Imagen tomada por el helicóptero de la Dirección General de Emergencias en Los Alcázares, Murcia y publicada en eldiario.es
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Queridos lectores, los grandes medios de comunicación se van acercando a escuchar y divulgar nuestras observaciones y propuestas más radicales, algunas de las cuales fueron denostadas, tratadas como marginales, sometidas a críticas violentas e incluso motivo de represalias, pero siguen siendo las únicas efectivas y resilientes, quizás precisamente por su radicalidad. Lo venimos haciendo hace años desde la idea de que nuestra relación con el medio que nos da la vida no es una guerra. El medio humano y el medio natural no pueden acabar destruyéndose mutuamente. Simplemente debemos reconocer que nos estamos adaptando.
1. Siempre caemos en los mismos errores, una y otra vez.
Podemos seguir perdiendo vidas y miles de millones de euros para continuar jugando a ser dioses. O podemos planificar una retirada reflexiva, práctica e inteligente y volver a tener una relación circular con el medio que garantiza nuestra propia existencia.
Uno de los aspectos que más me interesa y le he comentado estos días a varios periodistas es nuestra disposición psicológica a caer una y otra vez en los mismos errores de planificación; lo hecho hecho está, poca solución tiene en el nuevo contexto de caos climático. Sin embargo, las nuevas decisiones urbanísticas o de proyección de grandes infraestructuras arrastran impulsos de una mentalidad de declaración de guerra, de pulso constante, sabiendo de antemano que siempre vamos a perder. Hemos dejado un reguero de obras inservibles que nos han costado una barbaridad y que apenas podemos mantener, entre ellas hay algunas bombas de relojería.
He querido profundizar en el porqué elegimos jugar a la guerra con la naturaleza y qué factor nos hizo creer que íbamos a estar siempre manteniendo a raya a un medio que hemos conquistado, del que nos hemos apropiado, pero al que apenas conocemos y menos aún podemos controlar: los combustibles fósiles abundantes y baratos casi nos hacen dioses. Pero todo recurso no renovable es finito y toda tecnología de extracción limitada.
2. ¿Por qué hemos conquistado las llanuras de inundación? ¿Qué nos empujó a ello?
El ser humano comenzó a invadir de manera permanente las riberas de los ríos muy recientemente. Confió en que la modificación, conquista e incluso la destrucción de las mismas iba a tener resultados tan duraderos como los deseados. No sabemos si ese momento apareció de manera repentina o si lo hizo progresivamente ya que varía de unas sociedades a otras; no obstante su generalización fue porque alguna disposición especial le impulsó a hacerlo, pues ese paso se da desde una mentalidad que no siempre se manifestó dominante.
Las riberas como terrenos fértiles fueron áreas productivas de una equilibrada relación cultural con el agua, no utilitarista, menos aún economicista. El respeto a la descomunal fuerza vital y modificadora del agua se basaba en el reconocimiento y admiración hacia el vigor de un elemento natural que esculpió la superficie habitada, los paisajes, y que aunque muchas generaciones no lo presenciasen, se sabía de su fuerza y vehemencia a través de la cultura popular, del legado del folclore o por testimonios directos de familiares o vecinos.
Arrebatar sus áreas de expansión como las llanuras de inundación, la primera línea de costa o los mismos cauces, desviándolos y modificándolos, se hacía desde el convencimiento de su temporalidad, por lo que nunca se produjo una invasión con pretensiones de apropiación, sino una relación circular de avance y retroceso con un gesto y una expresión rítmica y armónica al son de los movimientos de los propios cursos fluviales o la mar, algo que el ser humano sabía interpretar y además admirar. Por ello hasta bien entrada la era industrial no se acometieron las complejas infraestructuras que acompañan a las nuevas expectativas de dominio. Hoy en esa danza rítmica secular nos disponemos para el próximo compás: toca un paso hacia atrás.
3. ¿Dioses?
La revolución industrial introdujo un cambio, rompió nuestra relación circular con la energía del medio y con el propio territorio al introducir un excedente de energía no renovable que casi rozó el 90%. El son de los movimientos del agua dejó de dirigir la orquesta del desarrollo humano y pasó a manos de la ciudad capitalista como unidad estructural de la era industrial y tecnológica basada en la quema de combustibles fósiles, tal cual la conoce nuestra generación.
Aquella relación o economía circular que acompañó a los seres humanos que nos precedieron el 96% de nuestra historia (escrita) y a la que irremediablemente estamos volviendo nos guste o no, estaba basada en la energía del aire y en la solar que alimentaba a las plantas, éstas a los músculos de los animales, a los nuestros, a la madera, el carbón vegetal, la cera, el aceite de ballena o la construcción de saltos hidroeléctricos... También era el motor principal de los propios ríos y además, por definición, su movimiento circular siempre la devolvía al medio para una y otra vez recargarse y renovarse en forma de energía potencial, biota o fertilizante.
Sin embargo, ese ciclo ha vivido una anomalía con una ruptura descomunal favorecida por la entrada de ingentes cantidades de energía no renovable en la producción, en la economía y en la cotidianeidad, y lo ha hecho por primera vez en nuestra historia, pero tan sólo unos 200 de los 5000 años de historia (escrita) de nuestras relaciones, tanto entre nosotros como con nuestro entorno.
Y toda anomalía por definición tiene un fin. La entrada masiva de los combustibles fósiles rompe el círculo, se trata de energía solar enterrada, cocida y fosilizada hace millones de años y devuelta a coste cero. Supone además que a estas alturas cada año quemamos unos dos millones de años del trabajo realizado por la tectónica de placas. Un regalo que nunca mejor fue llamado “oro negro”. Pero el problema es que todo recurso no renovable tiene un final y toda tecnología para acceder a él un límite, por ello el crecimiento económico también y la modificación del entorno del que destacaremos un aspecto: su “mantenimiento a raya” a base de un recurso que supuso ser un regalo temporal, sufre el mismo declive.
A pesar del descenso inevitable de todo recurso no renovable, un porcentaje cada vez mayor de ese flujo de energía decreciente (con una caída de entre un 3% y un 6% anual) se tiene que desviar al mantenimiento de grandes infraestructuras o espacios urbanos inadecuados que se proyectaron o construyeron cuando las condiciones ambientales, económicas y territoriales se consideraron “no extraordinarias” ya que tanto los espacios como las pretensiones de funcionalidad fueron conquistados y ejecutados en los inicios o auge de la era fosilista, entonces la orgía de la energía para su creación, construcción y mantenimiento era abundante y barata y parecía no tener fin. Uno de esos casos que hoy pasa factura es la conquista y urbanización permanente de un órgano de los cursos fluviales: la llanura de inundación.
4. Una retirada no es una derrota
El "Informe mundial sobre Desarrollo de los Recursos Hídricos 2019. No dejar a nadie atrás" (UNESCO) advierte que de mantenerse el ritmo actual de degradación del medio ambiente natural y presiones insostenibles sobre los recursos hídricos mundiales estará en riesgo para 2050 el 45% del PIB global, el 52% de la población mundial y el 40% de la producción de cereales.
En el sur de Europa vivimos varias de las comunidades más expuestas del planeta, puesto que las políticas hídricas en la península más afectada de Europa por la desertización debida al cambio climático y al declive de la energía que sustentaba la agricultura intensiva, fueron proyectadas desde una mentalidad de conquista y apropiación de territorios, costas, vegas, llanuras de inundación o cursos fluviales, una mentalidad hoy patológica abocada al recuerdo.
Las consecuencias de aquello siguen siendo nefastas porque el auzolan no consigue entrar en las mentes esculpidas y formadas en aquel mundo en constante expansión y crecimiento, fueron moldeadas con la modernidad industrial, ahora vivimos en un mundo encaminado a la inapelable descomplejización, fenómeno social que incluso provoca berrinches y un rechazo irracional e incluso violento. Meterse en callejones sin salida que habrá que desandar como sociedad, con el costoso gasto de energía adicional que ello conlleva, es un peligro que parece inevitable.
Pero aún más peligroso será el enorme descontento y frustración social tras el irreversible abandono de aquellas zonas que un día fueron forzadas a ser habitadas de manera irracional, cuanto antes lo asimilemos mejor. No perdamos de vista que seguir ocultando la realidad es caldo de cultivo para legitimar la vuelta de regímenes extremistas con la falsa promesa de volver a un pasado lleno de optimismo, aunque ello conlleve la privación de los recursos más básicos o de derechos humanos elementales para amplias masas de la ciudadanía. El cambio climático es nuestro problema, no el de generaciones futuras.
La práctica de la autoprotección por los componentes de un grupo social, además de favorecer a cada uno de ellos, genera la seguridad del colectivo: de aquí su importancia y necesidad de proyección a la comunidad a través de programas educativos serios y creíbles, nuestro auzolan está siendo y será la mejor solución tecnológica a los retos futuros. Los medios de comunicación de masas pueden hacer mucho más. Entre otras cosas promocionar esta propuesta pedagógica que tan buenos resultados ofrece, algo que repercute también para su propio bien, pues al fin y al cabo son personas que pueden ser afectadas quienes cubren esta información.
En ocasiones, las circunstancias difíciles o los traumas, permiten desarrollar recursos que se encontraban latentes y que la propia comunidad desconocía hasta el momento. Es lo que estamos haciendo aflorar con este tipo de participaciones desde diferentes puntos de vista y a partir de planteamientos más humanos de supervivencia, pero en contraposición a los eternos discursos políticos que se siguen mostrando estériles y de los que nunca faltarán las propuestas irracionales como la limpieza de los cauces o su encañonamiento. También el trabajo debe ser a pie de obra, de colegio, de instituto, de universidad: desarrollar e impulsar por un sector de los técnicos que trabajamos en desastres naturales esta filosofía traerá muchos beneficios humanos, sociales y ahorro económico.
El reciente trabajo “El caso del retiro climático estratégico y gestionado” presentado en agosto de 2019 y publicado en Science por varios investigadores de diversas universidades y centros de investigación climática liderados por AR Siders, insta a las poblaciones a una retirada de las áreas irracionalmente conquistadas, vista ésta no como una derrota sino como un avance. Insta a las comunidades y gobiernos a reconceptualizar el retiro como parte del conjunto de herramientas utilizadas para lograr los objetivos sociales deseados.
No son los únicos expertos que apuntan en esa dirección, estas propuestas cada vez más profusas se adelantan a aquellas que se están instaurando por la fuerza, porque no queda más remedio, pero lo hacen tras las enormes desgracias humanas, económicas y sociales que no fueron ni son tan difíciles de prever. Una sexta extinción masiva no parece muy atractiva. Las comunidades y los estados obtienen así opciones de adaptación adicionales y una mejor oportunidad de elegir las acciones más eficientes para ayudar a sus comunidades a prosperar.
Hemos preparado algunas áreas de manera consciente y artificial para encajar nuevos impactos, pues zonas que siempre fueron fértiles llanuras de inundación hoy se han convertido en paisajes urbanos en los que se ha cambiado el uso, pero no se ha apaciguado o anulado la dinámica natural que la acompaña, muy al contrario ésta se ha vuelto más extrema con el caos climático. Posiblemente si la arrogancia de algún ser humano pudiera, la intentaría cambiar. Pero la energía abundante y barata que rubricó aquellos desafíos constructivos y de mantenimiento futuro era limitada, no renovable, hoy decae sin solución técnica a la vista.
Existen disposiciones locales e incluso leyes, como la Ley del Suelo de 2008 que garantizan la seguridad frente a fenómenos adversos, pero está claro una vez más que la Ley del Suelo va por un lado, la especulación por otro y la realidad constructiva y la planificación por otro diferente. El resultado es catastrófico.
Archena, viernes 13 de septiembre de 2019. Fuente: Ayuntamiento de Archena |
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