya nos pide cuentas. A ver ahora cómo lo solucionamos...