Monte quemado con pinos y eucaliptos sobre sustrato granítico y escaso desarrollo edáfico. Galicia
Queridas y queridos lectores, este año de incendios que arrasan el territorio peninsular es especialmente virulento y posiblemente hayamos superado el récord de incendio más extenso jamás sucedido desde que observamos y medimos, especialmente si lo medimos por eventos separados. El satélite Sentinel-2 del Proyecto Copernicus así parecía mostrar con el que afectó a Molezuelas de la Carballeda (Zamora) tras su salto a la provincia de León. No obstante, permanecemos a la espera de recibir datos definitivos sobre la superficie finalmente quemada.
En este artículo no vamos a entrar en un necesario debate de responsabilidades que ya tiene lugar entre la sociedad, la población afectada, los propios debates televisivos con horas y horas diarias de tertulianos hablando del PSOE y del PP que van reduciendo el dilema de los incendios, como ya han hecho con tantos otros problemas ambientales, a lo de siempre: ¡y tú más, tú lo haces peor! Pero recordemos que en España, nueve de cada diez incendios forestales son provocados, ya sea por negligencia o intencionadamente. Y esto hay que remarcarlo: los bosques de Iberia arden porque alguien los quema. Punto.
Aquí vamos a dar unas pautas y unas pinceladas para prever y prevenir lo que se nos viene encima cuando acabe esta pesadilla. Desafortunadamente no será la última. Tan solo recordar que lo sucedido en 2017 con el paso del huracán Ophelia frente a las costas de Galicia y Portugal debió habernos puesto en alerta para tomar medidas correctoras ante un fenómeno que gana en violencia y voracidad con el tiempo. Quien quiera recordar esos infernales días de octubre puede visitar este artículo.
Intentar comprender qué nos hacemos a nosotros mismos y a nuestras hijas y nietas
Millones de bacterias, plantas, líquenes en los suelos, anfibios, insectos, peces, aves, pequeños vertebrados e invertebrados que realizan gratis una constelación de procesos dinamizando la vida, que nos protegen, nos alimentan, que son nuestros guardaespaldas y muchas cosas más, han desaparecido para siempre. Y por pura ignorancia o ganas de no comprender que el beneficio económico a corto plazo es dinamita o pura gasolina, hemos construido sobre ella —como si esta fuese el cimiento (y bien que lo es, como todos los hidrocarburos los son)— un sistema económico inflamable. Pero hoy en día nadie debe ser forzado a comprenderlo. No exigimos ni reconocimiento ni acuerdo de quien no tenga una necesidad especial e individual de formarse una opinión.
Ni siquiera al ser humano inmaduro, al adolescente, queremos ya inculcarle solo conocimientos, sino que intentamos desarrollar sus facultades para no tener que forzarle a comprender, sino estimularle para que desee comprender. Los adultos aún podríamos conservar cierta capacidad de seducción al actuar como le decimos que debemos hacerlo, es decir, dando ejemplo. No obstante, esta característica de nuestro tiempo viene acompañada del formalismo impersonal que se generaliza para favorecer el seguir aniquilando todo lo que arriba comentamos si ofrece un beneficio económico a corto plazo y por tanto, nos va aniquilando también a nosotros mismos. Para más información sobre cómo ha cambiado entre los adolescentes su forma de percibir y confiar en los adultos en este contexto de extralimitación y traición, para favorecer ciertos intereses económicos a costa de sus vidas, recomendamos este emotivo artículo de la profesora Julia Steinberger: Los chicos no están bien.
Pero sabemos ya, como apuntamos, que también muchos de nuestros contemporáneos ya intentan dirigir su vida en el sentido indicado. No pretendemos señalar así el «único camino» hacia la verdad, sino describir el que hemos tomado un puñado de personas de ciencia y humanistas que aspiramos a despertar a nuestras compañeras y compañeros de viaje antes de que sea demasiado tarde. Los incendios son cada vez más virulentos y destructivos y desafortunadamente también hay quien se beneficia de ello. Así que es labor de toda la sociedad denunciarlo y combatirlo por pura supervivencia (recomendamos la lectura de esta entrevista al experto en gestión forestal Xabier Vázquez Pumariño tras el infierno desatado en 2017 y el paso de Ophelia).
Efectos geológicos de los incendios que debemos comprender para proyectar futuro
- Erosión del suelo. En los próximos días, lo primero que sucederá de la mano del viento y de las primeras lluvias será la desaparición de la capa de suelo fértil.
- Con ello, se producirá la pérdida de humedad de los primeros estratos que filtran el agua de lluvia y que garantizaban la percolación hacia los niveles de infiltración que va a ríos, arroyos y acuíferos. Toda esta cobertera vegetal y bacteriana, que habita entre el humus, desde el matorral hasta las raíces, es la primera encargada de que el agua que consumimos sea limpia y sana. Por eso las campañas de desconocimiento puestas en marcha por un buen número de administraciones basadas en que «el monte está sucio» y «hay que limpiar el monte» para que no se queme, son uno de los mayores errores que escuchamos estos días. Es obvio, el desierto no se quema. Como apunta el profesor Alfredo Ojanguren de la Universidad de Oviedo: «Limpio significa sin basura. Pero la vegetación no es suciedad, es parte del ecosistema, es biodiversidad, son plantas. Eso que llamamos suciedad es biodiversidad. La idea de eliminar la vegetación para que no arda es completamente absurda».
- Deslizamientos e inestabilidades del terreno mucho más voluminosos y frecuentes van a derivarse de la falta de sostenimiento que garantizaba la humedad de semisaturación (cohesión que se pierde al perder moléculas de agua) y la que, como anclajes naturales, realizaban matorrales, arbustos y árboles, afectando a nuestras infraestructuras, carreteras, vías férreas, canales, puentes o presas.
- Contaminación de los acuíferos inferiores que dependiendo de la permeabilidad del terreno (una dimensión de velocidad que se mide en cm/s, m/s o km/h) tardará semanas, meses e incluso años en dañarlos con los residuos de la ignición y la combustión de miles de toneladas de sustancias orgánicas y artificiales. Algunos de ellos son altamente tóxicos y ahora, sin una cobertera edáfica adecuada y sin matorral, a través de poros, fisuras, diaclasas o fallas, arrastrados por las lluvias son mezclados con otros desechos de origen industrial como fertilizantes, pesticidas, nitratos, etc., en el sistema fractográfico del macizo rocoso y desde éste se depositan en los acuíferos que utilizamos para riego o agua de boca.
- Con la pérdida de biodiversidad en superficie, acrecentada por un uso industrial del suelo y de la agricultura intensiva, viene también la incapacidad de atracción de la humedad atmosférica para regenerar la edafología que podría revertir los procesos señalados y recargar los acuíferos. El agua que caiga, cada vez de manera más espaciada y caótica pero también más intensa, adquiere así un mayor carácter erosivo y de arrastre. Los procesos naturales de erosión, transporte y sedimentación han quedado trastocados en las áreas afectadas por grandes incendios y deforestación, muchas veces de manera irreversible. Así es como avanza la saharización de la Península Ibérica. El avance del clima árido va a una velocidad de unos 1500 km² por año, una tercera parte del tamaño de La Rioja todos los años. Una superficie equivalente a la del territorio de León o de Toledo cada década.
- Ahora todo queda preparado para que en otoño y primavera vivamos inundaciones más catastróficas al perder rugosidad y rozamiento en los canales de drenaje de la geomorfología natural, tanto debido a la erosión como a la pérdida de matorral y arbustos en los canales naturales de evacuación. Aquí no vamos a entrar en el papel de un urbanismo salvaje que, a base de obras de hormigón para canalización y regulación, han empeorado este aspecto. Quien quiera información al respecto puede consultar este artículo. Al alterar la respuesta hidrológica de las zonas quemadas, los incendios forestales van a provocar un aumento de la escorrentía y efectos amplificadores en la intensidad de las inundaciones (Sutanto, S. J., Janssen, M., de Brito, M. M., del Pozo Garcia, M., 2024). Por tanto, las inundaciones y los incendios forestales son ambos eventos muy peligrosos que están interrelacionados, ya que los primeros pueden crear condiciones más vulnerables para las inundaciones posteriores, aumentando así la probabilidad y la gravedad de éstas.
- Otro de los efectos adversos del que se habla poco por su complejidad es que la deforestación, en áreas propensas favorece el disparo de fallas previamente tensadas; la pérdida de suelo puede generar sismicidad. El caso de Haití (2010) fue presentado en Mexico en el congreso de la American Geophysical Union (AGU) en el trabajo GEOLOGICAL DEFORMATIONS AND POTENTIAL HAZARDS TRIGGERED BY THE 01-12-2010 HAITI EARTHQUAKE: INSIGHTS FROM GOOGLE EARTH IMAGERY. (Doblas, M., Belizaire, D., Aretxabala, A., Torres, Y., Benito, M. B., 2013) en el que se observa la deformación cortical debida al acelerado avance de la erosión debida a la deforestación humana y los incendios.
Ciclos biogeoquímicos
Son muchos los efectos geológicos adversos que vamos a observar de aquí a meses y años. Luego nos preguntaremos por qué tal o cual administración no actúa para paliar sequías, inundaciones, contaminación de acuíferos, pérdida de más biodiversidad, nuevas entidades a niveles muy profundos de la corteza... Pero es labor de toda la sociedad exigir que el conocimiento científico libre de intereses políticos o empresariales alcance a las más altas instituciones, aunque solo sea por la ambición de la supervivencia nuestra y de nuestras hijas y nietas.
Dos ciclos biogeoquímicos clave son el fósforo (P) y el nitrógeno (N), alterados por la actividad humana, principalmente a través del uso de fertilizantes en la agricultura industrial y la proliferación de monocultivos. Los incendios forestales, que como comentamos, en una mayoría abrumadora son provocados, están llevando a los ciclos biogeoquímicos de P y N a niveles de alteración y desequilibrio incompatibles con la vida. Veamos hasta qué punto hemos cruzado este peligroso umbral:
Fósforo
El fósforo es un elemento innegociable para la vida, al menos en nuestro planeta. Es la piedra angular del ADN, es la P del ATP, la molécula que transporta la energía por todas las células vivas del planeta. Las plantas necesitan fósforo para crecer, por eso los agricultores han fertilizado sus cultivos con él durante milenios de manera sostenible, hasta que tanto la agricultura como la minería se volvieron procesos industriales. La estrategia del fósforo en la naturaleza llevó a las plantas al desarrollo de tácticas para conseguir la cantidad necesaria. Muchas desarrollaron sistemas de raíces amplios especializados en buscar el fósforo. Otras lo hicieron produciendo sustancias químicas para liberar el nutriente de los minerales y las rocas.
Pero la mayoría de los cultivos comerciales ya no tienen esa capacidad porque las plantas ya no necesitan gastar energía desplegando este tipo de estrategias, están saturadas de fósforo extraído de minas, la mayoría de países pobres. Y en un mundo que nos abandona, que era un mundo de recursos abundantes, regido por una economía capitalista inflamable, basada en el crecimiento de los beneficios empresariales sobre todas las cosas, no hemos seleccionado variedades: optamos por el extractivismo, el colonialismo y la minería industrial. El solo hecho de pensar en buscar la manera de electrificar estos procesos industriales estremece hasta al espíritu más tecnooptimista.
Nitrógeno
El ciclo del nitrógeno es un proceso biogeoquímico vital en la naturaleza. Transforma la circulación del nitrógeno entre la atmósfera, la corteza terrestre, los organismos vivos y el agua. El nitrógeno es el gas más abundante de la atmósfera (78% de nitrógeno seguido del 21% de oxígeno) y un elemento esencial para la vida que mantiene en equilibrio los ecosistemas en los que nos desarrollamos nosotros y el resto de los seres vivos que nos sustentan. Las plantas y los seres vivos que interactúan con ellas desarrollaron desde hace miles de millones de años estrategias adecuadas y equilibradas a cada ecosistema para intercambiar nitrógeno entre la corteza terrestre, la atmósfera, el agua y todos los seres vivos.
Por tanto, la alteración de los ciclos biogeoquímicos que introducen los grandes incendios contribuye a la pérdida de biodiversidad y de las funciones y dinámicas ecosistémicas que nos mantienen vivos. Los límites planetarios que ya hemos cruzado de manera peligrosa (7 de 9) con los ciclos biogeoquímicos, especialmente de N y P, nos indican la importancia de mantener en equilibrio los procesos naturales para asegurar el futuro de todos los seres vivos de este planeta.
Todo va más allá de lo que imaginamos en nuestros cubículos disciplinarios
A veces la investigación científica nos descubre cosas que no queremos ver, una en especial: nuestra incapacidad de prever de manera razonable los desastres naturales o provocados. Sin embargo, estaríamos traicionando a los ciudadanos a los que servimos si los científicos no lo intentáramos. El objetivo del científico es generar conocimiento y difundirlo, proporcionar a la sociedad y a nuestra civilización herramientas que contribuyan a mejorar nuestra calidad de vida y sobre todo a garantizar nuestra seguridad y la de quienes nos rodean o heredarán el fruto de nuestro comportamiento y elecciones sobre el tipo de sociedad que queremos.
No nos hacemos ninguna ilusión intentando predicar una vez más en el desierto, pero hay alguna señal de que ya no somos esos cuatro locos barbudos, ecologistas o soñadores que están contra el desarrollo económico o el avance de la sociedad y nos quieren llevar de vuelta a las cavernas, que es lo que hemos tenido que escuchar desde que comenzamos a investigar pensando en sistemas. Siempre se nos ponía en contraposición a los prácticos emprendedores que dinamizaban la economía del máximo beneficio en el plazo más corto posible.
Pero quizás no comprendieron, ni ellos ni la letal red política y empresarial que los genera y sustenta, que hoy el crecimiento del PIB —especialmente cuando se trata de la actividad económica movilizada durante y después de catástrofes—, puede tomarse como la medida de destrucción del medio que garantiza nuestras vidas, o una medida de la desposesión de las comunidades, o de la devastación de las vidas de quienes están por venir o aún son demasiado pequeños para convencernos de que deberíamos tirar sin contemplaciones del freno de mano de esta máquina incendiaria que hemos creado (recomendamos la lectura del libro INCENDIOS ( ver entrevista en contexto) del que habla el propio investigador, Alejandro Pedregal, también en esta entrevista para El Español).
Es necesario que hablemos menos de los cabrones que habitan en las noticias y televisiones y más de las cabras que habitan el monte, trepan por las laderas y peñascos y mantienen el equilibrio ecológico, aunque solo sea por el irrefutable hecho de que nosotros, los humanos, como mamíferos que somos, necesitamos de una compleja red de relaciones entre la geología y la biodiversidad para poder vivir.
Con siete límites de nueve ya sobrepasados, si no escuchamos a sabios como Albert Einstein y por fin actuamos, es que estamos tan muertos como las cenizas que dejan los incendios.